Opinión

La robotización del hastío

En los últimos años venimos observando como el neoliberalismo ha impulsado la despolitización de la sociedad creando las condiciones para que en esta se asiente en el cansancio, como afirma Chul Han en su obra “La agonía del Eros”. Los políticos en la actualidad carecen de la valentía suficiente para intentar transformar la sociedad, siendo incapaces de introducir la conducta moral como comportamiento habitual en las relaciones del Estado con los ciudadanos; sin embargo han dedicado un gran esfuerzo a convertir la política en un simple trabajo. Se han transformado en meros agentes de un capitalismo absorbente que elimina la alteridad sometiendo todo a la esclavitud del consumo; esa carencia de alternativas cierra el camino a la esperanza y refuerza el miedo que atenaza los espíritus impidiendo el pensamiento libre.

La verdad es que esa limitación agota la posibilidad de una política de amor que se traduciría en la interpretación subjetiva de un mismo fin, luchar para tratar de alcanzar la felicidad de los ciudadanos. Nos estamos moviendo entre los extremos de la dialéctica de la negatividad y de la positividad; olvidándonos de que lo ideal es mantenerse en una centralidad equidistante, evitando los errores que conducen a una sociedad agotada, egoísta y sin ilusiones.

En “La vida perenne”, José Luis Sampedro recoge el siguiente pensamiento: “Las relaciones humanas se aprenden relacionándose con humanos, no con máquinas. La flexibilidad, la tolerancia, el sentido de solidaridad que exigen las relaciones humanas, la amistad, el amor, el apoyo mutuo se aprenden entre humanos, no con las máquinas”. El niño está aprendiendo desde temprana edad a través de instrumentos ajenos a la sensibilidad humana, los sentimientos se alejan de los impactos emocionales que se desarrollaban a través del juego, de los afectos y del contacto con la naturaleza. Entre todos estamos construyendo un mundo sin alma donde el dinero lo es todo y donde los afectos son considerados una carga que dificulta el alcanzar el éxito.

Observando con atención las intervenciones televisivas de los distintos candidatos se puede comprobar que no aportan ni una sola propuesta ilusionante, invierten una gran energía en la descalificación de los adversarios, refuerzan los argumentos y métodos de la “vieja política”, elevan muros y fronteras tanto en los territorios como en el interior de los espíritus, intensifican la confrontación para justificar la irritación como expresión de compromiso con propuestas cargadas de narcisismo y no exentas de un mesianismo redentor.

Lo más grave es que el hastío de la sociedad abona el camino al fascismo y la violencia. El temor a lo imprevisible refuerza a aquellos que defienden trasnochados principios donde la “ley y el orden” imponga su aplicación cercenando libertades y esclavizando el pensamiento. La clamorosa obscenidad del capitalismo es amparada por un pueblo derrotado y sin fantasía que vive pendiente de los éxitos de su equipo de fútbol o de las tribulaciones de los personajillos de “Sálvame”.

Pero, algún día, llegará el momento en que la acción política conectará con el amor y tal vez en ese instante las cosas empiecen a cambiar y los viejos paradigmas de igualdad, libertad y fraternidad serán una realidad y los robots se conviertan otra vez en seres humanos.

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