Opinión

Cartas Galicia - Madrid: El patriotismo que se come

Querido compadre Quero: 

Si algo me gusta de esta semana es que suele brillar el sol. Y si algo me inquieta es la inauguración de la temporada de los tipos con los dedos de los pies al aire. Debe haber alguna profunda conexión ancestral en esa obsesión de tantos hombres por mostrar al mundo sus mejillones, sean o no al vapor, y eso explica la plaga de chancleteros que puedes encontrarte ya por cualquier ciudad, en la calle, en el metro, en el avión, que siempre viajas con el miedo de que al de las chancletas, con los cambios de presión, se le salte la uña del dedo gordo y te saque un ojo. 

No olvido que hace unos años, tú, que eres un profesional de la playa, me enseñaste un artilugio asombroso para vaciar la arena, pero para vaciarla de un modo ordenado y vertical, dejando un hueco a modo de galería de roedor joven, en el que, con destreza, puedes clavar después tu sombrilla; siempre comprobando que no haya nadie debajo, que cada año entre cien y doscientos bañistas se quedan sin descendencia porque algún idiota trata de clavar a ciegas una sombrilla sin mirar si está el sitio ocupado y, sí, lo estaba.

Ya no falta nada para dos de mis momentos favoritos: uno, cuando los políticos se van de vacaciones; y dos, cuando Galicia se convierte en una inmensa fiesta gastronómica, con esa sucesión de pulpos, empanadas, albariños, y sardinas. Yo respeto que a la gente le excite su amor a España la literatura, por ejemplo, las historias de legendarios guerreros, o incluso la evolución del PIB. Pero a mí lo que realmente me mueve, lo que me hace sentir español, son las comilonas populares. Y en esto, compadre, en Galicia como en ningún sitio. 

Tengo un amigo que el año pasado logró saltar de fiesta en fiesta durante 30 días recorriendo Galicia en círculos concéntricos –que, como su nombre indica, son círculos y son concéntricos-: que si las del pulpo del Carballiño y Mugarddos, la de la almeja de Carril, la del mejillón de Arosa, la de la vieira de Cambados, la Exaltación del Marisco del Grove, la del bonito de Burela, la del percebe de Ribeira y así podría ocupar toda mi parte de la página e incluso la tuya, y aún faltarían comilonas y comilonas. Poesía pura, compadre.

Hoy concluye en mi pueblo el Ribadeo Indiano. No he podido estar este año, por más que me gustaba eso de vestirme de blanco y liarme a albariños y tapas por toda la villa como si no hubiera un mañana. Es una fiesta veraniega reciente que ha cogido fama en pocos años, y nos sirve a los gallegos de recordatorio de algo que también es válido para el resto de España: ¡nunca es tarde para inventar una nueva fiesta!

Ahí en Madrid casi no podéis festejar, porque la mayoría de los madrileños estáis con un percebe en una mano y una almeja en la otra, mojando pan por los pueblos de Galicia. Además, a 40 grados el bollo preñado entra regular. De hacer fiestas gastronómicas en Madrid en verano, habría que ceñirse a la del Pirulo de cola, la del gazpacho, y la de la endivia, aunque no sé si estamos en época, pero da igual porque es la típica fiesta en que la mayoría nos limitamos a la bebida; siempre me ha parecido demasiado amarga, tal vez debamos probar a echarla a uno de esos gintonics modernos, justo después de los pétalos de rosa y de la cucharadita de Nutella.

Nos merecemos unos días dedicados al noble placer de comer. No tengo yo el cariño que tienen mis paisanos hacia la gaita, y aquí no hay romería sin sus cien gaiteros, pero lo cierto es que todo, incluso la presencia de un elefante, un hipopótamo o un Quero, se perdona cuando las señoras ponen a remojar el pulpo, y alguien te acerca un platito con empanada gallega. La vida entonces se vuelve bella como una arruga de Adolfo Domínguez.


Se fue Boris, adiós fiestas

Querido compadre Itxu:

Leer tu carta y empezar salivar ha sido todo uno. Galicia es el país de las maravillas. Tu acertada descripción zootécnica de las distintas especies marinas que surcan el océano y las rías hasta desembocar en nuestro estómago me ha conmovido. Aciertas al decir que en verano Madrid centrifuga y sus habitantes salen disparados hacia las costas. Las citas festivas gastronómicas en la capital durante este periodo pueden resumirse en visitar las estanterías de la sección de fiambres de un supermercado, uno de los pocos lugares fresquitos que puedes encontrar. Así que cuento los días que me faltan para visitarte en tu tierra y recorrer cuantos festines y ferias gastronómicas nos pongan por delante.

Ya sabes que hay sólo una cosa que pueda gustarme más que una fiesta: dos fiestas. Por eso, por solidaridad corporativa entre fiesteros, me apena la dimisión del primer ministro británico. Han querido desprestigiarlo diciendo que era aficionado a la bebida. ¡No señor! Era un profesional de la bebida. En lo que era un aficionado era en la política.

Sí, Itxu, sí, se larga Boris Johnson, el hombre que susurraba a los cubatas, ese señor que se cortaba el pelo con una batidora, el mismo que hace poco recorría absorto el Museo del Prado buscando el cuadro de Los Borrachos para unirse a él. La marcha de uno de los juerguistas más prestigiosos de Europa sólo puede entristecer a quienes apreciamos el valor de una fiesta. Cierto que su gestión fue sugestión; sus ministros, suministros y sus soluciones disoluciones; pero con lo mismo podrías definir al que manda en España y, al menos, con el de Gran Bretaña te reías. Gobernó con presupuestos supuestos para mantenerse en su puesto. Hasta que lo han puesto en su sitio. Al de allí, digo. Aquí sigue el mismo.

Los británicos, que en verano también recorren España en chanclas, con calcetines, eso sí, son gente especial. Tienen sus propios métodos de diversión, como el balconing, “deporte” consistente en arrojarse desde un balcón a gran altura intentando caer en el agua de la piscina de un hotel de Mallorca. Cuando uno lo consigue, se va toda la panda de fiesta a celebrarlo. Cuando no lo logra, se va toda la panda menos uno de fiesta a celebrarlo. Ojo, antes de juzgar, que aquí encontramos divertido soltar seis toros de 500 kilos en las calles y correr delante de ellos con un periódico enrollado como única arma defensiva. Encierro lo llamamos. Y a fe mía que estamos para que nos encierren. Si te das cuenta, lo que nos mueve es el riesgo y la diversión. Con Boris Johnson se daban las dos circunstancias. Como político fue un peligro. Como organizador de jaranas, una apuesta segura. La combinación de ambas aptitudes dio como resultado que a la voz de “sujétame el cubata” sacase a su país de la Unión Europea.

Los británicos tienen moneda propia y amor propio. Incluso humor propio. Así se entiende la primera reacción en Londres tras la dimisión del primer ministro: retirar su figura del museo de cera y plantarla ante una oficina de empleo. Genialidad. Los museos de cera cumplen múltiples funciones sociales. Estoy seguro. Si no, no serían museos. El día que me entere de cuáles son, te las cuento. De momento, la única que se me ocurre es la de proporcionar un quehacer a las abejas para disuadirlas de dar la tabarra a los campistas veraniegos. En Madrid también hay un museo similar, donde cualquier parecido entre el personaje de cera y el de carne y hueso es pura coincidencia. Propongo seriamente la creación de un museo de cemento. Y que hagan una reproducción de Pedro Sánchez. Así, original y copia serán idénticos al menos en cuanto al material del que tienen la cara.

Te puede interesar