Opinión

Perversidad

He reproducido más de una vez la frase pronunciada por la psiquiatra siria Wafa Sultan, porque resume en pocas palabras lo que representa la tolerancia en la relación entre los seres humanos: “Hermano, no me importa que creas en las piedras siempre que no me las tires”. Su talante conciliador es evidente, empieza por llamar hermano a aquel que piensa de forma diferente, no hay odio, no se descalifica al “otro”, no hay un intento de catequizar, no existe el deseo de poseer la verdad. Solo hay un llamamiento a la reciprocidad, al diálogo, a la convivencia en paz; hay una condena explícita a la violencia y al dogmatismo excluyente.

La perversidad anida en muchos corazones, existen millones de seres humanos que se deleitan en atacar, vilipendiar, humillar y destruir a aquellos que no se ajustan a los dictados de su pensamiento excluyente. ¡Cuántas personas son víctimas inocentes de los que tratan de imponer sus verdades como únicas y absolutas! Todos los días conocemos actos de intolerancia que buscan provocar la confrontación como camino al dominio de un dogma o de una ideología totalitaria. En ese intento de superioridad no se duda en someter y anular la libertad de pensamiento de todos aquellos que representan la antítesis de lo que se considera canon de conducta adecuado. Por eso no es de extrañar que determinados colectivos utilicen toda clase de recursos para imponer sus ideas sobre la identidad sexual de cualquier persona. Mientras otros tratan de ridiculizar los símbolos religiosos que representan “otras verdades”, que consideran superadas por la ciencia, olvidándose de la creencia personal de millones de personas. No podemos olvidar que la descalificación de las minorías en nombre de la “normalidad” ha sido argumento fundamental en los grandes genocidios cometidos a lo largo de la historia.

Cuando se mezclan conceptos identitarios como el nacionalismo, la religión, los dogmas, la ideología, la raza, el idioma, la homofobia y/o el sexo, se destruye la empatía y se cimenta el odio y la violencia, que se sirven en el cóctel del tribalismo mesiánico. A los que beben de esa ponzoña se les anula la razón, se les estimulan las emociones más primarias y optan por la violencia en la creencia de defender su espacio vital. Estamos asistiendo impasibles a cazas de brujas, a violencia de género, a exterminios de masas hambrientas, a la desesperación de los más desprotegidos, al aumento de las desigualdades, a la muerte de miles de niños, a la degradación moral y ética del mundo occidental, a la barbarie de docenas de conflictos bélicos y a la robotización de la humanidad.

La violencia genera violencia. En una espiral de terror, el siglo XXI se convierte en el escenario de un nuevo ciclo. La realidad superará a la ficción más fantástica; la tecnología continuará avanzando hacía la construcción de la máquina perfecta capaz de sustituir al ser humano; la física y la biología no descartan la prolongación de la vida más allá de lo imaginable; la medicina estará en condiciones de curar cualquier enfermedad, pero la perversidad no tendrá tratamiento; los poderosos seguirán controlando el mundo y los intolerantes continuarán arrojando piedras. 

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