Opinión

El último refugio

El tiempo avanza y, cuanto más discurre, más seguro estoy de mi profunda ignorancia. Ni tan siquiera puedo afirmar una sola verdad; Sócrates al menos sabía que no sabía nada. Intuyo que es el Cosmos el único ente que alberga el conocimiento y lo refleja en secuencias infinitas como si disfrutase de los impactos que causan sus misterios en la mente humana.

Nuestra insignificancia nos impide apreciar nuestra limitada presencia en el conjunto del Universo; hemos subordinado la grandeza de la existencia a un deseo de permanencia que enturbia nuestra aceptación de lo que somos: “polvo estelar con vida”. En nuestra infinita vanidad hemos creado dioses antropomórficos que respondan a nuestros intereses limitando la grandeza de la Totalidad, que es el principio inmutable que todo lo determina. El bien y el mal son conceptos del comportamiento humano definidos por los efectos que causan en el entorno de quien genere energías positivas o negativas, y carecen de objetividad, pues es la mente subjetiva quien los crea y valora. Mientras magnificamos lo trivial, encallecemos nuestra capacidad de analizar el gran enigma de la vida. ¿Por qué? 

Sociedades muy avanzadas crean pensamientos subordinados al placer y al ocio. La aceptación solo es posible si las condiciones son óptimas. Se desprecia el esfuerzo, se comercializan los afectos, se compran las voluntades y se prostituyen los espíritus. El odio y el amor compiten por dar sentido a la existencia; se procrea por instinto y se cumple el mandato sin otra intervención que la satisfacción de un instante de entrega y posesión. ¡Qué sencillo y complejo es todo! La filosofía responde tibiamente a los interrogantes de la vida y por ello se convierte en una peligrosa arma de liberación humana. La certeza de la muerte, contradicción entre el deseo y la angustia; liberación y condena sin tiempo, sin espacio, sin dolor, sin otras limitaciones que la no existencia después de haber sido. 

¡Oh locura!, refugio de agonías eternas, lucidez del sabio, terapia de la angustia, recurso del perseguido, salvación del inconformista, justificación del hombre libre. Erasmo lo entendió y magistralmente lo trasmitió; pero son pocos los que comprenden que la libertad es una quimera en la marabunta caótica del orden total.

Contradicciones, engaños, manipulación y miedo; mucho miedo que atenaza la individualidad e impide la libertad. Hipocresía, ¡cuánta mentira!, cuánta traición; en su huida de la nada el hombre normal se convierte en bestia sanguinaria; torturadores, asesinos, violadores, pederastas, machistas, violentos… surgen a millares, a millones; basta ponerlos en condiciones de ejercer su potencia criminal para que el “mal” ( que para ellos es su bien) se libere y destruya la vida de sus semejantes.

Despierto de una terrible pesadilla. He soñado que la muerte había decidido retirarse del mundo y que los seres vivos ocupaban todos los espacios del planeta; el aire era espeso; las aguas, putrefactas; las ciudades, inmensas cloacas; el campo, un inmenso erial cubierto de cuerpos vivos pero en descomposición permanente; los edificios públicos como escuelas, hospitales, templos, museos… convertidos en tenebrosas cárceles, entonces comprendí a Saramago y vi como muchos buscaban refugio en la locura.

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