Opinión

Cartas Galicia-Madrid: "Deseos y propósitos" y "Coger 2023 por las hojas"

Querido compadre Itxu:

Se acabaron las fiestas de Navidad y Madrid, inundada en estas fechas por gentes venidas desde los más dispares puntos geográficos, deja de ser una ciudad completamente invivible para regresar a su estado habitual: una ciudad sencillamente invivible. Retomo nuestro intercambio epistolar, superados los días de asueto navideño que para mí han sido jornadas de recogimiento. En total he recogido seis kilos según la báscula de casa. Le tengo mucha manía al dichoso cacharro este. Sin embargo, ejerce sobre mí una atracción fatal impidiéndome evitar la tentación de subirme sobre él y, lo que es peor, mirar la cifra que ofrece en su ventana superior. 101 kilos. Capicúa. Me he bajado de la báscula de un salto y a ella le he quitado un gran peso de encima.

Primer propósito del año: adelgazar. Un clásico. No soy nada original, lo sé. Pero rebasar el límite de los 100 conlleva sanción. En la carretera y en la báscula. Lo primero a tener en cuenta para adelgazar es un control regular del peso. Por eso, me he vuelto a pesar pasados diez minutos. Oye, ni un gramo he adelgazado. ¡Ni uno! Y eso que durante los diez largos minutos no he ingerido alimento alguno. Pues a pesar del esfuerzo, nada. Me temo que esto va a ser un infierno. Ayunar diez minutos y que ese sacrificio no se note en el peso equivale a bajar el IVA de cesta básica de la compra y que los ciudadanos no lo noten al hacer la compra. Ahora entiendo lo desolados que deben de estar en el Gobierno.

Soy consciente de que para bajar de peso, además de cuidar la alimentación, es imprescindible hacer ejercicio. Por eso me propuse acudir al gimnasio. ¿Qué digo “me propuse”? ¡Lo hice! Y para no demorarlo, acudí el mismo día 1 de enero, domingo, a primera hora, concretamente a la vuelta de la fiesta de Nochevieja, a las siete de la mañana. ¡Y el gimnasio cerrado! ¡Cerrado! ¡Un domingo 1 de enero a las 7 de la mañana! ¿Te lo puedes creer? Definitivamente los astros se están alineando para impedirme cumplir mis deseos malogrando mis propósitos. Me agarré tal cabreo que entré a la churrería que hay al lado del gimnasio y enjugué mi dolor con un chocolate caliente y tres docenas de churros. Y tomé una decisión tajante: no vuelvo. Al gimnasio, digo, a la churrería sí. Lo del gimnasio cerrado me parece intolerable y por eso voy a bloquearlo privándoles de mi presencia. Como el Gobierno con la propuesta de Feijoó de que sean los jueces los que elijan a los jueces. ¡Qué disparate! Pudiendo ser elegidos por los políticos... ¡Hemos perdido el juicio!

Es época de buenos deseos y propósitos, pero conviene no confundirlos. Me explico. Si mi deseo es adelgazar, mi propósito ha de ser comer menos y hacer ejercicio. Confundir deseo y propósito es propio de individuos de cortas entendederas a los que hay que explicar las cosas varias veces. Por eso te lo explico varias veces. Es como si mi deseo fuese proteger a las mujeres de los violadores y mi propósito aprobar una ley que disminuye las penas de prisión a los violadores excarcelando más de un centenar de ellos. En ese caso, el propósito se convierte en despropósito. Otro ejemplo: deseo luchar contra la corrupción y propongo una ley que no considera malversación robar para financiar los partidos. También puede que para cumplir mi deseo de preservar la unidad de España mi propósito sea pactar con los que quieren romper la unidad de España. Seguiría poniendo ejemplos, pero no es momento aún de hacer un balance completo de la legislatura de Pedro Sánchez.

Querido compadre, te deseo a ti y a los lectores de La Región que se cumplan vuestros deseos mediante buenos propósitos. ¡Cuídate!

Querido compadre:

¡Feliz año! He dedicado estas dos semanas sin escribirte a las tres aficiones más antiguas del mundo, que nacieron aquí en Galicia: comer, beber y dormir. Quizá por eso he empezado el año nuevo con un sobrepeso casi tan preocupante como el tuyo, pero a mí ni se me ha pasado por las lorzas ir al gimnasio. Pertenezco a una extraña subespecie (pijus modositus) que tiene fobia a sudar en público. Cuando hagan los gimnasios con cabinas individuales opacas, me lo pensaré. Pero no ocurrirá. La última moda son los gimnasios de paredes de cristal, de modo que tu estás tomando café en el bar de enfrente y ves a doscientos tíos pedaleando y echando los higadillos, y más allá a uno intentando partirse la espalda con una máquina programada a tal efecto, y a la derecha a tres o cuatro tirando con los brazos de un par de cuerdas que, para colmo, ofrecen resistencia. Y todos ellos en comandita, compartiendo gemidos y emitiendo una colección de efluvios endemoniados a cuyo lado los gases invernadero son un vaporcillo de Nenuco.

Para adelgazar, yo prefiero la dieta del plato del al lado. Se basa en una certeza científica universal: cualquier alimento que piques del plato de al lado, ni engorda, ni sube el colesterol. ¿Por qué te crees que hay tantos gordos pidiendo ensaladas en los restaurantes y picoteando después del plato de los demás comensales, chorizo, huevos, o tarta de la abuela? Porque todo lo que comas del plato de otro, no me digas por qué, no computa -con perdón-.

Antaño era más fácil adelgazar. Tal día como hoy desaparecían los turrones de los supermercados y no regresaban hasta el próximo diciembre. Ahora no ocurre así. De hecho, te contaré un secreto: es ahora cuando los supermercados ofrecen los mejores dulces navideños a precios extremadamente rebajados. Yo todos los años hago el propósito de no seguir comiendo polvorones a partir de Reyes y, sin embargo, voy al super, veo esas bandejitas de polvorones variados al 70% de descuento, y termino hasta mojándolos en café al desayuno. Son los dulces extra, los que han sobrado, y nuestro cerebro nos sugiere que esos, como los del plato de al lado, ya ni engordan. 

Compadre, 2023. No sé si te ha pasado, pero a mí me han venido a la cabeza aquellos días de la década de los 80 en que hablábamos de 2023 casi como un año hipotético, algo futurista que no viviríamos, en el que nos cruzaríamos con robots por las calles y los coches irían volando. Nuestro vaticinio se ha producido en parte: los coches no, pero el combustible está por las nubes, y robots es lo que mejor define a esa inmensa cantidad de gente que camina por la calle mirando sus teléfonos, interactuando con las manos con personas imaginarias, o montados en esos patinetes asesinos que con tanto empeño fabrica Satán S. A. 

El futuro ya no es lo que era. Hemos llegado a un punto de ficción y realidad que resulta imposible pensar cómo será el mundo dentro de 50 años; tú y yo no lo viviremos, de modo que apostarse una mariscada a que todo será aún peor que ahora no tiene sentido. Solo pensar en el lema de “2030: No tendrás nada y serás y feliz”, del FMI y la ONU, me produce gran aversión al mañana. Los enloquecidos Objetivos del Desarrollo Sostenible, a los que casi la totalidad de partidos y corporaciones se han sumado, persiguen ese ideal, que más que de progreso es de regreso, porque no hay nada más soviético, más comunista, que no tener nada propio. Lo de “serás feliz”, por supuesto, es irónico.

En fin, no sé tú, pero yo, 2023, lo cojo como el rábano, por las hojas. Más que nada porque sus primos 2019, 2020 y 2021 y 2022 los cogí de raíz y me explotaron en la cara. 

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