Opinión

Hasta cuando

Muchos de nuestros políticos tienen la rara virtud de equivocarse hasta cuando aciertan. Ha tenido que venir una ministra de un negociado tan esperanzador como Transición Ecológica y Reto Demográfico para certificar algo que ya sabíamos: que el lobo debe ser protegido porque forma parte de nuestro patrimonio cultural y cumple un destacado papel en los ecosistemas naturales. 

Hemos tardado, pero hemos dado el primer paso. Lo más sorprendente es que en esa misma reunión en la que se eliminaba del catálogo de especies cinegéticas, asistían los consejeros del ramo de todas las autonomías. Mientras la mitad de los asistentes respaldaba la medida, la otra mitad se posicionaba en contra. Precisamente los únicos consejeros en los que este depredador mantiene una población estable. Es probable que no hayan entendido nada.

Algunas regiones nos han demostrado que el lobo puede ser una fuente de recursos, que con su conservación aparecen nuevas oportunidades y que vale infinitamente más un lobo vivo que un lobo muerto. Hay un movimiento conservacionista que mueve miles de personas cada año para ver, observar y fotografiar a estos animales en libertad. Pueblos recónditos han conseguido crecer, generar empleo, abrir tiendas, alojamientos rurales y crear nuevos servicios desde que se han implicado en la defensa del animal. Dentro de 20 años nuestros descendientes se sorprenderán de que hayamos permitido matar lobos hasta el año 2021, del mismo modo que nosotros nos sorprendemos de que hasta hace pocos tiempo se mataran osos con total impunidad. 

Los únicos que tienen motivo para quejarse de lo que se les viene encima son los ganaderos, hartos ya de pagar esta fiesta, de demostrar que sus ovejas no las matan los perros asilvestrados, de recorrer ventanillas y rellenar formularios explicando porqué aparecen muertas ovejas y terneros, y de ser observados con suspicacia porque reclaman una justa compensación. Son los únicos que tienen motivos para quejarse y son los únicos que pueden contribuir a la solución. 

Porque sólo superaremos esta situación cuando los ganaderos vayan cada noche a sus camas y puedan dormir tranquilos sabiendo que si un lobo diezma su rebaño no pasará nada, porque la administración no sólo reemplazará económicamente sus ovejas, sino que lo hará con generosidad y lo hará con inmediatez. Porque poner a los ganaderos en contra sólo quiere decir que los lobos seguirán muriendo, pero lo harán de otra forma: a manos de furtivos, envenenados o atrapados durante días en cepos. No habremos conseguido nada. Sólo cuando esta ley venga dotada de los recursos económicos necesarios podremos decir que estamos cerca de la solución. 

Quizá para entonces podamos responder aquella pregunta que nos lanzaba desde el televisor Félix Rodríguez de la Fuente a los que éramos unos niños en los 70 ¿Cuándo acabará la eterna lucha entre el hombre y el lobo?

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