Opinión

Cartas Galicia-Madrid: "Por tu propia seguridad, destierra la verdad"

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Por tu propia seguridad, destierra la verdad:

Querido compadre Itxu:

Ayer hice un experimento. Me dirigí por la mañana hasta una zona boscosa cercana a casa y una vez allí proclamé a los cuatro vientos y al mayor nivel de decibelios posible que era de día. Después del grito atronador esperé unos minutos y comprobé con asombro que no pasaba nada. No conforme con el resultado, repetí la experiencia por la noche, berreando esta vez que era de noche, obteniendo idéntico efecto. Nula reacción. Quizá influyó que no hubiera un alma a mi alrededor, aunque creo que se me pudo escuchar más allá de los límites provinciales. Posiblemente te preguntes qué intentaba demostrar. En realidad, y a pesar del riesgo físico que corrí, pretendía comprobar si decir la verdad provoca inmediatos insultos, linchamientos, censuras y reacciones adversas en general. Estoy seguro de que si repitiese la experiencia en plena Gran Vía a las 9 de la mañana, anunciando que es de día, el resultado hubiese sido diferente y no habría salido vivo. Pero no tengo tanto valor y sí bastante aprecio a mi integridad física.

La iniciativa me surgió a raíz de saber que llamar filoetarras a los filoetarras lleva consigo la expulsión inmediata del Congreso de los Diputados entre reproches, amonestaciones y abucheos. Parafraseando a Voltaire, donde hay poca justicia es peligroso decir la verdad y tener razón. Por el contrario, si la ministra que hace la ley que provoca la excarcelación de violadores acusa a la oposición de fomentar la cultura de la violación, no pasa nada. Como mucho, se interpretará la afirmación como una travesura verbal. Reconozco que desconocía la existencia de una cultura de la violación. Ignoro si tendrá algo que ver con aquello de azotar a una mujer hasta hacerle sangrar, que pronunció el líder del mismo partido de la ministra para divertimento de su parroquia “progresista”.

Me queda claro que la contradicción, la mentira o incluso la burrada se acoge cada vez con mayor agrado y entusiasmo, elevándola a dogma, mientras que la verdad penaliza, cotiza a la baja y es en sí misma peligrosa. Recuerdo ahora la frase de mi admirado Pedro Ruiz: “para ser impopular, diga siempre la verdad”. Llamar golpe de estado al golpe de estado es una temeridad a evitar. Lo mismo que llamar secesión a la secesión, por eso le han cambiado el nombre. Igual que llamar malversación a la malversación, traidor al traidor o ignorante al ignorante. Podría concluirse que la verdad está sobrevalorada, que es inconveniente y en los casos en que refleja fielmente la realidad llega a ser delictiva. No es nuevo. Ocurre desde hace siglos en las dictaduras. Lo novedoso es que suceda también en las democracias que, como la nuestra, ha cambiado el principio de libertad de expresión por el de libertad de presión. Presión para quien ose decir la verdad haciendo uso de su libertad.

Llegados a este punto, me temo que la cobardía nos conducirá a cambiar nuestro modo de hablar. Si no queremos fenecer, nos debemos ir acostumbrando a decir que hace sol cuando llueva, a llamar justicia a la injusticia, a llamar hombres de paz a los terroristas y accidente al atentado. Creo que esto último ya lo hizo alguien que llegó a presidente del Gobierno y desde entonces no le va nada mal. Así que ya sabes, compadre, adáptate cuanto antes a los nuevos tiempos. Si quieres ser tenido por intelectual de prestigio, benefactor social o servidor público miente como un bellaco. Al más puro estilo de Santos Discépolo, “hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, choro, pretencioso, estafador; todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor”. O ministra.


Es todo tan vejatorio

Querido compadre Quero:

Solo a ti se te ocurre decir la verdad. El descubridor de la posverdad logró mentir hasta al ponerle el nombre. Que eso que llaman posverdad no es más que la mentira de toda la vida después de pasarla por un par de filtros de Instagram. Satanás tiene la deshonra de recibir el título de príncipe de la mentira. Lo que te da una idea de cómo de importante resulta al mal triunfar en su lucha contra la verdad. No es que los políticos se hayan distinguido habitualmente por ir con la verdad por delante, pero lo cierto es que de un tiempo a esta parte su relación con la vieja virtud de llamar a las cosas por su nombre es escandalosamente esquiva. Tal vez se toman demasiado en serio la vieja sentencia de Wodehouse: “Uno de los inconvenientes de la vida es que hay momentos en los que uno se ve obligado a decir la verdad”. 

El Gobierno siempre lleva más allá de lo esperado su capacidad de gestionar el engaño. Decían los sabios que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo, pero el gabinete de Sánchez está a punto de desmentirlo. Su modo de proceder es así: primero se inventan la trola y tratan de engañar a la opinión pública, y después, sea cuál sea el éxito que la trola haya alcanzado, legislan sobre ella con el pernicioso objetivo de penalizar al disidente. 

Un ejemplo: se han inventado que la querencia de los niños por el azul y las niñas por el rosa, como la querencia de los niños por los balones y las niñas por las muñecas, no son algo natural, ni son una decisión libre de los críos, sino una violenta imposición heteropatriarcal o algo así. De modo que tras dos años de campañas publicitarias surrealistas –incluyendo la célebre huelga de juguetes de Garzón-, ahora van un poquito más lejos y traspasan la trola al BOE. Me refiero, lo habrás adivinado, a la nueva ley de publicidad del Ministerio de Consumo que prohíbe asociar muñecas y cocinitas con las niñas, así como emplear azules para los niños y colores rosas para las niñas. 

Según el más prescindible de los ministros, los juguetes de las niñas sugieren prácticas de cuidado a los demás, trabajos domésticos, o rutinas de belleza personal, y que se trata de algo “discriminatorio y vejatorio”. En realidad, si aún es posible decir algo verdadero sin terminar en prisión, lo que es discriminatorio y vejatorio para los españoles es que tengamos un ministerio inventado para contentar a los socios de Sánchez, presidido por un tipo como Garzón, cuya principal preocupación, con la que está cayendo, es que los niños no jueguen al fútbol y las niñas no jueguen con muñecas, no vaya a ser que en algún lugar de España quede todavía alguien que, en algún momento, o en alguna edad, toma sus malditas decisiones en libertad sin consultar previamente al Gobierno.

Está tardando la oposición, en particular el PP, en hacer una lista pública de las leyes que derogará el día uno tras su llegada al Gobierno. Porque toda esta basura ideológica, que nos indigna tanto por la complacencia en la mentira como por el despilfarro de fondos públicos, tiene consecuencias. En contra de lo que cree aún un sector demasiado numeroso del partido de Feijoo, estas bobadas no son bobadas: tienen consecuencias. Por supuesto, las tienen las leyes, pero también el poder prescriptivo que las acompaña. Debes saber, compadre, que ya hay infinidad de colegios en España que prohíben a los niños jugar al balón varios días a la semana y les obligan a cambiarlo por aritos y otras caralladas para erradicar estereotipos de género.

En mis tiempos si el colegio nos prohibiese jugar al balón por no sé qué demonios que hubiera dicho un señor en el Gobierno, lo más probable es que prendiéramos fuego a la cancha y posteriormente nos comiéramos vivos al director. 

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