Opinión

Cartas Galicia-Madrid | "¡Fuera máscaras!" y "La gran desconfianza"

Javier Quero // ¡Fuera máscaras!

Querido compadre Itxu:

Desenmascarar a los de las mascarillas. En esas andamos en Madrid. No sé si recordarás qué es una mascarilla. Es un bozal textil que durante los últimos dos años se convirtió en prenda indispensable de nuestro atuendo. Se trata de un sistema de protección ante los virus que, al inicio de la pandemia, nos aseguraron que no era necesario. Lo dijo Fernando Simón. Que era inútil. No él. La mascarilla. Bueno, él también un poco. ¿Recuerdas? Te hablo de aquellos primeros momentos de incertidumbre epidémica en que encontrar papel higiénico nos traía de culo y conseguir mascarillas nos llevaba de cabeza. Cada cosa en su sitio. De ahí pasamos a utilizarlas mañana, día y noche, en exteriores y en interiores, y desde entonces algunos no se la han quitado ni para afeitarse. Tan sólo se retiraban la mascarilla para colocarse otra mascarilla. Hasta cuatro repuestos al día. Yo mismo abronqué en una ocasión a mis hijos: “¿Cuatro mascarillas al día? Si es que no cuidáis las cosas. ¡Año y medio llevo yo con la mía y como nueva!”. El caso es que, por aquello de la oferta y la demanda, su precio se equiparó al de cien gramos de angulas. Los políticos necesitaban facilitar mascarillas a sus votantes a toda costa, a todo coste y sin importar el importe.

Te transcribo a continuación la conversación telefónica de un cargo público y un vendedor de motos, que bien pudo producirse en esos días de compulsión compradora del dichoso producto de uso obligatorio:

- Hola, ¿tienen mascarillas?

- Sí señor. ¿Cuántas quiere?

- ¿Cuánto cuestan?

- A 5 euros la unidad. ¿Cuántas querría?

- Cien mil. No, mejor doscientas mil.

- Doscientas mil mascarillas a seis euros…

- ¿No eran a cinco?

- Acaban de subir. Me decía, doscientas mascarillas a siete euros

- ¿A siete?

- ¡No, perdón! A ocho.

- ¡Ah! Esto es otra cosa.

- Efectivamente. Esto es otra cosa. Ahora son a ocho y me las quitan de las manos…

- Estoy pensando... Antes de que suban a nueve euros…

- Acaban de subir a diez

- En ese caso póngame medio millón de mascarillas.

- ¡Marchando! ¡Mañana mismo las tiene usted! Siempre que las pague por anticipado, claro.

Y así fue, querido Itxu, como unos cuantos se hicieron ricos en tiempo record. Ahora se trata de saber si su actuación fue legal o no. De opinar si su comportamiento fue moral o lo contrario. Incluso de descubrir si hubo familiares de políticos cómplices. Si es que no aprenden. Yo, por eso, procuro no tener mucho trato con mi familia política.

Los ciudadanos ya podemos circular sin el adminículo facial. Nos costará acostumbrarnos, pero más nos costaron las mascarillas infladas con comisiones de intermediación. Si es que somos más de comisión que de misión. Que se lo digan a Piqué y a Rubiales, que pusieron en marcha la magnífica idea de celebrar la supercopa de España fuera de España. La misión era internacionalizar nuestro fútbol. La comisión era millonaria. Todo por la patria. Todo por la pasta. Decaen las mascarillas. Se caen las máscaras, que son las caretas de los carotas careros, los que nos suministraron mordazas para la boca y vendas en los ojos.

Mientras desenmascaran a los traficantes de mascarillas más carillas, comprendo a los que os resistís a volver a mostrar el rostro al completo porque ligar os será más difícil. Algunos es mejor que se dejen la mascarilla puesta. Para los guapos la cosa es diferente. Pedro Sánchez gana mucho sin mascarilla. En realidad, Pedro Sánchez gana mucho. Demasiado, diría yo, para lo que no hace.

Itxu Díaz // La gran desconfianza 

Yo acabo de hacer un pedido masivo de mascarillas. A lo largo de la pandemia, todo lo que ha pronosticado el Gobierno ha ocurrido, pero al revés. Tan pronto como les escuché hablar de que ya no eran necesarias las mascarillas, encargué siete camiones. Llevo triple tapabocas en la nariz, que si me ves de noche parezco un pangolín, pero también me las cuelgo por el resto del cuerpo como amuletos porque, si bien no filtran, al menos acojonan al virus. 

Lo bueno del enésimo intento de la izquierda por embarrar el terreno del PP de Madrid, al que han sido incapaces de ganar en las urnas, es que si te pones a investigar contratos de material sanitario en la pandemia, pues ya los investigas todos. Y así se ha producido el efecto boomerang tras la cacería fallida a Ayuso y Almeida: gracias a la denuncia de Isabel Díaz Ayuso, los de Anticorrupción se ven ahora obligados a investigar los contratos de material sanitario por valor de 325 millones de euros vinculados a Sánchez, Calviño, Illa y Ábalos. También te digo una cosa. Las palabras nunca engañan. Nos salieron por un pico, sí, pero lo llevaban escrito en la frente: mas-carillas.

Por lo demás, eres un tanto injusto con Simón. A él debemos el momento más divertido de la pandemia, cuando en plena histeria de contagios, durante una rueda de prensa, le dio un ataque de tos de dimensiones estratosféricas, que temblaban las paredes, y mientras los periodistas se tiraban al suelo, se enfundaban trajes de protección nuclear, y trataban de abandonar la sala reptando, el tipo, con los ojos llorosos y un hilillo de voz como un chirrido intermitente, entre tosida y tosida y trago largo al vaso de agua, tan solo acertó a decir: “disculpen… el problema es que me he comido una almendra justo antes de empezar a hablar”. 

De todas maneras, por esta tierra, gente sabia y precavida, nadie ha dejado atrás la mascarilla, por eso de las meigas, y porque Sánchez tiene ya la misma credibilidad que yo cuando digo que me voy a apuntar al gimnasio. Sánchez, a propósito, visitó esta semana Ucrania, supongo que como parte de los episodios de acción de la serie que está rodando en torno a Su Persona, y puso en riesgo a nuestra Armada al desvelar en rueda de prensa el nombre del buque español que está llevando las armas a Ucrania, algo que permite a los rusos conocer su ubicación en tiempo real con una sencilla búsqueda en Internet. Y hay que recordar que Putin amenazó hace poco con convertir en objetivo militar cualquier buque que transporte armas a Ucrania. El nuestro lleva 200 toneladas. Brillante, presidente. 

Por lo demás, yo esta semana solo he tenido ojos para el idilio de Piqué y Rubiales. Como madridista y con orgullosa renuncia a toda imparcialidad, nunca habría necesitado escuchar los audios para conocer el verdadero rostro de barcelonista. Tras el pitido final del Real Madrid – Barcelona de 2021, con triunfo merengue, Piqué entra como una fiera en el campo, desde el banquillo, para irse a por el árbitro a protestar por los cinco minutos añadidos, y se cruza en el camino con Luka Modric, que sabe latín, y que con una espléndida e irónica sonrisa le suelta: “¿Qué? A rajar ahora, ¿eh? ¡Pero cuántos minutos quieres!”. En esas dos frases del croata estaba todo. Porque esa es la cuestión. Piqué iba, con indignación, a decirle al árbitro lo que tenía que haber hecho. 

La conclusión de este lío es que hay que tener mucho cuidado con lo que enviamos por WhatsApp. Nadie está a salvo, excepto los columnistas, que las barbaridades las escribimos en público para facilitar las cosas a la Justicia.

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