Opinión

Oligarcas y jenízaros

El Viejo Milenario estaba irritado; había sentido pena al ver a un anciano hacer el ridículo en el crepúsculo de su existencia. Vergüenza al comprobar hasta dónde puede llegar la osadía de una ambición insaciable. E indignación, como demócrata y defensor las libertades, al contemplar el vejatorio debate de la moción de censura presentada por la ultraderecha que daña el Parlamento, donde reside la soberanía del pueblo. La ultraderecha carece de principios democráticos y planifica su participación en las instituciones en función del deterioro que se puede causar incitando la desaparición del Estado Democrático, Social y de Derecho y sustituirlo por una autocracia de la que ellos son dignos herederos. Cuentan para ello con ayuda inestimable de viejos militantes de la izquierda que han traicionado su ideología y, llenos de odio, se han puesto al servicio de la oligarquía y de los poderes financieros en busca de venganza. Cada vez que el pueblo consigue derechos y servicios que repercuten en la mejora de su calidad de vida, los ultras y sus adláteres siembran de odio las relaciones entre clases sociales y estamentos territoriales. Personas como Rosa Díez, Paco Vázquez, José Luis Corcuera, Joaquin Leguina, Damborenea, Cristina Alberdi… Sánchez Dragó… y el ínclito Ramón Tamames forman parte del ejército jenízaro que combate las conquistas sociales y los derechos individuales y lo hacen alardeando de cruzados de la libertad y la independencia.

Pero algo falla en nuestro sistema constitucional cuando no se puede evitar que mezquinos oligarcas utilicen su poder económico y social para socavar derechos que dignifican la condición de ciudadano. ¿Cómo es posible que un exmilitante del PCE llegue a defender “paraideas” complejas e inconsistentes que remiten siempre a ideas oscuras y confusas? Una respuesta la encontramos en la frase de Juan Barranco, alcalde socialista de Madrid, cuando fue desplazado de la alcaldía por una moción de censura presentada por AP, CDS y, ¿sorprendentemente?, Ramón Tamames, en aquel entonces militante y concejal de un partido centrista incluido en IU: “Tamames siempre ha tenido una gran lealtad con su ego, su soberbia y sus intereses personales”.

Tamames está amortizado, como instrumento desechable, por los poderes fácticos que siguen moviendo en la sombra los hilos del poder. Los oligarcas nunca han renunciado a manejar la política económica de este país; un ejemplo es el financiamiento del partido de Rivera y Arrimadas, Ciudadanos, al que han abandonado por la mediocridad de sus líderes incapaces de interpretar el papel de “fuerza imprescindible” para la gobernabilidad. Temerosos de perder áreas de poder y preocupados por el giro del Gobierno de Pedro Sánchez en su compromiso de aumentar los impuestos a los más ricos y redistribuir los recursos entre los más necesitados, han apostado por Isabel Ayuso y lo hacen público en boca de una de sus miembros más destacados: Ana Botín, presidenta ejecutiva del Banco de Santander; para ellos Feijóo es demasiado mediocre, no deja de ser un jenízaro.

Los oligarcas españoles suelen mantenerse en una clandestinidad dorada evitando reproducir la acción directa, como hizo en 1936 el principal financiador del golpe de estado del ejército sedicioso, el banquero estraperlista Juan March. Hoy son más sibilinos y utilizan oscuros sortilegios para conseguir sus fines. Vox nace en su laboratorio

Afortunadamente hay muchos ciudadanos dedicados a la política que manifiestan una ética y una honestidad a los que se les puede aplicar lo que decía Horacio: “Hay quien no tiene ni piedras preciosas, ni mármol, ni marfil, ni estatuas, ni cuadros, ni plata, ni ropas teñidas de púrpura de Gaeta. Hay quien se cuida de no tenerlos”. Afortunadamente.

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