Opinión

¿Que prisa había?

Seis años después de la tragedia, los familiares de las 62 víctimas del Yak 42 confían en que la justicia aclare uno de los aspectos más dolorosos del accidente: el de la falsa identificación de la mitad de los cadáveres. Esa circunstancia les ha hecho vivir en estos años un doble duelo: el del entierro precipitado y el de las exhumaciones ordenadas meses después que certificaron que todas las identificaciones hechas por el equipo militar español eran erróneas. Se llega al juicio, pues, con más de la mitad del trabajo hecho. Ahora sólo falta establecer las responsabilidades por el dramático desaguisado: las que corresponden a quienes actuaron sobre el terreno y las de quienes diseñaron, ordenaron y dieron por buena una operación tan desastrosa. Aunque sobre este segundo aspecto, quizás nunca sepamos la verdad.


Supongo que los familiares esperaban del juicio, además de conocer la verdad, algún rasgo de humanidad para con los suyos. Pero en la primera sesión, en la que ha testificado el primero de los acusados, el general Vicente Navarro, sólo han oído hablar de trasvase de bolsas, trasiego de listas, números bailados, salvoconductos mortuorios y restos de los que emanaba un olor crecientemente insoportable. Imagino además que esperarían encontrar un mínimo atisbo de asunción de responsabilidades, pero de la misma manera que el ex ministro Trillo descargó en su día toda la responsabilidad en la cadena de mando, ahora el general Navarro pasa la bola a las autoridades turcas que tuvieron la mala idea de elaborar un documento en turco que Navarro, dice, firmó sin entender ni palabra. La explicación es de antología, pero en todo caso, llega con seis años de retraso y no puede considerarse eximente. Si así fue, si pasar por el aro de certificar lo que no se entendía era la condición inexorable para repatriar los cadáveres, eso nunca puede justificar que al llegar a España no se hiciera nada para confirmar las identificaciones.


En el juicio no estará ni como testigo el ex ministro Federico Trillo, el que proclamó que las identificaciones habían sido impecables, el que acusó en su día de faltar al rigor y de mentir al periódico que dio la primera información sobre los enterramientos erróneos. Este hombre, especializado en reclamar responsabilidades ajenas, nunca asumió las suyas. Nunca pidió disculpas a los familiares, ni a los periodistas a los que acusó de mentir sobre asuntos que el tiempo demostró ciertos, ni al Rey por hacerle presidir un funeral de Estado tan rocambolesco.



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