Opinión

AL PAPA LE SALE UN CARDENAL

Hace unos meses, el papa se preguntó quién era él para juzgar a un homosexual, uno de tantos fogonazos con los que Francisco ha proyectado su convicción de que la Iglesia tiene que adoptar una nueva mirada sobre sus viejas obsesiones. Pero siempre los hay más papistas que el papa.


El cardenal electo Fernando Sebastián ha declarado que la homosexualidad es una 'deficiencia' que se puede normalizar con tratamiento; como la hipertensión que él padece, subrayó. Pocos días antes había manifestado que las mujeres que abortan 'lo que buscan es quitarse del medio a sus hijos para disfrutar la vida' y arremetió también contra el matrimonio homosexual calificándolo de 'deficiencia no legítima'. Y es el mismo hombre, además, que en 2007 dijo que la Falange era un partido digno de apoyo electoral.


Siempre que escuchamos cosas así nos preguntamos lo mismo, si no había en la Iglesia española otro merecedor de alcanzar la dignidad de cardenal, en el sincero convencimiento de que debe de haberlos excelentes. No sabemos si el Papa reprobará lo dicho por su elegido, él sabrá. Lo que sorprende es que ningún representante del Gobierno haya dicho nada sobre el asunto. Para recordarle que desde hace un cuarto de siglo hasta la Organización Mundial de la Salud dejó de considerar la homosexualidad como enfermedad, y que nadie, pero mucho menos el representante de una institución financiada con dinero público, puede atentar de esa manera contra la dignidad de las personas por su orientación sexual, tal y como establece la constitución, ni debería considerar 'deficiencia no legítima' una ley como la del matrimonio homosexual aprobada por uno de los poderes legítimos de una democracia.


¿Qué habría pasado si un representante público español hubiera dicho que la fe es una enfermedad, o que imponer el celibato a los religiosos es una deficiencia no legítima, o que las monjas y los curas no tienen hijos para disfrutar más de su peculiar vida? No tengo ninguna duda de que habría recibido cumplida respuesta. Por eso, más que la voz del cardenal me indigna el silencio de mis representantes. Eso sí que es una deficiencia como una catedral.

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