Opinión

LA INFANCIA DE AYER Y EL MUNDO DE HOY

Las manos temblaban, los dedos no obedecían las órdenes emanadas por un cerebro viejo y agotado. La pandemia seguía imponiendo el miedo a una humanidad sumida en las consecuencias de sus propios errores. Los egos de una gran mayoría siguen transitando entre creaciones mentales. No saben, ni quieren saber, en qué consiste la esencia subyacente de este momento histórico. El Día de Acción de Gracias en EEUU, los puentes festivos, los duelos por los ídolos caídos, los ágapes navideños, los botellones clandestinos, las hormonas desbocadas, el fanatismo de los falsos patriotas, el “Single Day”… son algunos de los escenarios donde se inhalan las miasmas del sacrificio a la estupidez humana. El coronavirus se ceba sobre las masas robotizadas llenando de miedo y dolor a millones de los mal llamados “sapiens”. Todos esperan la vacuna salvadora que los inmunice contra el enemigo invisible que trastoca sus hábitos y esclaviza las pasiones. ¿Cambiarán las costumbres y seremos más respetuosos con la naturaleza para evitar el Armagedón bíblico? 

Cuando el viejo milenario era niño, hace ya “miles de años”, la humanidad temía a las enfermedades que castigaban a los humanos. No era nada raro conocer a personas afectadas por la poliomielitis, o por el “garrotillo” (difteria), no digamos el poder del sarampión que aquejaba a casi todos los niños; por no hablar de la escarlatina, la varicela, las paperas, la tosferina y la más mortífera de todas, la viruela, con una mortalidad del 30% de los enfermos. Tampoco hay que olvidar el terrible mal que representaba la tuberculosis, especialmente asentada en Galicia e Irlanda. En aquel entonces, la única vacuna que se universalizaba en el pequeño mundo occidental era para evitar la viruela. 

El anciano recuerda haber contraído la gripe, la varicela, la escarlatina, el sarampión, las paperas y la tosferina. Y su sistema inmunitario las venció a todas con la inestimable ayuda de los cuidados familiares y los novedosos antibióticos. Sin duda el mundo era hostil, pero la tradición, la medicina y la fortaleza del sistema inmunitario conseguían que la gran mayoría venciera a los gérmenes y soportaran pandemias muy letales como fue la gripe de 1918. Ahora toca confiar en el sistema sanitario.

Sonríe cuando recuerda los tres meses que tuvo que guardar reposo absoluto para vencer a una hepatitis que lo hizo volver a aprender a andar a los 7 años. Pero pese a todas las adversidades, la sociedad no tenía miedo; un miedo que hoy se convierte en un instrumento de las superestructuras para dominar al mundo. Un miedo que desemboca en una confrontación social amortiguada y potenciada (valga la contradicción) por los medios audiovisuales que manejan la noticia en función del impacto que interesa producir.

Hay quien mantiene que el objetivo de todo ser viviente, consciente o instintivamente, es vivir. Después añaden el vivir bien. Este objetivo asilado de los condicionantes justifica la confrontación, la desigualdad, la injusticia y la violencia. Al viejo milenario le produce un rechazo aquellos que buscan controlar el pensamiento introduciendo controles sobre la libertad de interpretación de la vida. Aquellos que quieren imponer “su verdad” como absoluta. Que califican de bueno o malo las conductas que ejercen otros humanos en función de su propio pensamiento. El viejo ha tenido centenares de alumnos a lo largo de su dilatada vida docente, y siempre intentó que se le recordara como alguien que enseñó a pensar, tratando de evitar la influencia de su propio pensamiento. Ha tenido discípulos que mantienen posturas conservadoras y otros que se califican de progresistas. Buenos y malos los hay en todo el arco ideológico. Cerca del final, puede afirmar que las teorías nacen del pensar y son necesarias para toda praxis. El gran peligro estriba cuando desaparece la confianza y la sociedad apuesta por la vigilancia y el control. Es entonces cuando los totalitarios claman por la “libertad” (lo increíble puede suceder).

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