Opinión

La grandeza de la democracia

Cualquier analista que se precie no debe nunca extrañarse de los resultados de los procesos electorales; cuando estos son la expresión de la voluntad de los ciudadanos, esa es la esencia de la democracia. Guste o no guste, nadie está por encima de ese principio, que muchas veces no coincide con nuestro deseo personal.

He observado, desde las altas cumbres de los Andes, que los electores europeos han condenado en las urnas las políticas de ajuste propiciadas desde las instituciones europeas. Han dicho ¡no! y ¡basta! a los resultados que esas políticas han tenido en la economía de amplios sectores sociales, paralelamente a la pérdida de coberturas, lo que ha empeorado notablemente la calidad de los servicios públicos. En cada país, los “cabreados” con el sistema han optado por votar a fuerzas políticas que cuestionan el sistema actual y prefieren ejercer ese voto de castigo que refrendar una gestión que daña su esperanza en un futuro mejor. En España se ha producido algo que estaba previsto en el panorama político; un fuerte castigo a los partidos mayoritarios y un voto de “desesperanza” a las fuerzas políticas alejadas de las responsabilidades de gobierno.

La Europa del miedo ha aupado, en países con fuerte inmigración, a fuerzas xenófobas, ultranacionalistas y euroescépticas a resultados nunca imaginados en períodos de prosperidad. Recordaba mi amigo Santiago que ya en el año 1988 Jean François Revel en su obra “El conocimiento inútil” explicaba las causas del aumento exponencial del Frente Nacional francés en sucesivos procesos electorales.

En la actualidad, razones tradicionales se han visto incrementadas por las consecuencias de la crisis en la calidad de vida de las clases medias de cada país. La evolución de los acontecimientos vendrá determinada por la apuesta que hagan los poderes económicos en el camino de conseguir grandes beneficios sin importarles el método para lograrlo. No debemos olvidar que el nazismo alemán es fruto de la crisis del 29, del humillante tratado de Versalles y del respaldo financiero de los grandes trusts alemanes.

El pueblo español está harto de la corrupción, del incumplimiento de promesas electorales, del discurso aprendido, de los profesionales de la política, del peso de las estructuras jerárquicas de los partidos, del clientelismo, del desprecio a sus necesidades más perentorias… y ha lanzado un aviso democrático a todos los que quieran escucharlo: o cambiáis o desaparecéis.

No valen justificaciones externas, no sirven disculpas coyunturales, no se puede amparar en la ignorancia del elector. No vale cambiar a fulanito por menganito y que todo siga igual; renovación no significa recambio generacional, significa mucho más; es aceptar que los círculos se cierran o dejan de ser círculos y se convierten en líneas descendientes hacia el 0. En lenguaje claro y contundente, ni Esperanza Aguirre es el futuro del PP, ni Medina ni Chacón lo son para el PSOE, escuchen al pueblo que nunca se equivoca y, si lo hace, rectifica.

Te puede interesar