Opinión

Zombis del 77

Culpables! ¡Traidores! ¡Vendidos!… Algunos que hoy se creen “progresistas” y “revolucionarios” no dudan en rechazar el gran acuerdo que hizo posible la transición de una dictadura fascista a un sistema democrático y, en su osadía, se atreven a descalificar a los responsables políticos que, con una gran generosidad, fueron capaces de articular una Constitución que permitió la convivencia en paz en una España que aspiraba a integrarse en una Europa que simbolizaba progreso y libertad.

Hablan del franquismo sin haber vivido lo que significaba un estado policial donde los derechos eran vulnerados sin ningún tipo de garantías, donde la tortura y la cárcel eran utilizadas contra los demócratas de forma arbitraria, donde se consideraba delito la reunión de más de cuatro personas, donde un certificado de buena conducta era determinante en la vida laboral o social, donde lo gris imperaba en un ambiente en el que hasta la cultura era objeto de censura.

Muchos se olvidan de las miles de víctimas que dieron su vida en defensa de los más elementales derechos humanos; de los millones que vivieron en el terror y perdieron sus propiedades o fueron exiliados durante el tiempo que duró la dictadura. Llevamos cuarenta años de democracia que, aunque imperfecta, nos ha permitido pertenecer al selecto grupo de países desarrollados; hemos alcanzado unas coberturas sociales más que aceptables, hemos recuperado el orgullo de ser ciudadanos y todo ello gracias a generaciones que lucharon por una España solidaria y progresista.

En su temeridad, los “nuevos” líderes no dudan en calificar de “zombis” a los supervivientes de la lucha contra el franquismo. Yo siento el orgullo de ser un “zombi”; de haber aportado mi grano de arena a la ingente obra de la construcción de la democracia, de haber luchado contra la dictadura y de haber participado activamente en la recuperación de la dignidad de ser gallego, español, europeo y ciudadano del mundo. He conocido a muchos que han quedado en el camino, se fueron satisfechos de su aportación a la victoria de la democracia; sabían que su esfuerzo había fructificado en una Constitución democrática y que su vida había sido útil a la humanidad. 

Por eso me duele el uso torticero que se hace de la Carta Magna. Me producen repulsión los que han instrumentalizado sus responsabilidades institucionales para enriquecerse ilícitamente, también aquellos que conculcan los derechos del pueblo, los que la utilizan para imponer sus criterios y ambiciones. Me irritan los argumentos de los independentistas cuando pretenden imponer sus aspiraciones fuera de la Ley. Me causa temor el uso que del artículo 155 pueda hacer el Gobierno de Mariano Rajoy. Me intranquiliza la falta de rigor de la actual clase política. Me produce pavor la confrontación de las masas, la utilización de los símbolos como argumento identitario en contra de confraternidad de los pueblos. Me espanta la manipulación de los jóvenes, de los niños, la falsificación de la historia, la mentira como elemento primordial del mensaje y me preocupa el resultado del conflicto de Cataluña.

Me atrevo a terminar con una frase de Francesco Petrarca que dedico a Mariano Rajoy y a Carles Puigdemont: “La razón habla, y el sentimiento muerde”. Añado: el diálogo es fuente de acuerdos. 

Te puede interesar