Opinión

Stop, ¡peligro!

Sobre qué escribir? ¿De las atrocidades de Donald Trump? ¿De las debilidades de los sistemas democráticos? ¿Del retroceso de la ética? ¿De la cobardía de los países de la UE? De ninguno de esos temas voy a escribir; hoy prefiero hacerlo sobre algo más acuciante y silencioso: el suicidio colectivo de nuestra especie. 

Los alimentos que consumimos, el agua que bebemos, el aire que respiramos, la energía con la que convivimos, las bacterias que nos rodean, los virus que nos colonizan, los hongos que cultivamos, la agresividad de nuestros congéneres, las drogas, el estrés, la vida sedentaria, la contaminación de metales, la desaparición acelerada de especies, los nitratos, los fitosanitarios, el cambio climático, la deforestación, los conflictos armados, el hambre, las enfermedades yatrógenas y un largo etcétera, se han convertido en obstáculos que hemos de sortear para alcanzar la vejez con autonomía y salud. Los avances científicos y su aplicación a la medicina han contribuido a paliar los resultados negativos de una civilización paternalista y corrosiva. Nos hemos convertido en seres frágiles que necesitamos ayuda para aliviar nuestra debilidad. El aumento de enfermedades degenerativas neurológicas, cánceres, diabetes… es síntoma del deterioro de nuestra forma de vivir. 

Hemos contaminado los campos, las aguas, la atmósfera… nuestras viviendas son nido de radiaciones electromagnéticas; nuestros centros hospitalarios están permanentemente colapsados por cientos de enfermos que acuden en ayuda de quienes puedan mitigar sus dolencias; se hace poca medicina preventiva, se depende cada vez más del elixir farmacéutico que alivie los males, lo que aumenta el poder de las grandes empresas farmacéuticas y sus siniestras manipulaciones.

 ¿Y nuestra espiritualidad? Estamos perdiendo nuestra capacidad de empatizar con nuestros semejantes, cada vez existe más violencia en la resolución de conflictos; el consumismo desaforado está acabando con los recursos del planeta; la competitividad se ha convertido en una obsesión que pervierte los egos; el afán desmedido de riqueza esclaviza a la humanidad y es fuente de guerras, sometimientos, diferencias sociales y degradación de la conducta humana; las patologías cognitivas son el exponente de la destrucción neuronal.

En doscientos mil años hemos degradado el planeta Tierra a niveles de las grandes glaciaciones; nuestra capacidad destructiva es equiparable a la erupción de cientos de volcanes como el Toba que casi destruye a nuestra especie. Son muchos los avisos que nos envía el planeta y son muchos los datos que se manejan sobre las catástrofes que se avecinan. Las legislaciones reflejan medidas que se deben de adoptar para salvaguardar el equilibrio ecológico y preservar la biodiversidad. Hay cientos de acuerdos internacionales sobre el uso de los recursos naturales ¡No se cumplen y se convierten en papel mojado! Y como guinda del pastel, Donald Trump, presidente de EEUU, sin duda no tenemos remedio. (Pido perdón por haber nombrado al interfecto a pesar de mi intención de no hacerlo.)

Conclusión: vivir intensamente el presente y gozar de los afectos de quienes amamos.

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