Opinión

Modernidad: privilegiados e indefensos

Está la sociedad en condiciones de procesar la profunda transformación que se está produciendo en las relaciones humanas? No cabe duda de que por detrás de los cambios estructurales se esconde una lenta reforma económica que modifica los comportamientos del individuo en su relación con las instituciones, lo que afecta directamente a todos sus coetáneos. La coexistencia de tres o cuatro generaciones, que tienen serias divergencias culturales, genera un enfrentamiento entre la Modernidad y el pasado premoderno produciéndose una crisis de valores que pone en duda la adaptabilidad de la generación de los “baby boomers” a los nuevos retos. La ciencia intentará conseguir que lo disponible alcance proporciones consideradas hasta ahora como inalcanzables dedicando para ello ingentes recursos. Este proceso marginará a los que son incapaces de integrarse en la tecnología que da acceso a los servicios: muchos jubilados, los catetos digitales, los librepensadores que mantienen un espíritu crítico, los amantes del papel, los que fracasan en los estudios, los que carecen de ambición, los insumisos, los mansos, los imaginativos, los espirituales, los ácratas… constituirán el lumpen de una humanidad clasista y violenta.

El rechazo a la imperfección y el deseo de vivir en un Olimpo con acceso a la condición de influencer o instagramer es la aspiración máxima de las generaciones más jóvenes, donde la importancia del medio obstruye casi totalmente la genética, que puede ser manipulada para conseguir la belleza perfecta. Aspiramos a que nuestro cuerpo pueda ser optimizado suprimiendo el grano que afea el rostro, o la pata de gallo que delata la edad, o el exceso de grasa que nos enfrenta con la báscula, o modificar los pechos demasiado grandes o excesivamente pequeños, no soportamos los labios demasiado finos… Son pocos los que están satisfechos consigo mismos y ante la carencia de recursos para transformarse, muchos optan por identificarse con personajes de la jet o de famosos fabricados por emuladores de los Sálvame televisivos.

Mientras se invierten enormes cantidades en ofrecer viajes espaciales a los más pudientes, se mantienen para las masas trabajadoras atiborradas listas de quehaceres: hacer cola en el médico, pedir cita para el dentista, ir a la agencia para hacer la declaración de la renta, llevar los hijos o nietos a la escuela, hacer la compra, preparar la comida, atender a los ancianos, preparar el cumpleaños de los más pequeños, pagar la hipoteca… En esas condiciones será imposible que el crecimiento y la innovación no se vean como instrumentos de mejora sino más bien se presentarán como una amenaza que destruirá puestos de trabajo, provocará el cierre de empresas mermando los recursos del Estado para atender a los más desfavorecidos, incluso poniendo en peligro los sistemas de salud y pensiones, la educación pública de calidad y la atención a la dependencia.

Dos mundos se enfrentarán en un estado de alienación creciente: los que tienen acceso a los éxitos espectaculares de la ciencia, la técnica y el desarrollo del bienestar, y aquellos que sufren las consecuencias del deterioro de un planeta sometido a la explotación y a la escasez e inaccesibilidad energética. Situación que Hannat Arendt definía como carencia del mundo interno y pérdida del mundo externo, convirtiendo al individuo en un náufrago en un mar de alienación e indefensión ante una pavorosa Modernidad donde lo indisponible solo será posible para los privilegiados de un capitalismo matador en su agonía.

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