Opinión

Cartas Galicia-Madrid: "Mugidos y rebuznos" y "A otro perro con ese hueso"

Mugidos y rebuznos

Querido compadre Itxu:

Como me conoces desde que yo no había nacido, sabes de mi predilección por el número cinco. Y no solo por su rima fácil, sino por su importancia para la Humanidad. Cinco son los dedos de una mano, cinco son los océanos de nuestro Planeta y cinco, los continentes, que en realidad son siete. Algo parecido pasa con los sentidos, pues a los cinco tradicionales -vista, gusto, tacto, oído y olfato- podían añadirse el sentido común y el sentido del humor. Empleo el pasado verbal adrede, puesto que estos dos últimos se perdieron hace tiempo. De exterminar el sentido del humor se han encargado los insufribles colectivos de ofendiditos y los odiosos muñidores de lo políticamente correcto; ambas, especies en peligro de expansión. De liquidar el sentido común se ocupan cada día políticos y líderes de opinión aupados en sus tribunas digitales. Hemos caído en sus redes. Antes de hacer un chiste hay que pensar las consecuencias, con lo cual pierde la gracia, y antes de decir lo que uno piensa ha de pensar seriamente si le conviene decirlo. Con lo cual, pierdes la libertad.

La ausencia de sentido común equivale a la prevalencia de lo absurdo, que es donde nos hemos instalado. Solo así se entienden iniciativas gubernamentales como esta: los mendigos que pidan limosna acompañados por un perro podrán ser sancionados con multas de hasta 10.000 euros. La soplapollez se enmarca en la redacción de una ley de protección animal que también prevé castigar a los dueños de perras que se queden preñadas por accidente sin la correspondiente licencia de criador. Y además, la norma establece que para tener un perro será obligatorio realizar un test de aptitud. Algo así como el teórico del carné de conducir, pero llevado a la peligrosa tenencia de un chihuahua.

Con estos preceptos, si las autoridades sorprenden a un pobre en la puerta de una iglesia, con una perra preñada por accidente y sin haber cumplimentado el test, lo crujen al pobre pobre. Y ojo, que encontrarse en las inmediaciones de un centro religioso podría ser un agravante. Antes de concluir que este país ha perdido el juicio definitivamente, cabe señalar que la ley está en proceso de redacción. Es decir, que no se ha aprobado aún y los legisladores todavía tienen la oportunidad de empeorarla. Así será, pues la única ley que se cumple inexorablemente en España es la de Murphy.

En este contexto social tan moderno, tan progresista y tan civilizado se entiende el drama de Carmina, una vaca del municipio asturiano de Siero, cuyos dueños han sido multados por sus mugidos. Los de la vaca, no los de los dueños. Al parecer, los vecinos del establo donde duerme Carmina denunciaron el volumen con el que la res se manifestaba. Entonces, el Ayuntamiento de la localidad se encargó de medir los decibelios con los que mugía la vaca, concluyendo que efectivamente aquello era un claro caso de contaminación acústica e imponiendo la correspondiente multa a sus propietarios. En esta historia no sé quién es más idiota, si los vecinos que se quejan de que la vaca muge o los responsables del Ayuntamiento dispuestos a amordazar a las vacas que no mujan bajito. En cualquier caso, lo de la vaca es la leche.

En un país donde se multa a una vaca por mugir, a un gallo por cantar o a un mendigo por pedir, acompañado del que probablemente sea su mejor amigo, solo queda proclamar aquello de “no cabe un tonto más”. Propongo que nos solidaricemos con la cabaña vacuna y su libertad de expresión saliendo todos al balcón a las ocho de la tarde a mugir. Y aún así, ya verás cómo se escuchan más rebuznos que mugidos. Porque, eso sí, burros tenemos para dar y regalar, solo que ahora ocupan despachos oficiales.

A otro perro con ese hueso

Querido compadre Quero: 

Escribo con el puño en un corazón, con las flores en nervio y gritando a todo el mundo eso de “¡que no pande el cúnico!”. China es una sorpresa constante, una caja de bombones en la que todos los bombones que no están envenenados, explotan. Si notas una redacción difusa es porque estoy escribiendo mirando al cielo, siguiendo de cerca la trayectoria del cohete chino fuera de control que se viene contra España. Lo he visto nada más levantarme y me he vuelto a cama. Hoy me he planteado algo nuevo por culpa del petardo chino: ¿Qué harías en caso de que un cohete fuera a impactar contra la tierra? Y he salido de dudas: dormir.

Lo del régimen comunista –el chino, no el nuestro- es un festival: primero nos contagian un virus asesino creado en un laboratorio, del que es obvio que no hemos salido más fuertes, que Sánchez basó aquel pronóstico en la fe en un método científico infalible: una campaña de publicidad. Y ahora pierden el control de un cohete de 23 toneladas que se dirige a la tierra, pero no a cualquier parte, sino a España. China intenta una y otra vez purgarnos con la misma frialdad con la que Xi Jimping purgó al expresidente Hu Jintao delante de las cámaras de todo el mundo. Creo va siendo hora de que tomemos cartas en el asunto y les paguemos a los comunistas chinos con la misma moneda: ¡arrojémosles a Alberto Garzón fuera de control! 

Mientras su colega Belarra la emprende con las mascotas, el de Agricultura ahora negará subvenciones a los ganaderos que no implanten un costoso sistema de control de los pasos que da cada animal y, leyendo lo que cuentas de Carmina, me temo que en breve obligarán a los propietarios de reses a instalar un decibelímetro encima de cada vaca. 

Y el ministro de Consumo no descansa en su cruzada contra la carne. Debe haber algo freudiano ahí, porque yo no he visto a nadie arrojarse con tanta ansia sobre un platito de jamón como Garzón en la pasada Feria de Abril. La imagen podría haberla protagonizado Morante en Las Ventas. Los hombros encogidos para atinar bien la puntería, la cabeza agachada para reducir el trayecto a recorrer entre el plato y la boca, el gesto serio y los labios apretados que demuestran concentración de cirujano, la mirada directa al plato, con los ojillos achinados para enfocas mejor a la víctima, el brazo derecho flexionado con el codo expuesto para impedir al resto del corro acceder al jamón–el brazo izquierdo extendido mientras finge que consulta el móvil, frenando a otro comensal-, y la mano en posición de garra de cernícalo, con dos dedos haciendo la pinza sobre el platito, llevándose tres lonchas de una sola caída. Y este es el que te dice que lo que tenemos que comer son semillas de chía.

La industria está sufriendo un varapalo tras otro, no solo por la crisis sino por la acción del Gobierno, que los persigue como si fueran criminales. El sector acaba de pedir que se retrase el impuesto al plástico, porque podría darles la puntilla. La Montero ya ha rechazado el aplazamiento tres veces. ¿Nadie en todo el Consejo de Ministros es capaz de entender que el impuesto no salvará en absoluto el planeta y sí disparará aún más el precio de la carne? No, porque en sus restaurantes de lujo el chuletón de vaca vieja viene ya sin plástico.

Y entretanto, Garzón a lo suyo; yo de él, si tengo fama de burro, no me metería con tipos que trabajan en mataderos. “Un nuevo estudio sugiere, otra vez, que reducir el consumo de carne y reforzar las redes de transporte público podrían contribuir de manera notable a salvar el planeta”, tuiteó el otro día. Y a mi me suena a aquello que escribió P. J. O’Rourke: “Todo el mundo quiere salvar el planeta, nadie quiere ayudar a mamá a fregar los platos”.

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