Opinión

Listas

Estás en la lista? ¿Con quién tengo que hablar para figurar en la lista? ¡Por favor, consígueme una influencia para que me borren de la lista! ¡No es de fiar, no lo introduciré en la lista! Desde que el ser humano se socializó en grupos más complejos que la gens, se ha segregado a determinados individuos en función de su singularidad. La estructuración en clases sociales no es sino la masificación de la selección colectiva hecha por los más poderosos en beneficio de su grupo. La pertenencia a una clase venía dada por nacimiento, conquista militar, trabajo, riqueza o distinción social; cada ser humano pertenecía a una lista y casi nadie podía modificar su estatus con la excepción de la gracia concedida por magnanimidad superior. Esta situación estaba avalada por la tradición, la victoria en la guerra, las ideologías o por las religiones en las que se sustentaba el poder.


 No supone, pues, una novedad el pertenecer a una lista; todos (salvo casos excepcionales) a lo largo de nuestra vida hemos estados incluidos en “listas”; unas veces para bien, otras para mal y, la mayoría de las veces, como mera clasificación burocrática. Hay listas del padrón municipal, del censo electoral, de alumnos, de profesores, de militares, de socios de entidades, de afiliados a partidos o asociaciones, de invitados, de usuarios, de clientes, de delincuentes, de benefactores, de profesiones; hay quien las hace de amigos y/o de enemigos, de turnos, de sospechosos, de emigrantes, de inmigrantes, de enfermos y de un infinito número de clasificaciones.


 Cuando gobierna un régimen político totalitario, las listas tienen un valor añadido, clasifican a las personas en leales o peligrosas y, dentro de estos dos grandes grupos, las subdivisiones van encasillando los grupos hasta llegar al individuo que tiene su ficha detallada con todos los datos que lo identifican. Voy a referirme a dos listas que han tenido un mismo fin (beneficiar a sus miembros) pero distinta valoración ética. La conocida lista de Oskar Schindler, en la que se relacionan los nombres de los 801 judíos salvados del genocidio de los nazis, llevada al cine por Steven Spielberg, es una relación que representa la solidaridad peligrosamente comprometida con los más débiles de un hombre sin poder; es una lista confeccionada para el bien, no hay contrapartida más allá que la satisfacción moral de su redactor. Pero la lista que más me ha impresionado es la denominada Gottbegnadeten–Liste (lista de elegidos), confeccionada por el ministro de propaganda del III Reich, Joseph Goebbels, el 30 de noviembre de 1944 (cuando Alemania tenía la guerra prácticamente perdida); en ella se relacionaba, en 36 páginas, el nombre de los artistas e intelectuales del régimen considerados representativos del Reich. Su complicado nombre significa “Los elegidos de Dios”. De los 1.024 artistas incluidos, 24 de ellos fueron declarados “indispensables”, entre los que estaba Richard Strauss, el contradictorio genio de la creación musical que acabada la segunda guerra mundial llegó a decir: “El período más terrible de la historia humana ha terminado, el reinado de doce años de bestialidad, ignorancia y destrucción de la cultura por parte de los mayores criminales, durante el cual dos mil años de la evolución cultural de Alemania llegaron a su fin”. Entre los no indispensables destaco, por su inserción en el sistema democrático posterior a la guerra, al holandés (el único no alemán) Johannes Heesters ( fallecido el 24 de diciembre de 2011, a los 108 años) y al conocido director de orquesta Herbert von Karajan. La inclusión en la lista Gottbegnadeten suponía no arriesgar la vida de sus miembros en operaciones de guerra para preservar la esencia de la identidad nazi. Un objetivo inmoral como fue la existencia de todo el III Reich.


 Hoy, después de 70 años, siguen existiendo listas que se pueden considerar éticas, como la que configuran los que ofrecen su vida a los demás y otras que ponen en evidencia la fragilidad del sistema. Entre estas últimas destacaría las del paro, las de espera en sanidad, las de corruptos (cada día más numerosa) y corruptores, y las confeccionadas por los servicios secretos (en estas probablemente estemos todos) porque suponen que cualquier ciudadano es sospechoso por el simple hecho de pensar.

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