Opinión

La institución familiar y el desamparo

Las crisis cíclicas del capitalismo han puesto en evidencia que la cubertura de las necesidades básicas de los ciudadanos sufren tal retroceso, que las conquistas sociales de los últimos años se quebrantan, incumpliéndose las funciones que el Estado moderno asume y financia con los impuestos de los contribuyentes. La sanidad, la educación, los servicios sociales, la seguridad personal, la libertad de pensamiento, la justicia imparcial, el derecho al trabajo y el acceso a una vivienda se convierten en asignaturas pendientes, lo que empuja a las masas a movilizarse contra las políticas neoliberales que aplican los Gobiernos generalmente de derechas y siempre  salvaguardando los intereses de las élites.

Muchos creen que la familia tutelar ha desaparecido por completo desde que los Estados y los mercados las sustituyeron en sus funciones económicas y sociales, dejando a la familia tradicional solo algunas funciones, principalmente emocionales. Sin embargo la familia moderna presta necesidades íntimas que el Estado y el mercado son incapaces de proporcionar rompiendo los pactos intergeneracionales. Cuando la crisis deja desprotegido a algún ciudadano, este encuentra, normalmente, cobijo en el clan familiar al que pertenece. 

En la actualidad, el Estado moderno mantiene bajo observación las relaciones familia, en especial entre padres e hijos. Por ejemplo, los padres están obligados a velar por la salud de sus hijos, escolarizarlos y aceptar que el Estado los instruya y eduque en colaboración con la familia, dentro de los preceptos que garanticen una formación integral que les prepare para ser ciudadanos con deberes y derechos. Sin embargo, las obligaciones de los hijos para con sus padres son cada vez más difusas y difícilmente sustituibles por el Estado 

 Desde hace docenas de años, el orden social está cambiando. Las revoluciones rápidas fueron excepcionales y caóticas; los humanos asumían que la estructura social existente era inflexible y eterna. Las familias y comunidades podrían cambiar su lugar dentro del orden, pero la idea de que pudieran cambiarse radicalmente se hizo posible con la liberación de la mujer. El feminismo impulsó la transformación de la sociedad a un nivel que muchos consideran una agresión al patriarcado, desencadenándose una respuesta violenta de los más reaccionarios que piensan que la mujer es un dominio del macho y por lo tanto debe someterse a los dictados del patriarca.

Hasta hace muy poco tiempo, la familia, y en ella especialmente la mujer, atendía las necesidades materiales de su clan: tejía la ropa, el cuidado de la higiene de la casa, atendía a los enfermos, cuidaba a los ancianos, hacia la comida, lavaba la ropa… representando más del 50% del PIB. El Viejo Milenario recuerda su infancia en una familia fuertemente trabada a la autoridad del abuelo donde todos sus miembros fueron apoyados por el patriarca, en un momento histórico en que la sociedad era la suma de comunidades afines (aldea, barrio, lugares, empresas, parroquias…) que resolvían problemas solidariamente al margen de la debilidad del Estado,  que no aportaba ningún tipo de ayuda en momentos de crisis. El problema surgía en las familias disfuncionales que nunca encontraron o no buscaron una Comunidad de la que formar parte, lo que producía desamparo e infelicidad. 

La paradoja surge cuando tratamos de buscar las causas objetivas del porqué la inmensa mejora en las condiciones materiales se vio enmascarada por el desplome de la familia. Tal vez el poder decidir el camino que hemos de recorrer en la vida nos lleva a una soledad donde la muerte se convierte en una opción ante la falta de objetivos. Goethe lo noveló en su obra “Las penas del joven Werther”. 

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