Opinión

CONTRA LA RESIGNACIÓN

A estas horas, millones de españoles preparan las maletas para disfrutar de las vacaciones de Semana Santa. Muchos lo harán en su coche y la mayoría regresarán sin contratiempos a su casa. Hace un par de décadas dejaban su vida en la carretera más de 6.000 personas cada año y el goteo semanal apenas alcanzaba un par de líneas que se repetían como una cansina letanía en los informativos. Hoy, esa negra estadística se ha reducido a la cuarta parte. No hemos llegado al grado de riesgo cero y posiblemente nunca lo alcancemos, pero el dato es elocuente, sobre todo si consideramos que hoy circulan por las carreteras el doble de vehículos que entonces. Así como es fácil contabilizar víctimas, resulta imposible poner rostro a quienes han eludido la muerte, pero podríamos ser cualquiera de nosotros.


En los últimos años se han mejorado las infraestructuras y la industria automovilística ha perfeccionado los sistemas de seguridad de nuestros coches, pero, sobre todo, se han abordado políticas que se han rebelado contra la resignación. Primero fueron las campañas de publicidad que reflejaban en toda su crudeza las consecuencias de los accidentes de tráfico. En la última década se han puesto en marcha medidas que compaginan la disuasión, la persuasión y la represión, desde la extensión de los controles de alcoholemia y los radares fijos y móviles en la carretera hasta la modificación del Código Penal, pasando por la implantación del carnet por puntos. Algunas de estas decisiones -la última, la reducción de la velocidad máxima a 110 kilómetros por hora- se han discutido hasta la saciedad. Lo que es indiscutible es que cada una de ellas y todas en su conjunto han demostrado su eficacia y han ahorrado un dolor imposible de cuantificar. Quienes tenemos cierta edad recordamos como viajábamos en coche hace cuarenta años. Incluso rememoramos con extraño orgullo como daba de sí el 600 para acoger a un equipo de fútbol o como conseguíamos llegar a casa sanos y salvos conduciendo después de una noche de borrachera.


Hoy, mi hijo de 12 años es el primero que se coloca el cinturón de seguridad cuando monta en el coche, nos llama la atención cuando el GPS señala que hemos rebasado el límite de velocidad y nos lanza una mirada de reproche cuando bebemos más de la cuenta en la parada de un viaje. A él no le quitarán puntos ni pagará las multas. Evidentemente jamás ha conducido ni se ha leído el Código Penal, pero sabe perfectamente cuales son los límites que uno no debe traspasar cuando coge el coche. Junto con la reducción de las muertes en carretera, la conciencia que nuestros hijos, futuros conductores, han mamado en esta materia posiblemente sea uno de los mayores logros de esa política que un día decidió decir no a la resignación.

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