Opinión

Cartas Galicia-Madrid: "¿Quién dirá qué a Tamames?" y "La mujer de negro"

Querido compadre Quero:

El 21 de julio de 1938 fue el día más frío de la historia desde que hay registros. En la base de Vostok de la Antártida los termómetros alcanzaron 89,2 grados bajo cero; una mierda al lado del frío que hace hoy en mi escritorio. Entre las cosas más dolorosas de la vida, después olvidarte del PIN de la tarjeta de crédito, se encuentran: martillearse el mismo dedo por segunda vez, que te caiga una vaca encima en un quirófano mientras te operan la próstata sin anestesia, y finalmente, en el número 1, escribir con frío. 

Tengo además desde hace seis meses, ya lo sabes, una dolencia en la mano que se agrava en extremo con las bajas temperaturas, y que un fisio que me odia me está tratando de punzar desde ayer con ensañamiento yihadista, lo que hace que llegue a esta carta semanal con el mismo humor que Ramón Tamames cuando se enteró de que para subir a la tribuna de oradores del Congreso hay que superar siete escalones.

En una ocasión, allá por 2017, estuve en esa tribuna con el hemiciclo vacío. Ahí comprendí la mayor parte de las cosas de la política española que no tienen explicación. No es de extrañar que desde ese lugar se hayan pronunciado las mayores gansadas de la historia de la política. El orador deja a su espalda el precioso testero del Salón de Sesiones; es decir, da la espalda a los Reyes Católicos, al escudo nacional, al lienzo de las Cortes de Cádiz, al cuadro que representa el Evangelio, y a las cuatro cariátides que simbolizan las Ciencias, el Comercio, la Marina y la Agricultura. ¿A que ahora se entiende todo?

La mayoría de los oradores miran a los escaños, a la derecha, o a los escoños, a la izquierda. En el fragor del debate se pierden lo más interesante, más allá de ciertas diputadas de Vox, que es la bóveda de Carlos Luis de Ribera, pintor de cámara de Isabel II, con un medallón que representa a la reina rodeada de españoles ilustres de la historia, como el Cid, Cervantes, Colón, Itxu Díaz, Jovellanos y Cervantes entre otros. Apuesto a que hay diputados que llevan en el Congreso más tiempo que Jordi Hurtado en Saber y ganar y que jamás han levantado la vista hacia la bóveda, salvo para la horterada de buscar las huellas de los tres pepinazos de Tejero y hacerse un selfie festivo-democrático para TikTok.

En los próximos días la moción de censura de Vox llegará al registro del Congreso de los Diputados. La historia, Tamames, y lo demás ya es conocido. La novedad es que la iniciativa, de la que todo el mundo se ha reído mucho, está metiendo en un inesperado lío a los socios de Sánchez. Como dicen mis amigos de El Chiringuito, me cuentan que andan a la gresca dos facciones: unos quieren masacrar a los de Abascal con un discurso durísimo, y colgarles todos los sambenitos fascistas posibles, y otros consideran que a un candidato comunista de 89 años no se le debe faltar al respeto, pero asumen que sin insultar y zaherirlo podrían perder mediáticamente la moción –aritméticamente no hay discusión-, de modo que están intentando convencer al bloque para que la respuesta sea no responder. Esa es la postura que va ganando, pero los opositores objetan que si la coalición socialcomunista no responde, solo se escuchará la voz de la derecha, que se llevará todo el protagonismo y los minutos de telediario, y a Sánchez nada le cabrea más que la posibilidad de que alguien le quite minutos de danzar con la mandíbula en prime time.

De la última moción nos llevamos a Casado diciéndole a Abascal eso tan feo de chapotear en la sangre de las víctimas, y una nueva guerra civil en la derecha. Salga lo que salga en esta, lo seguro es que nos vamos a divertir casi tanto como con el Barçagate.


Querido compadre Itxu:

A estas alturas, considerar a Tamames comunista es como tenerme a mí por vegano. Su ascenso en la escalera de la tribuna del Congreso es la viva imagen del condenado subiendo al cadalso. Siete escalones, eso es único que va a subir este señor.

No obstante, mis zozobras semanales son otras. Estábamos acojonados en Madrid por la amenazadora visita de una misión del Parlamento Europeo qué pretendía averiguar qué hemos hecho con los 31.000 millones de euros que nos han dado. Al frente de la delegación, frau Hohlmeier, que sólo con ese nombre da idea de ser muy antipática. La tipa debe de ser una metomentodo. Y en lugar de ir a la Plaza Mayor a comer bocadillos de calamares, que es lo que uno espera que hagan los guiris, se ha dedicado a husmear por los despachos. Estos europeos te dan unos cuantos miles de millones de euros y ya se creen con derecho a saber en qué los hemos gastado. ¡¿Pero quién se han creído que son?! Si son alemanes, que vayan a Mallorca a abrasarse el pellejo y que dejen de tocar las narices.

Y qué ha pasado, te preguntarás. Pues lo que tenía que pasar. Que se han ido sin saber dónde están los fondos. El dinero no aparece. ¡Lo normal! ¿A ti no te pasa a veces que no te acuerdas de dónde has dejado algo y lo buscas y nada? Pues con esto, lo mismo. La alemana se fue como vino, declarando que “ahora mismo no hay posibilidad de seguir el rastro del dinero hasta su destino final”. Lo que suele ocurrir es que el día que menos te lo esperas, lo encuentras. Bueno, pues ya está, ya les avisaremos si aparece. Pero que no den esos sustos diciendo que viene la mujer de negro, que si trae el látigo en la mano, que si vamos a tener que renunciar a nuestro sistema de pensiones, a nuestro entramado de subvenciones y a nuestro gusto por el gasto público.

No nos entienden, compadre. No les entra en la cabeza que en España compramos trenes que no caben por los túneles. Ni comprenden cómo puede protegerse a las mujeres reduciendo las penas a los violadores. ¿Que qué hemos hecho con el dinero? ¡Y yo qué sé! Comprar árbitros, supongo. Pero lo que no es de recibo es que vengan aquí con ínfulas y exigencias interrogándonos sobre los fondos. ¡Pero si aquí no tenemos fondo! ¡De hecho somos un saco sin fondo! ¡Expertos en el doble fondo! Españoles, en el fondo. Menos mal que las ministras de Economía y de Hacienda pusieron en su sitio a los cotillas del Parlamento Europeo obligándoles a dejar los móviles fuera de la sala donde se reunieron con ellas. Imagínate que a alguno le da por grabar las palabras de María Jesús Montero y se las llevan a Bruselas. A ver dónde van a encontrar allí alguien que se las traduzca, si no la entendemos ni aquí.

Bueno, pues la Hohlmeier esta, a lo suyo. Malmetiendo. Afirmando que no somos transparentes y que echa de menos una conducta clara del Gobierno contra la malversación. Lo que te digo, hemos permitido a Europa entrar en España y ahora se creen con derecho a todo. 

En lugar de dedicarse a registrar infructuosamente los cajones, la delegación europea debería haber ido a jugar a la petanca con los jubiladoas de Coslada. O a visitar a una joven pareja en Fuenlabrada. O a jugar al baloncesto en silla de ruedas a Leganés. Que hagan cosas prácticas de verdad, como nuestro excelso presidente, y no nos pidan unas explicaciones que no tenemos. ¡No nos toquen los cajones! Que se enteren de una vez en Bruselas, España es un país multicolor, por eso no deseamos mujeres de negro, sino cheques en blanco que alivien nuestro marrón de números rojos causado por los que se han puesto morados aunque les pongamos verdes.

Te puede interesar