Opinión

Cómo conseguir un horrible día de lluvia

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Tengo las venas hinchadas. Me he dado cuenta esta mañana. El hallazgo es tan grave que no paro de mirarlas y, siguen ahí, silentes y gruesas, como la lengua de un caimán después de cazar un mosquito. 
Son las mías unas venas como las del chiste de Eugenio. Ese alcalde que, asomado a la ventana del consistorio, gritaba a su gente: “¿queréis verbenas?”. Y el pueblo, entregado, respondía que sí. Y el alcalde, dándose un baño de multitudes, repetía eufórico “¿Queréis verbenas?”? Y el pueblo estallaba en otro “sí” aún más largo y potente. Y entonces el alcalde se remangaba la camisa, dejando al aire el interior de su muñeca, y lo mostraba en triunfo al grito de “¡pues mirad!”. 

IR O NO IR

No estoy seguro de que el doctor tenga ganas de verbenas, ni de ver venas. Así que no sé si debo ir al médico, en este proceso de constante inflamación de cañerías menores, en las que el atasco de glóbulos y todas esas guarradas que corren por dentro, están poniendo en peligro mi vida o en riesgo mi muerte, o como se diga cuando algo puede ocurrir y nadie se atreve a decir qué. Yo no soy nada hipocondríaco, pero es evidente que la inflamación de venas es el comienzo de un triple colapso coronario, consecuencia del cambio extremo de altura y clima que supone la vida en Ourense, sumado a la influencia negativa de los polos de la luna, especialmente grande, cercana, amenanzante, y peligrosa, en estos últimos días. De hecho me cuesta respirar, tengo las cavidades de los ojos como caídas, y creo que me están saliendo pintitas lilas en la planta de los pies, síntoma inequívoco de dificultades renales, inestabilidad de las tensiones, y conjuntivitis en el anticlón de las Azores, observable sobre la piel de mi espalda.

NECESITO LLUVIA

Veraneo en la costa norte desde niño. Allá donde el Cantábrico se enfada y golpea las rocas con una mala leche muy particular, esculpiendo bellezas como Las Catedrales, así sin despeinarse. En la mariña lucense tampoco es que pensemos que la lluvia es arte, que es eso tan bonito que se dice sobre Galicia, obviando el drama que supone el constante calabobos compostelano. Pero esa lluvia que cae a traición en pleno agosto, refresca en las noches más insospechadas lo justo como para acordarse de que en algún momento, el verano llegará a su fin. Esa gente que veranea en el mediterráneo machaca sus biorritmos, pensando que el estío es para toda la vida. Y no, de pronto se acaba, y te ves como un idiota, con los pies rebozados en arena, flotando por la oficina, quemando el moreno bajo esos tubos de neón que nos persiguen en septiembre desde los lejanos años de escuela.

Este verano seco ourensano se me hace desértico a ratos, y parece patrocinado por las grandes cerveceras, que entre cañas y tintos de verano con mucho hielo se sobrevive aquí a la gran calorada general. Pero un mes de julio sin lluvia es como un tiburón sin dientes. Mi cuerpo necesita esas gotas gordas y sucias que el cielo, más que dejarlas caer, parece arrojarlas con furia. Ahí donde más duele. 

Los poetas castellanos, tan fecundos y brillantes, se acabaron volviendo impasibles y secos porque jamas veían la lluvia, lejos de sus diferentes formas de nieve. La teoría es mía, que soy filólogo a tiempo parcial, en mis noches de imsomnio. Pero es indiscutible que la lluvia, esa tormenta de verano que te destroza el sistema nervioso mientras no cae y te destroza el coche recién lavado cuando cae, cumple una función de vital importancia en el asunto este de las tensiones de las venas y es obvio que eso afecta directamente al tipo de verso que emprenden los autores. Digo yo. 

Además, por experiencia lo puedo decir: para quienes aún escribimos a pluma nuestras columnas, no es lo mismo hacerlo bajo la lluvia que en un día seco y soleado. Mis mejores columnas, como mis más bellos poemas, han muerto engullidos por esa enorme mancha de tinta húmeda que se forma bajo la cortina de agua, cuando comienza a tronar y la inspiración te pilla en una de esas terracitas tan monas de la ciudad. Y qué, nadie va a creerme. 

HAGAMOS LA DANZA

Para que el aguacero venga a Ourense, no queda más remedio que recurrir al viejo conjuro de los cherokee: la danza de la lluvia. Bien. Para esto necesitaré tu colaboración. Ponte de pie, si eres tan amable, manteniendo el periódico firme en posición vertical, como si fuera una Coronita en un concierto abarrotado de Alejandro Sanz. Ahora sigue atentamente las instrucciones:

- Da un paso al frente con el pie izquierdo.
- Levanta mientras tanto el pie derecho.
- Sin bajarlo, levanta también el izquierdo.
- Baja inmediatamente ambos, ¿no ves que vas a caerte de ahí?
- Ahora pisa con fuerza el suelo con todos los pies que tengas a tu disposición.
- Alza las manos, como los gorilas, uhu, uhu.
- Levanta armónicamente la rodilla derecha mientras volteas el tobillo izquierdo.
-Por último, mueve tus caderas / cuando todo vaya mal / mueve tus caderas / alante y atrás / una vez más.

Si todo va bien, debería empezar a llover de inmediato. Así que tápate la cabeza, porque los cherokee creen que la lluvia posterior a la danza no es agua, sino que el cielo escupe en forma líquida espíritus de antiguos jefes tribales. Yo mismo lo probé anoche, y al rato, cayó en el salón de mi casa José María Aznar, pero licuado, en formato Ría de Vigo. El susto fue mayor cuando puse a bailar la danza a todo el vecindario, y llovieron varios presidentes de la comunidad, arquitectos, y hasta un pocero con el que no supimos que hacer, y lo hemos puesto en la entrada del edificio con un cartel colgando de “por favor, cierre la puerta”. 

MOJARSE

Todo lo que puedes hacer bajo la lluvia es divertido, excepto tratar de encender un cigarrillo. Los veraneantes pueden sentir el placer de la lluvia poniéndose bajo el aguacero y abriendo los brazos en cruz. Pero si lo haces, no los muevas haciendo la hélice repetidas veces, porque es así como los cherokee comunicaban a los dioses que están bailando la Danza del Fuego y eso en Ourense no es una idea del todo inteligente. Créeme. 

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