Opinión

Poder y ley

El primer legislador de la historia, Ur-Nammu , creó en Mesopotamia un listado de 37 normas que sirvieron de ejemplo a legisladores ulteriores. Con posterioridad, el rey Hammurabi de Babilonia estableció unas reglas que permitían a los ciudadanos de su reino exigir justicia. Los persas, por orden de Ciro, no elaboraron nuevas leyes sino que utilizaron para resolver sus conflictos los códigos de Hammurabi, y era tal el respeto a la ley que hasta la corte se sometía a las sentencias de los jueces. Cuando un hijo de Cambises (rey persa descendiente de Ciro) quiso casarse con una de sus hermanas, los jueces le denegaron autorización; cuenta Heródoto, que el príncipe acabó ignorando el dictamen de los jueces, pero temeroso de su autoridad celebró los esponsales en el mayor de los secretos.

Los primeros legisladores trataban de ordenar el mundo en el que vivían. Las culturas mesopotámicas intentaron llevar la justicia al pueblo. Los brahmanes hindúes utilizaron las leyes en beneficio de su casta y colaboraron con el poder político, los rajás, en el sometimiento del pueblo llano. En China se aplicó la ley para imponer la paz y el orden. Todas las culturas trataron de construir códigos que resolvieran los conflictos que surgían de la convivencia. Por su ecuanimidad pasaron a la historia (¿?) los juicios del rey Salomón. Este objetivo llevaba parejo el sometimiento de todos al poder religioso y a la clase dominante que controló las civilizaciones a lo largo de la historia desde el momento en que la humanidad dependió de la agricultura y de la ganadería. En muchos casos se trataba de normas muy complejas que exigían una alta cualificación de los jueces que tenían que aplicar las leyes, pues de errar en sus sentencias podían perder el rango y/o ser castigados con duras penas.

En la actualidad, en los Estados democráticos conviven los tres poderes: el legislativo, el ejecutivo y judicial, y los gobernantes respetan y acatan las decisiones judiciales aunque estas sean contrarias a sus intereses. Para ello es imprescindible que los tribunales sean accesibles y que las leyes sean justas (¿?). En los países donde impera un sistema antidemocrático, los dictadores imponen leyes basadas en el derecho divino, en el orden cosmológico o en la ley natural, justificando su uso coercitivo en defensa del bien común.

El Viejo Milenario recuerda que, en la dictadura, el jefe de Estado, general Franco, actuaba al margen de la ley pues “solo podía ser juzgado por Dios y la Historia”, por lo que quedaron impunes cientos de crímenes. Pero Franco no fue una excepción: Hitler, Stalin, Pol Pot, Mao… cometieron atrocidades amparados por legislaciones hechas a su medida y siempre con la impunidad que les daba el Poder. Tengamos presente que la Alemania nazi fue un Estado donde los funcionarios aplicaban con esmero las leyes y normas que justificaban el Holocausto. Hasta los ciudadanos más banales fueron convertidos en agentes del mal (Hannah Arendt en “Eichmann en Jerusalén”).

En definitiva, las leyes son el compendio de normas de obligado cumplimiento en un territorio cuyos habitantes tienen relación: de nacionalidad, de residencia, propiedades, trabajo, intereses económicos, contratos… y actuar al margen de las mismas supone ser sometido a las medidas punibles que garanticen la convivencia.

La variedad de los procesos judiciales en el mundo es casi tan grande como la diversidad de sus sociedades, el problema es: ¿cómo determinar la verdad? En tiempos pasados el juramento y las ordalías eran los procedimientos empleados para decidir una sentencia. En la actualidad es tan complejo el ordenamiento jurídico que solo los profesionales encargados de velar por su cumplimiento son conocedores de la norma y se les supone cualificación y racionalidad.

El imperio de la ley nació hace más de cinco mil años. Para muchos es el gobierno por la ley y no el gobierno de la ley. En todo caso, las leyes por sí solas no pueden transformar al mundo. Solo si se aplican.

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