Opinión

Pregunte lo que deba

La primera lección de periodismo que recibí cuando comenzaba a ejercer la profesión me llegó de quien era entonces ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez. Iba yo con mi cuestionario escrito y me pareció prudente y respetuoso cantárselo al entrevistado antes de comenzar a grabar. Al escuchar la primera pregunta el ministro levantó suavemente su mano derecha y me dijo: ‘Usted pregunte lo que deba que yo le responderé lo que crea conveniente’.


Es difícil resumir en menos palabras la esencia de nuestro oficio; y más difícil todavía encontrar otro tratamiento que el usted para marcar la distancia y el respeto requeridos en la relación entre un periodista y un personaje público, aunque aquél sea un jovenzuelo recién salido de la universidad y éste un bregado político.


Siempre tengo presente aquella escena, y muy especialmente en estos momentos en los que la relación entre políticos y periodistas no está atravesando sus mejores momentos.


La difusión por parte del Partido Popular de unas declaraciones grabadas de su secretaria general, María Dolores de Cospedal, sobre el archivo de la causa contra Francisco Camps, y la reprimenda amenazante del jefe de prensa del ministro Corbacho a un compañero de Televisión Española son sólo los últimos episodios que ilustran este tiempo tan especial.


Pero la nómina de agravios es más amplia e incluye ruedas de prensa sin preguntas, desprecio selectivo a periodistas según de que medio provengan, insultos gruesos a algunos informadores y a sus medios, y hasta un boicot como el que promovió el principal partido de la oposición al primer grupo mediático de este país hace cuatro años.


Resulta preocupante que a estas alturas de la historia tengamos que recordar el papel fundamental que los medios de comunicación tienen en una sociedad democrática, y que el respeto a los medios no es otro que el que se debe a los ciudadanos -electores, contribuyentes, militantes de partidos políticos- que usan esos medios para informarse.


Pero resulta aún más preocupante que los periodistas no seamos capaces de decir basta. Porque el tránsito de la excepción a la costumbre a veces resulta imparable. Y algunas costumbres como las relatadas no engrandecen ni la profesión ni la democracia.

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