Opinión

Cartas Galicia-Madrid: "Una semana comiendo"

"Una semana comiendo"

Querido compadre Quero: 

Espero que hayas recuperado los niveles saludables de ácido úrico tras tu semana gallega. Esta tierra noroeste se ha quedado triste con tu partida, como le dijo Becquer a una golondrina. Han sido días bonitos y divertidos. Lástima -no lo saben nuestros lectores- que hayas engrandado tu fama y perfeccionado tu talento para hacer el amago perfecto con la tarjeta de crédito, esa finta tan de Modric, y conseguir siempre que pague yo las cenas, que he marcado más veces el PIN esta semana que estrellas hay en el cielo. Mi septiembre en Madrid será tu particular San Martín, compadre. Lo de los cerdos. Tu sabes.

Pelillos a la mar. Hemos degustado los mejores manjares de esta esquina de España, brindado con los vinos más ricos de la Ribeira Sacra, allá donde Dios bendijo la tierra con el clima y la fertilidad del viñedo perfecto. Nos queda pendiente, para la próxima ocasión, una visita a las bodegas ourensanas, que a fin de cuentas tú y yo somos cronistas de pequeñas felicidades, y tengo para mí que en esa oscuridad añejada por la uva se ocultan muchas de ellas.

He estado esta mañana leyendo una entrevista a Bertín Osborne, ese chico que te imita en televisión, o al revés. No deja de asombrarme lo bien que envejece la sensatez de algunas personalidades patrias que son –lo han sido siempre- libres, por más que este bendito país de las mil etiquetas haya tratado de colgarles todos los sambenitos del mundo. Por un lado, porque la elocuencia le ha acompañado siempre. “¿Sabe que es only fans?”, pregunta el periodista de El Mundo. “Ni puta idea”, contesta Bertín en un perfecto español. 

Y por otro, porque le cuestionan sobre lo que le viene a la cabeza cuando alguien le llama “facha”. A Bertín se le entiende tan bien como al sentido común que le asiste, con la clarividencia que da estar ya por encima del bien y del mal en cuanto a intereses y ambiciones: “(lo de facha) me parece una gilipollez. Primero porque demuestra absoluta ignorancia de lo que es ser facha. Todos estos que dicen ‘este es facha’... Pero gilipollas, ¿sabéis lo que es ser facha? Si hubiera fachas en este país estaríais corriendo a la frontera de Portugal”. “Se llama facha a cualquier cosa que no sea comunista o socialista progresista”, redondea la explicación, “los que no me conozcan pueden decir lo que sea porque me llamo Osborne, vivo en el campo y tengo caballos”; como aquel Foxá que se preguntaba divertido cómo no iba a ser de derechas si era “conde, gordo y fumador de puros” 

Cada día me admiran más los artistas que, por fin, se deciden a decir lo que piensan sin preocuparse de lo que van a pensar los demás. No hace mucho creía que era un gesto de heroísmo, pero con el tiempo he comprendido que es una liberación personal: que calle quién tenga que avergonzarse de sus ideas. 

Algo bueno tenían que tener esas entrevistas de preguntas breves y refrescantes que pueblan la prensa en verano, que siempre terminan llenas de exabruptos y bobadas; en Bertín, en cambio, el taco es aliño risueño, no alcanza a grosería. El día que Bertín, arquetipo de coloquialismo español oral, hable sin decir ni una sola palabrota, ni una sola hipérbole andaluza, no le entenderemos nada, y tu célebre imitación se quedará huérfana de imitado. 

En fin, compadre, que sé que recorres ahora mismo la tierra portuguesa. Te imagino ahora poniéndote ciego a vinho verde y fados, como manda el Señor. Y como decía H. L. Mencken sobre su ausencia, si allá te acuerdas de mi y quieres complacer a mi fantasma, “perdona a algún pobre pecador y guiña el ojo a una chica fea”. Eso y levanta una copa a mi salud entonando María la portuguesa. 

"Un canto a Galicia"

Querido compadre Itxu:

Pon fecha. No puedes anunciarme una próxima visita a las bodegas de la Ribeira Sacra y dejarlo ahí sin más. Insisto, pon fecha y elige armas. Esos tintos de uva mencía deben ser conocidos en todo el planeta por el bien de la Humanidad. Tendría que pedir más páginas, alrededor de medio periódico, a los amigos de La Región para poder glosar merecidamente las riquezas gastronómicas, paisajísticas, culturales y festivas vividas en estos pocos días. Porque han sido pocos. Me han faltado semanas. Y no te preocupes por quién paga la cuenta, el Gobierno no lo hace.

Agradezco la hospitalidad de tantos amigos gallegos con los que he compartido mesa, charla y entrañable compañía. Como muestra de mi perfecta integración en tierras gallegas contaré a los lectores la anécdota vivida en un pueblo costero. Terminando un festival de berberechos, navajas y otras ricas especies que parecen saltar del mar al plato observé una escena que me dejó turulato. En una rampa del puerto, frente a mi mesa, un espabilado había aparcado su coche sin observar la velocidad con la que sube la marea en estas latitudes. Imagino la satisfacción del individuo tras estacionar su vehículo, pensando “qué buen sitio he encontrado”. En cuestión de minutos el utilitario se había convertido en un islote del que apenas se adivinaba la parte superior de las ruedas, y si no es por la rápida intervención de la Policía Local ahora descansaría en el fondo en la dársena. El hecho reunió un buen número de espectadores que apostaban sobre su destino y especulaban sobre la procedencia del propietario, sin duda madrileño, como aseguraba la mayoría. Te prometo que no sólo no me sentí ofendido por que los lugareños identificaran al incauto con mi mismo lugar de nacimiento, sino que me uní a ellos con pasión y entonando bien alta la proclama “de Madrid tiña que ser”. Pido perdón a mis paisanos, pero el corporativismo emocional de las vacaciones es lo que tiene. Al fin, llegó el conductor con las llaves del vehículo en la mano y el estupor en el gesto entre el aplauso y las risas de los allí reunidos. Y lo hizo justo a tiempo de rescatar el coche del efecto de la pleamar con los acordes de la música de Titanic de fondo, que algún cachondo hizo sonar en su móvil. Me contaron que lo que a mí me pareció un caso insólito ocurre todos los años. Un listo que llega y aparca sin hacer caso de la señal de prohibido y sin evaluar los riesgos. La suficiencia del forastero tiene sus consecuencias. Tomen nota los viajeros provenientes del centro de España: si aparcas mal en Madrid el coche se lo lleva la grúa; aquí se lo lleva el mar.

Múltiples viajes a lo largo de los años me han hecho conocer y admirar Galicia. Y a pesar de ello, en cada visita sigo descubriendo lugares increíbles, puestas de sol inverosímiles y rincones idílicos. En la mayoría de ellos lo único que sobra somos los turistas. Te confieso que, sea cual sea su procedencia, estoy desarrollando una especial aversión por los que, móvil en mano, van fotografiando sin ton ni son cualquier cosa que surja a su paso. Captan imágenes digitales que seguramente quedarán archivadas en el ostracismo de un álbum virtual privando a la retina del placer de observar la vida real. Hay un impulso agobiante por retratar lo que nos rodea en lugar de conocerlo. El mejor resumen se lo escuché a una señora que presumía ante su familia tras enfocar con el móvil la fachada de un un edificio majestuoso: “no tengo ni idea de lo que es, pero yo ya le hecho una foto”. Pues eso, que una cosa es estar en los sitios y otra pasar por ellos. Por Galicia no se puede pasar, hay que estar.

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