Opinión

El valor del voto

Es moralmente aceptable criticar los resultados cuando estos son manifiestamente contrarios a nuestros deseos? ¿Es democrático deslegitimar los votos de aquellos electores que no coinciden con los nuestros? Probablemente la respuesta a ambas preguntas sea un rotundo NO. Pero dejando meridianamente clara la legitimidad de todos y cada uno de los votos emitidos con voluntad y consciencia, pregunto: ¿Es ético mentir para subyugar las voluntades? ¿Es legítimo instrumentalizar el miedo, utilizando falacias y manipulaciones? ¿Está justificado utilizar las instituciones para corromper a los electores? Solo cabe una respuesta para estas tres preguntas, NO.

El sistema democrático desde la Atenas de Clisténes, impulsor de la isonomía (igualdad de los ciudadanos ante la ley), ha demostrado ser la mejor forma de organizarse las sociedades para estructurar la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones. Pero el sistema está aún lejos de considerarse libre de imperfecciones y adolece, después de 25 siglos desde su aparición, de la ausencia del blindaje necesario para garantizar que el voto corresponde a una decisión libre y conscientemente adoptada. ¿Es eso posible?

El ser humano es un animal muy evolucionado y por lo tanto complejo. Sus intereses están condicionados por las emociones y los sentimientos que generan nexos de unión con otros individuos de la colectividad. Su fragilidad le hace depender del grupo en el que delega las cuestiones que garantizan su supervivencia. Sus miedos acentúan los lazos de dependencia y muchas veces le hacen renunciar a su propia identidad, que se diluye en el grupo al que desea pertenecer. Esto supone esclavizarse a cambio de protección y seguridad; aunque con la aprobación de la declaración de los derechos humanos, las modernas formas de sometimiento son más sutiles y eficaces. Es el puesto de trabajo el que genera mayor dependencia y, paradójicamente, libertad; son las nuevas tecnologías los capataces del siglo XXI; es el sistema educativo el lugar idóneo para iniciar el adoctrinamiento; son las televisiones el invitado que vigila y trasmite las órdenes de forma subliminal.

Hay gente que se encuentra cómoda viviendo controlada y renunciando a convertirse en ser sujeto activo de las trasformaciones sociales. Son multitudes aquellos que desprecian la acción política por considerarla enemiga de sus intereses. Hay muchos que se avergüenzan de su voto y lo ocultan para no quedar en evidencia. Existen millones que no han leído un solo programa electoral y votan por instinto o simpatía. Los hay que votan para que no gane quien temen o desprecian, pero no lo hacen en el convencimiento de elegir a los mejores.

La esencia de la democracia está muy lejos de ser alcanzada; habría que desterrar la mentira, la demagogia, la utopía imposible, la manipulación, el clientelismo, la alienación informativa, apostar por un sistema educativo que garantizase la creatividad y el espíritu crítico y que la clase política asumiese su función como servidores públicos. Mientras esto no exista deberá respetarse la teórica voluntad de los ciudadanos que emitieron su voto, admitiendo que unas veces se gana y otras se pierde (aunque j…).

Te puede interesar