Opinión

Cartas Galicia-Madrid: "La obsesión por regularlo todo" y "El señor de los errores"

Querido compadre Quero.

Desde el lecho del dolor, apurando testamento, te escribo estas líneas entre estornudo y estornudo, y sueño con volver a los meses estivales, cuando las consignaba entre estornino y estornino. Agito el termómetro mientras veo a los monstruos de Halloween hacer la danza de la gripe a, b, c y d a mi alrededor. Este año los virus de toda la vida vienen frescos, porque llevan tiempo en barbecho, y te cogen con ganas. Echo de menos esos virus de antaño, adormecidos y medio bobalicones, que recibíamos con cierta compasión por no dañar su autoestima.

Sorprende el ansia por trabajar del virus de la gripe, y más en un país donde casi nadie quiere hacerlo. Leo en la prensa que la última EPA esconde un secreto: las pobres cifras de empleo en el tercer trimestre quedan maquilladas por un nuevo récord de empleados públicos. Tres millones y medio de nóminas que han de pagarse con la productividad de los 17.039.600 trabajadores que están a nómina en el sector privado. Es mejor que no hagas cuentas, compadre, porque puede que te suba la fiebre sin virus ni nada.

Con todo, lo que me ha dejado loco es la línea de la evolución de funcionarios. Si quieres ver el perfil del Angliru en un periódico económico, abre cualquiera hoy y mira el gráfico de los asalariados públicos entre 2018 y 2022. ¿Esta gente del Gobierno sabe de dónde sale el dinero con el que se pagan sus sueldos o se crecen que los euros nacen de los gladiolos?

Ocurre que, por si fuera poco el desaguisado en el que nos están metiendo la Yoli y el Antonio, ahora el ministerio de Trabajo se ha propuesto acabar con los becarios; quiere aprobar un Estatuto del Becario que, sin duda, significará el final de esta hermosa figura fundamental para la formación de los trabajadores de mañana, más aún en España, que salen de la universidad sin más formación que la flexión de codo y el repiqueteo de dados en un cubilete, y han de aprender en tres meses lo que no han aprendido en cinco años. 

Nunca he sido becario, pero sí he podido disfrutar de la libertad de ejercer como tal. Al comienzo, cuando empecé a escribir en revistas musicales, lo hice gratis durante algún tiempo, adquiriendo experiencia suficiente como para echar a volar poco después. Insondable pecado en la mente del estudiante de Periodismo de hoy, lo de hacer algo gratis. Y, sin embargo, gracias a aquel tiempo pude aprender, hacerme un pequeño nombre, y sentar el bagaje necesario para lo de ahora, veintitantos años después, cuando al fin puedo dar gracias a Dios porque no me ha ido mal. 

Quieren convertir al becario en un inútil. Pienso en el sector periodístico, el que más conozco, y la única ventaja que tenía ser becario en un medio de comunicación es que pronto te concedían la posibilidad de asumir responsabilidades. Quiere Yolanda también eliminar las prácticas extracurriculares. Debe ser una venganza particular del Gobierno, que como sabes está repleto de holgazanes que no llegaron a completar ni media práctica antes de engancharse a la teta del partido, que hoy intercalan con la de las arcas públicas, que es la misma.

La idea es forzar de tal modo a las empresas con las condiciones en que hay que tener al becario, que tendrán que prescindir de él. Igualito que cuando se propusieron acabar con el trabajo temporal y con el despido, y acabaron con el trabajador. Son incapaces de comprender que el beneficiado de una beca es el becario, no la empresa que lo forma, pero tampoco sorprende porque, desde Monica Lewinsky, la izquierda tiene una relación extraña con la figura del becario. Y lo peor: si la empresa quiere hacerlo de otra manera y el becario también, ya no es suficiente, porque la ley obliga. ¿Qué tiene este Gobierno con la libertad? Alergia.


Querido compadre Itxu:

Al leer tu carta no he podido evitar que viniera a mi memoria la figura de una folclórica que hace décadas recorría los tablaos de la Villa y Corte: Lola Mento. Lo lamento, compadre. Lamento lo de tu gripe, lamento las cifras del paro y lamento incluso la celebración de Halloween. Y más lamento aún que regulen a los empresarios quienes jamás levantaron una empresa, ni que establezcan normas para los trabajadores los que nunca trabajaron más allá de la política. Lamentable, pero no es noticia.

El PSOE tiene algo que celebrar. Y eso sí que es una novedad. Aunque he de decirte que el motivo de la conmemoración se remonta 40 años atrás, cuando ganaron por vez primera en las urnas y salieron a proclamar su victoria al balcón del Palace Felipe y Alfonso. A este último no ha tenido el acierto de invitarlo a la fiesta de aniversario el PSOE de Sánchez. Guerra, siendo ya vicepresidente del Gobierno aventuró que a España no la reconocería ni la madre que la parió. Lo que no suponía entonces es que a su PSOE tampoco. Ese PSOE que combatía a ETA, partícipe de los pactos de la Moncloa, que logró integrar a España en Europa, que modernizó las infraestructuras y las comunicaciones, que renunció al marxismo, que nos metió en la OTAN, que hubo de soportar dos huelgas generales de los sindicatos y cuyos ministros eran profesionales de prestigio más allá de la política, nada se parece al actual. Más bien representa una mala caricatura de aquel.

Recordar la victoria socialista del 82 y olvidarse de Alfonso Guerra es como hacer una paella y que se te pase echar el arroz. Ha sido un error, justifican en Ferraz. Y habrá que creerlos, porque si algo hay en Ferraz en abundancia, de un tiempo a esta parte, son precisamente errores. Un sujeto capaz de hacer esperar al Jefe del Estado el día de la fiesta nacional, cómo no va a estar dispuesto a relegar a una figura fundamental en la historia de España y de su partido ad eternum.

Con esos antecedentes como paladín del error continuo, tampoco extraña que en su reciente periplo africano, Pedro I El Guapo confundiera Senegal y Kenya, que era donde se encontraba. Seis mil kilómetros separan ambos países, pero el presidente español los convirtió en un solo en dos ocasiones durante la misma charla hasta que fue públicamente enmendado por el propio presidente keniata que a esas alturas, entre el asombro y la sorna, ya sospechaba que no había sido buena idea invitar a visitar su país a este individuo.

Que Sánchez no da una a derechas no es noticia. Que se equivoque con redundancia, tampoco. Y a pesar de que muchos en España no entiendan qué pinta Sánchez en África, para mí lo malo no es que haya ido, sino que vuelva. Yo le invitaría a quedarse una temporada larga a conocer el continente vecino, que tiene mucho que ver. Si lo hace, podrá incluso comprobar las similitudes entre la lengua española que manejan él y sus ministros con algunos vocablos de distintos idiomas hablados en África. Para ilustrar la propuesta, citaré algunos ejemplos, como pacto de Gobierno, que se diría “tongo chungo”; o promesa electoral, que traducido a la jerga presidencial sería “milonga”. Para los inquilinos de Moncloa, consejo de ministros significa “pachanga”; ministerio, “chiringo”; negociación de presupuestos, “timba”, y los partidos de la oposición son conocidos como “tribu de los Meopongo”. Desconozco si en el futuro se hará una fiesta para conmemorar la fecha en que Pedro Sánchez llegó a presidente o si será más oportuno rememorar el día que dejó de serlo. De momento, su andadura se debate entre los títulos de Señor de los Errores y Señor de los Horrores. 

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