Opinión

La intrascendencia de la movilización

No hay nadie que no haya oído hablar de los sucesos en la Franja de Gaza en los últimos meses. Sus efectos no se hicieron esperar, estallando revueltas universitarias en Estados Unidos para presionar al Gobierno americano, uno de los grandes apoyos internacionales de Israel. Y como es natural en este nuestro occidente globalizado, las protestas universitarias se expandieron a Europa, no siendo España la excepción. Madrid, Valencia o Granada son las más sonadas. Y Santiago ha seguido esta fiebre reivindicativa. Pero con una peculiar diferencia, en la ciudad compostelana pudieron establecer su base de operaciones en una facultad sin aparente resistencia por parte del decanato. La Facultad de Geografía e Historia para ser exactos.

Acampados sin orden ni concierto en la primera planta, duermen con calefacción, luz y agua, unas condiciones magníficas para nuestros sufridos protagonistas. Aulas enteras convertidas en centros asamblearios o espacios de descanso y recreo. Incluso una cocina de gas, en tanto que la seguridad de un edificio histórico y de conservación precaria, como es esta facultad, se trata de una problemática menor frente a la revolución de estos heroicos jóvenes. Parece cuestión de tiempo que se formen salas cinematográficas para inspirar las conciencias políticas, o un local para que el consumo de estupefacientes deje de ocurrir en los pasillos, logrando, con suerte, hacer respirable la atmósfera. Bastante trabajo tienen gestionando esta pequeña comuna como para pensar en movilizarse fuera.

Como tales condiciones eran insuficientes, la ocupación de más aulas era necesaria. En una de sus asambleas nocturnas este grupo de estudiantes (la gran mayoría ajenos a la propia facultad) decidieron tomar las aulas libres que se estaban usando para los exámenes universitarios. Noticia que no se hizo esperar en los círculos estudiantiles de la propia facultad y generó gran malestar. A pesar de los intentos por cerrarles las puertas de la propia facultad (¡qué gran ironía para una autodenominada asamblea abierta!) buena parte del estudiantado afectado logró acudir a la asamblea del día siguiente. Dio paso a una amarga discusión, en la que la mesa se arrogó la competencia de censurar aquellas protestas que chocasen con la decisión del ridículo contubernio nocturno, tomándola por irrevocable. Decisión de la que, irónicamente, no existían actas para consultar. Bunkerización, cerrilismo y hostilidad hacia el estudiantado de la propia facultad, llegando a amenazas veladas con cerrar definitivamente la facultad si así lo quería la pintoresca asamblea, fueron la tónica general de la reunión. Naturalmente, cualquier negociación fue inútil. Ahora mismo esta chabacana agrupación continúa con la obstrucción de los exámenes, además de vigilar quién entra y quién sale de la facultad que tienen por suya.

Y surge inevitablemente una pregunta: ¿cuál es el fin de todo esto? Una asamblea sin apoyo estudiantil ni estrategia definida. En la que se dedican horas a discutir el tipo de macarrones que se deben comprar, pero no se es capaz de establecer negociaciones funcionales con las instituciones con vistas a lograr sus objetivos ni ganarse la simpatía del estudiantado que dicen representar. Una asamblea en la que triunfan las soflamas y las arengas vacías sobre resistencia, pero que el diálogo, la pluralidad y la racionalidad política brillan por su ausencia. En resumidas cuentas, no estamos ante un movimiento estudiantil político y definido, sino ante una desordenada multitud de jóvenes con ansias de sentirse revolucionarios o poderosos, pero con nula voluntad organizativa ni disciplina. La movilización por la movilización, que, vaciada de objetivos políticos reales, torna intrascendente, y que solo logrará terminar bien en fracaso o en tragedia.

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