Opinión

Frágil y vulnerable, la civilización de la dependencia

La economía mundial se resiente, la pobreza aumenta entre la población de todo el orbe, el paro afecta a todos los sectores productivos, el hambre, el miedo y la violencia acompañan al virus en su ponzoñoso camino. La UE, el gigante chino, el imperio yanqui, todos los países de economía neoliberal retroceden en lo que se considera calidad de vida. La lucha contra el coronavirus, agresivo y letal, paraliza la actividad económica y colapsa la estructura sanitaria a pesar de los esfuerzos titánicos de sus profesionales. Esta pandemia pone de manifiesto la fragilidad de la civilización científico-técnica, sobre todo en los países más desarrollados. Para sobrevivir, sus ciudadanos pasan a depender de la energía, del transporte y de las nuevas tecnologías. Un corte en el suministro eléctrico o la paralización del transporte supondría una hecatombe de características inimaginables. Los muertos se contarían por millones, las epidemias se multiplicarían por diez y los más dependientes serían sacrificados para optimizar recursos como sucedía en el lejano Paleolítico. La banca, la educación, la sanidad, la seguridad individual, la alimentación… todo lo que hace que nos relacionemos con el entorno de forma armónica y que constituye la cimentación de la sociedad sería destruido en menos de una semana. 

opi11-07-2020Civilización y progreso no tienen por qué oponerse a resistencia, valor y sacrificio, algo de lo que dieron muestras infinidad de pueblos en situaciones difíciles. “Resistiré” es algo más que una palabra, debe de ser un lema ante la desgracia y la adversidad. Asedios y bloqueos a ciudades, poblaciones, fortalezas, países y civilizaciones se han producido a lo largo de la historia de la humanidad. Los asediados resistían hasta que sus defensas caían bajo el empuje de las fuerzas enemigas. Otras veces los atacantes eran los que se tenían que retirar, agotados todos los recursos que poseían para alcanzar sus objetivos. Son notables los asedios como los que soportó la ciudad sumeria de Uruk, que resistió el ataque de varios ejércitos acadios hasta que sucumbió al empuje del rey Sargón I. Aunque a veces fue necesaria la “intervención divina” para conquistar ciudades que resistían el empuje de sus enemigos, la bíblica Jericó es el ejemplo mítico, leyenda que tanta repercusión tuvo. Lo que fue una realidad dramática fueron los asedios de las ciudades ibéricas de Sagunto y Numancia, que acabaron sucumbiendo con la inmolación de todos sus habitantes. 

Es de resaltar la heroica resistencia de las ciudades soviéticas de Leningrado (la actual San Petersburgo) y Stalingrado (la actual Volgogrado) durante la II Guerra Mundial, en las que la élite del Ejército alemán sufrió la derrota, que fue el preludio del final del Tercer Reich. El precio en vidas humanas fue muy alto, los muertos se contaron por millones (en Stalingrado 1.200.000 soviéticos y 740.000 alemanes, y en Leningrado un millón de rusos y 580.000 alemanes).

Pero si hay un pueblo que lleva sesenta años de bloqueo económico, comercial y financiero y consiguiendo, a pesar de todo, una educación y una sanidad de calidad, al nivel de cualquier nación desarrollada, ese país es Cuba. La isla, sometida a un asedio numantino desde el año 1960 por deseo del Tío Sam, no solo resiste el asedio, sino que lo hace compartiendo solidariamente sus logros con los pueblos más deprimidos del mundo. Sus ciudades, aunque pobres y con limitaciones de libertad, respiran alegría y cultura. Sus habitantes están acostumbrados a vivir con dificultades, carecen de los servicios de los que gozan en la UE, no tienen los lujos de los capitalistas más acaudalados, no aspiran a competir por el éxito que los convierta en esclavos del capital. Y, una vez más, se enfrentan a dificultades como es el coronavirus con sus propios medios, alcanzando resultados satisfactorios. 

Algunos políticos son paternalistas, intervencionistas, avariciosos y buscan la alienación de los pueblos sin importarles la dependencia que genera el control del pensamiento. Occidente se convierte en una quimera débil y vulnerable. Solo la responsabilidad de sus habitantes, la lucha por una biosfera limpia, el compromiso por los derechos individuales, la aceptación de la relatividad del pensamiento y el respeto al “otro” podrán hacernos menos frágiles y enfrentarnos a lo que nos atemoriza y esclaviza.

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