Opinión

La lucha por la vida

El mundo está viviendo unos momentos difíciles, desde hace más de un siglo los humanos no nos habíamos enfrentado a un virus tan contagioso y letal como el coronavirus. El rico Occidente se había instalado cómodamente en el estado del bienestar sustentado en un insolidario consumo; sin importarle las consecuencias que eso producía en el resto del planeta. La malaria, el hambre, la desnutrición, la carencia de agua potable, el ébola, la guerra, la injusticia social, la falta de derechos y la opresión son “virus” estructurales en la mayoría de los pueblos, fundamentalmente en África, América del Sur y gran parte de Asia. Pero ahora, en pleno siglo XXI, todos sufrimos el embate de un “nuevo” virus que no distingue de razas, de ricos, de pobres, de territorios, de ideologías, de religiones o de sexo… nadie está a salvo de su voraz acometida, aunque manifieste una especial predilección por los ancianos. 

A lo largo de la historia de la humanidad han desaparecido muchas especies de homínidos, muchas de ellas han sido estudiadas por los científicos que han elaborado teorías tratando de explicar el dominio y supervivencia del Homo sapiens, vencedor de cuanta adversidad se ha encontrado en su “corto” período evolutivo. No podemos olvidar que somos los herederos de los más fuertes de la cadena evolutiva.

Recuerdo de mi época de estudiante quedar impresionado por la mortalidad de dos pestes que asolaron las civilizaciones griega y romana; la que afectó a Atenas en la que murieron 300.000 ciudadanos (según cálculos de los más pesimistas) entre ellos el gran Pericles, y la que afectó a Roma y a la Galia, la llamada “peste antonina”. Pero fue en el siglo XIV cuando la peste bubónica redujo la población europea en un 50% muriendo más de 25.000.000 de habitantes. Más recientemente nuestros abuelos han vivido la terrible gripe de 1918, denominada injustamente “española”, que llenó de cadáveres el orbe coincidiendo con la primera guerra mundial. Existen pues antecedentes de enfermedades que han producido miles, millones de víctimas que obligaron a nuestro sistema inmunitario a elaborar defensas que protegen nuestros cuerpos de la acción agresiva de los virus por muy letales que estos sean. 

Lo que es inadmisible en un estado moderno y democrático es el uso partidista de este drama que llena de incertidumbre el corazón de los habitantes de cualquier país de la Tierra. Nadie está en condiciones de juzgar la acción de los gobiernos que se enfrentan a la pandemia con todas las medidas que están a su alcance, siempre y cuando los responsables políticos admitan que el problema es de tal magnitud que requiere una urgente prioridad en la protección de los más débiles. Los reaccionarios negacionistas, que simplifican en fantásticas teorías la aparición del coronavirus, quedan desautorizados en sus propuestas por los efectos negativos que produciría en la lucha contra la enfermedad.

Hoy nos toca ser disciplinados, colaboradores de las propuestas del Gobierno, optimistas en el futuro de la humanidad, racionalizar las emociones, controlar los momentos difíciles, ser respetuosos con los representantes de la ley y aceptar nuestra condición de seres temporales sin angustia y con dignidad. 

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