Opinión

Intolerancia, odio y educación

El Viejo Milenario coincide con Albert O. Hirschman cuando este duda de que tener opiniones dogmáticas sirva para que el individuo tenga mayor identidad personal. Indudablemente el gregarismo ideológico ha absorbido al raciocinio, disolviéndolo en una masa violenta y manejable, muy susceptible a estímulos preestablecidos que convierten a los humanos en autómatas. Hirschman cree que en un sistema auténticamente democrático, lo deseable sería que sus habitantes no se sintieran inmunes a la opinión de los demás, aunque estos pertenezcan a partidos u organizaciones contrarias. Desgraciadamente, lo real es que solo en condiciones de un gran cambio social las opiniones e ideologías que configuran el pensamiento de cada ciudadano puedan cambiar. El Viejo Milenario ya hace muchos años que tiene asumido que las verdades absolutas entorpecen la relación entre los seres humanos y en consecuencia ha ampliado su campo afectivo, incluyendo en su círculo de amistades a cualquier persona independientemente de su posicionamiento político y excluyendo solamente aquellos que defienden el totalitarismo como forma de dominio sobre el conjunto de la ciudadanía, trasmitiendo mensajes de odio para configurar un nexo de unión más fuerte que el amor o la amistad. El Viejo Milenario pone como ejemplo de tolerancia el que dio su amigo Camilo de Dios, que no solo perdonó a sus torturadores sino que mantuvo una relación de amistad con personas de ideología conservadora y nunca provocó situaciones que pudieran enturbiar el buen trato, haciéndolo además sin renunciar a sus principios ideológicos ni a su militancia política.

La configuración de grupo tiene su antecedente en las gens que precedieron al Imperio Romano y que han evolucionado a través de los siglos, pero conservando su esencia de tribu que aúna intereses y confronta con sus colindantes en la búsqueda del dominio. Factores imprevistos, positivos y negativos, surgen espontáneamente y rompen con los equilibrios sociales generando disrupciones que alteran el comportamiento de los ciudadanos: el terrorismo, el nacionalismo, los movimientos migratorios, la crisis climática, las pandemias, la degradación moral y sobre todo la revolución feminista, como algunos de ellos que han transformado sustancialmente la vieja lucha de clases, sustituyéndola por la confrontación del populismo neofascista contra los defensores del parlamentarismo y de los derechos individuales. Los neofascistas utilizan el sistema democrático para subvertir el Estado de Derecho; la vieja Europa ha sufrido y empieza de nuevo a sufrir las consecuencias de esa estrategia. Para ello centran sus esfuerzos en la defensa de la identidad nacional victimizándola por la acción de los gobiernos democráticos que pactan con los enemigos de la Patria, entregan el país a intereses espurios y oprimen al individuo

Se falsifica la historia y se revindica un viejo moralismo que subordina las libertades a la ideología patriarcal; esa falsa moral se convierte en un sucedáneo de la religión, aspirando a constituirse en el pensamiento dominante. Un elenco de profetas de la conspiración se mutan en difusores de los peligros que representa la ciencia, la historia, la igualdad de sexos, el movimiento de LGTBI… Estos “moralistas” de nuevo cuño se sienten obligados a pontificar sobre cualquier tema y usan la tecnocratización como elemento de contacto y difusión. Lo grave son los síntomas que afectan ya al tejido social que sostiene la convivencia.

El Viejo Milenario cree que solo la pedagogía y el sistema educativo pueden “vacunar” a los futuros ciudadanos contra el odio y el miedo, priorizando el “saber pensar”, el espíritu crítico y la creatividad y desterrando el control ideológico. Nos enfrentamos a un difícil reto; no olvidemos que el odio une más que el amor, como afirmó Antón Chejov

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