Opinión

Por una Europa 
de ciudadanos

El proyecto de una Unión Europea tiene fecha lejana. Desde Carlo Magno -que se hizo coronar emperador de Occidente por el papa en la noche de Navidad del 800-, pasando por la “Universitas Christiana” de Carlos V en el s.XVI, por Napoleón en el XIX y por Hitler en el XX todos ellos pretendían una Europa “unida”.

Ahora bien, la historia se encargó de certificar la inviabilidad de pro­yecto semejante. Y ello fue debido porque sus impulsores lo que en rea­lidad pretendían era una Europa sumisa bajo la égida del Imperio, de Francia o de Alemania. 

Con tales premisas imperialistas, la unión entre los pueblos de Europa se hizo imposible. 

Cosa muy distinta movió con fuerza de convicción a los hombres que, tras la Segunda Guerra Mundial, firmaron el Tratado de Roma. Estos políticos clarividentes estaban determinados a que la tragedia europea no volviese a ensangrentar a este viejo solar común. Europa no podía desangrarse en lo que ellos consideraban auténticas guerras civiles. Por consiguiente, la futura Unión hubo de concebirse en plano de igualdad. Igualdad capaz de ilusionar a todos los europeos. 

Hasta esta maldita crisis, el dinero de Europa ayudó con generosidad a levantar un futuro mejor para nuestra tierra. No nos ha ido mal con Europa.

Pero, ¡oh desilusión! aquella Europa soñada, fundamentada en los valores de la Grecia antigua, de Roma, del cristianismo y de los pueblos germánicos, devino en una Europa de mercaderes, donde la plutocracia marca y dicta lo que es bueno y lo que es malo. 

Las recientes elecciones griegas constituyen un clamoroso ejemplo de este fracaso de unión colectiva. Esta Europa no tiene fe, carece de ideales y se fundamenta en principios de un materialismo brutal que asusta. 

¡Queremos una Europa de ciudadanos libres y responsables!

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