Opinión

Terror infantil

Año 1955, capital de una pequeña provincia, catequesis obligatoria, mensaje: “ El pecado os condenará al infierno, donde el más horrible de los sufrimientos se padecerá eternamente…”. El niño queda fuertemente impresionado, su terror le produce desasosiego y ansiedad. Pasan los años y el muchacho sigue buscando el antídoto que cure la enfermedad, que desde entonces atenaza su espíritu y en su soledad recibe una sobredosis de terror envasado en unos “ejercicios espirituales” que teóricamente debían de redimirlo: ¡Culpable! ¡Penitencia! ¡Sacrificio! ¡Reparación! ¡Oración! Todo cuanto hagáis, penséis o deseéis será tenido en cuenta el día del juicio final.

Mayo de 1968, París. El Barrio Latino hierve de un deseo incontenible de auténtica libertad, y entre muchos lemas, el joven emigrante lee en un grafiti escrito en la Facultad de Medicina: “Los que tienen miedo estarán con nosotros si nos mantenemos firmes”. La esperanza ilumina su mente; una nueva “revolución cultural” inicia la liberación de los esclavos del “pecado”. “Prohibido prohibir”, una prohibición que anuncia una nueva época. 

Barcelona, 2 de marzo de 1974, ejecutado a garrote vil el joven anarquista Salvador Puig Antich. 27 de septiembre de 1975, Madrid, Barcelona, Burgos, fusilamiento de los militantes del FRAP Humberto Baena, Sánchez Bravo y García Sanz y también de los miembros de ETA político-militar Paredes Manot y Ángel Otaegui. El joven revolucionario desea venganza y que los asesinos de la dictadura paguen por sus crímenes. 

20 de noviembre de 1975 muere Francisco Franco, el dictador culpable de miles de muertes de inocentes por la única razón que da la fuerza de las armas. Su muerte abre el camino a la reconciliación nacional y al fin del terror; pero el terror anida en el corazón y tiene raíces profundas en el neo-cortex.

Los impactos posteriores son ambivalentes. 9 de noviembre de 1989, caída del Muro de Berlín, el llamado “socialismo real” muestra su fracaso más absoluto. El maduro izquierdista se siente desnudo ante la realidad de su último refugio. En una reflexiva decisión decide aceptar la situación y enfrentarse abiertamente con sus fantasmas. 

Los espectros nos acosan, nos persiguen, no nos abandonan. Cimentados en nuestra infancia surgen en momentos de soledad, crean angustia y miedo. Un miedo que sirve de prisión de nuestras ansias de libertad y solo el amor nos liberará de las cadenas que atenazan nuestro espíritu.

Me permito dar un consejo a padres, madres, educadores, maestros… y a todos aquellos relacionados con el aprendizaje de la vida; educar en valores, desarrollar la conciencia, fomentar la creatividad, impulsar el espíritu crítico, trasmitir amor; desterrar el miedo, la ambición y, sobre todo, no catequicéis a vuestros discípulos. Es un consejo de quien ama la conciencia que da sentido a nuestra vida.

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