Opinión

Masas

Hannat Arendt, en su obra ‘Los orígenes del totalitarismo’, afirma: ‘Los movimientos totalitarios son posibles allí donde existen masas que, por una razón u otra, han adquirido el apetito de organización política. Las masas no se mantienen unidas por la conciencia de un interés común y carecen de esa clase específica de diferenciación que se expresa en objetivos limitados y obtenibles’.


Las masas se organizan instintivamente, representan a las llamadas mayorías silenciosas, se movilizan apoyando al líder, sin que importe la ideología ni la creencia, son insensibles a la actividad política y, como una hidra de mil cabezas, se reproducen a sí mismas y destruyen a todos los que no se integran. Y en esa destrucción masiva, sus mismos miembros no están exentos de ser inmolados en nombre del interés supremo, que no es otro que el de las propias masas. Esas masas que aniquilan la única capacidad de la mente humana que no precisa ni del yo ni del otro, ni tan siquiera del mundo para funcionar con seguridad y que es la capacidad de razonamiento lógico, cuya premisa es lo evidente por sí misma. Millones de seres humanos han sido aniquilados a lo largo de la historia con el apoyo de esas masas. Los regímenes totalitarios han actuado siempre en baños de masas. Ni Hitler, ni Stalin, ni Franco hubieran llegado hasta donde lo hicieron si no fuera por el apoyo de masas activas y vociferantes que, convertidas en un ser despiadado, han consentido, justificado e incluso participado en miles de asesinatos, torturas, persecuciones y terror, denigrando al hombre a la condición de bestia sanguinaria. Pol Pot, apoyado en un teórico movimiento de masas con su brazo ejecutor, su vanguardia, asesinó a las propias masas y desencadenó un baño de sangre con el sacrificio de la mitad del pueblo camboyano.


Mao, en su Revolución Cultural, impuso el terror a las masas, que lo vitoreaban en la plaza de Tiananmen, con el único objetivo de destruir la identidad de las propias masas. Hitler fue mantenido en el poder por el pueblo alemán que, enardecido, aclamaba sus crímenes consintiendo el más horrendo genocidio de la historia de la humanidad. Su convicción inconmovible, el ‘hechizo mágico’ que ejercía sobre las masas y la colaboración inestimable de estas con su líder, hicieron posible el III Reich.


Hoy las masas no se movilizan en grandes concentraciones, lo hacen en actos de nivel medio, se contagian unas a otras de su entusiasmo en el mensaje, sin importar su contenido. Necesitan al líder, y lo sustituyen sin problema cuando es necesario. El jugador carismático, el dirigente corrupto, el predicador demagogo, el vendedor de ensueños, locutores, cantantes, artistas..., las masas los crean, los destruyen, se alimentan de ellos, y ellos se crecen, se deifican, se inmolan si es necesario. Las masas, dirigidas, utilizadas y convertidas en un ser informe, degradado, sedientas de poder, buscan al enemigo, buscan la victoria, se recrean en la fuerza. Berlusconi las mima y las conoce, Camps las instrumentaliza. Los alcaldes corruptos se amparan en ellas cuando son detenidos. En el mitin, imprescindibles. En fútbol, afición. En el espectáculo, fans. En la plaza de Oriente, fascistas. Convertirse en masa es morir individualmente, actuar en la masa supone perder la esencia de la ciudadanía. Arendt las creía imprescindibles para conseguir un régimen totalitario. La realidad es que en cualquier lugar y con cualquier pretexto a muchos les gusta darse un ‘baño de masas’.



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