Opinión

CUESTIÓN DE REFLEJOS

La naturaleza nos dotó de los reflejos para ser capaces de reaccionar a estímulos evidentes, aunque sean inesperados. Del desarrollo de esa capacidad depende en muchos casos nuestra supervivencia, en cualquier orden de la vida. Los políticos lo saben bien y, a pesar de ello, ni aquí ni fuera han demostrado tenerlos en la gestión de la crisis.


Ni el gobierno de EE.UU. supo reaccionar a tiempo ante la acumulación de productos basura en sus entidades financieras, ni el de la UE tuvo los reflejos de frenar la hemorragia cuando ésta afectaba solo a un país, Grecia, que apenas supone el 3% de la economía europea. Si la inacción del primero propició el contagio mundial, la del segundo contribuyó a la extensión del mal en el continente. Aquí en España, Zapatero no tuvo los reflejos de ver la crisis, y Rajoy no fue capaz de vislumbrar que el problema no era Zapatero.


El miércoles, cientos de miles de ciudadanos secundaron la huelga general convocada por los sindicatos y se lanzaron a las calles de todo el país para verbalizar su protesta. Si la huelga tuvo un impacto moderado, el clamor de la calle fue masivo. Tanto los sindicatos como el gobierno ponen a prueba a partir de hoy sus reflejos. Los primeros para actualizar formas de protesta que fueron eficaces en otro siglo pero que quizás tengan fecha de caducidad. El gobierno para dar respuesta a las demandas ciudadanas con el mismo interés e idéntico ímpetu, al menos, con el que reacciona al dictado de los mercados y de la UE.


No tenemos grandes esperanzas. El hecho de que la voz del gobierno en una huelga general fuese una directora general del ministerio del Interior fue una buena muestra de la consideración que le merecía la protesta cívica. Pero el remate fue la cifra oficial de manifestantes que proporcionó la Delegación del Gobierno de Madrid, 35.000, para hacernos una idea, la mitad de los que contó la policía en León. O es miopía o es desvergüenza. Lo segundo no tiene remedio, pero lo primero, sí.

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