Opinión

Notoriedad venenosa

Las hojas del calendario envejecen al ser espiadas furtivamente por quien teme el paso del tiempo. Los días se convierten en semanas y las semanas en meses. La relatividad de la existencia viene condicionada por el disfrute de la vida. ¡El tiempo! Riqueza universal sin precio en el mercado, víctima de los que huyen de la agonía del vivir y tesoro para quienes encuentran la felicidad de compartirlo con quien amar. Cuando el final del camino está próximo, no vale arrepentirse de los hechos vividos, hay que asumirlos y almacenarlos en el fondo de la maleta del último viaje. No tiene justificación soñar con ucronías fantasmales que empobrecen el libro de la existencia real. Cada cual ha escrito su biografía con la libertad condicionada por un sistema opresor que magnifica el consumo, y por lo tanto al dinero, en detrimento de lo sustancial. 

Casi todos los seres humanos buscan la notoriedad haciendo aquello que los singulariza a los ojos de los demás. El bien o el mal necesitan un público que aplauda o maldiga la conducta de cada individuo por las consecuencias en su entorno social. Como eso es muy difícil, se identifican con los personajes del mundo mediático, de ahí el apoyo que tienen determinados programas de televisión donde la intimidad tiene precio. Muchos se identifican con un artista, un deportista, un millonario, un asesino, un violador, incluso con un protagonista de comic. Las ideologías y los partidos políticos beben en la notoriedad de sus afiliados y simpatizantes, para ello esculpen líderes que generen apoyos inquebrantables que tantas consecuencias han causado en la historia de los pueblos. 

El viejo milenario recordaba a varios personajes que no habían dudado en apostar por el mal porque este le había proporcionado popularidad. Buscaban la admiración y el aplauso de las masas y se conformaban con crear sorpresa, miedo y respeto en su más estrecho círculo. Ese deseo patológico de notoriedad se conoce como trastorno psicológico de erostratismo. Este personaje (Erostrato) no dudó en provocar un incendio en el templo de Artemisa en Efeso, una de las siete maravillas del mundo antiguo, con el único fin de conseguir notoriedad. Algo que alcanzó después de siglos de cometido el delito. Autores como Cervantes, Sartre, Víctor Hugo, Terenci Moix, Chejov e incluso Julio Verne lo citan en sus obras y recientemente Irene Vallejo en “El infinito en un junco”. Aunque destaca Fernando Pessoa: “Erostrato y la busca de la inmortalidad”.

 Donald Trump es el ejemplo notorio de quien padece de erostratismo. Su afán de notoriedad le lleva a humillar la democracia en su propio país y para ello no duda en convocar a sus fanáticos seguidores a provocar un enfrentamiento civil, con el objetivo de mantenerse en el poder como cualquier dictador de un país bananero. Sus cuatro años de presidencia del país más poderoso del mundo han supuesto el resurgir del fascismo en todo el orbe. Ha despreciado acuerdos fundamentales en temas como medioambiente, desarme, derechos humanos, emigración… Ha socavado los principios de la convivencia interracial apoyando a grupos racistas y xenófobos. Y, en el colmo de su egolatría, ha pretendido que su efigie figure en el Monumento Nacional del Monte Rushmore junto a la de los presidentes George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln. 

Lo más grave es que personajes psicológicamente enfermos de erostratismo alcancen el poder y lo utilicen, amparados por una legalidad frágil y permisiva, para destruir la civilización, socavar las instituciones y secuestrar las libertades. Sin duda, los mayas tenían razón, solo el error de una cifra alteró el calendario: tal vez 2012 era 2021. ¿Ucronía?.

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