Opinión

Cartas Galicia-Madrid: "Despreciables empresarios" y "El Gobierno nos quiere pobres"

Querido compadre Itxu:

Madrid contiene distintas ciudades. En una de ellas, la de los negocios, sólo se habla esta semana de la marcha de Ferrovial a Países Bajos. Una compañía de altura en un país bajo parece un contrasentido, pero en realidad los bajos allí son los impuestos, en comparación con los de España, donde cada día cuesta más caro vivir peor. Mantengo que no habría paraísos fiscales si no existieran infiernos fiscales. España es uno de ellos, donde se castiga el emprendimiento y el trabajo. Por eso hay empresas que emigran a lugares con un clima fiscal más propicio. El resultado inmediato para Ferrovial tras anunciar la mudanza fue una fuerte revalorización en bolsa. Normal. El traslado le ahorrará unos 40 millones de euros en impuestos. Aproximadamente un 10% de los 378 millones que apoquinó a Hacienda el año pasado.

En este Gobierno, en el que no falta de nada salvo sentido común, la reacción inmediata de la vicepresidenta de Asuntos Económicos ha sido echar la bronca a los señores de Ferrovial por pretender escapar de la cacería impositiva. Hasta les ha reprochado que le deben todo a España. No que le deban un poco (lo que les corresponda pagar en impuestos) ¡No! ¡Se lo deben todo!

Quienes gobiernan lo que queda de España creen que la crisis, el paro o la inflación se arreglan ensanchando el butrón en el bolsillo de quienes generan riqueza. Es como si te estás ahogando y en lugar de un flotador te lanzan unas pesas. Si sales a flote a pesar de la “ayuda”, no será raro que huyas a aguas menos profundas. Y así es como un país acaba perdiendo tejido empresarial y recaudación.

Abroncar a los empresarios es una afición muy de Moncloa. Sobre todo si suben los precios porque les suben los costes. Aquí los únicos legitimados para asfixiar económicamente a todos son los del Gobierno, porque ellos lo hacen por un bien superior: lo público. Y en nombre de lo público aumentan el gasto y extralimitan el déficit exigiendo a las empresas que sean solidarias con su derroche. Construyen carreteras y contratan funcionarios útiles, sí, pero también amamantan a asesores inútiles y comités de expertos en llevárselo calentito; y reparten millones de euros en subvenciones para proyectos absurdos, estudios ridículos y asociaciones sin sentido… Y todo este fasto del gasto lo multiplicamos por cinco, que son los cinturones administrativos que soportamos. A saber: Administración local, provincial, autonómica, central y europea. Sostenemos una concejalía de Sanidad, una delegación provincial de Sanidad, una Consejería de Sanidad, un Ministerio de Sanidad y una Comisión Europea de Sanidad. Ahora vete a pedir cita a la sanidad pública y observa en qué se traducen tus impuestos. Lo único que se traduce es el formulario de reclamación: en castellano, en gallego, en euskera, en catalán y en valenciano. ¡Gran avance! Creo que también puedes elegir la lengua en la que deseas recibir la extremaunción, si llega el caso porque lo que no llega es tu cita médica.

Y ay de ti si eres uno de esos empresarios que dona un pastizal en tecnología de diagnóstico a la sanidad pública. Caerán sobre ti los podemitas más exacerbados porque habrás demostrado que, además de explotador, capitalista y evasor fiscal, eres un hipócrita que da míseras limosnas para parecer bueno.

Para estos chicos que nos gobiernan un empresario es un ser despreciable. Y el objetivo de una empresa no debe ser ganar dinero, sino dárselo a ellos, a los profesionales de la política y sus adláteres, incluidos los que se esnifaron el dinero de los parados de Andalucía, los gurtelianos de la cuenta B o los “egipcios” que cenaban con el Tito Berni en el Ramsés. Así está la cosa.


Querido compadre Quero.

Me gustan los ricos. Es lo que tengo. Me gustan los ricos, las empresas que ganan dinero, y que la gente pueda hacer lo que le salga de las orejas con lo que se ha ganado. Me gusta la meritocracia. Me gusta, en fin, todo lo que esté Gobierno desprecia. Si por meritocracia fuera, el único reservado que frecuentarían la mayor parte de los ministros es el de la cita previa de la cola del paro. 

Han aprendido economía en un sindicato de facultad y todo lo que saben del libre mercado lo descubrieron haciendo truque de tomates ecológicos y hierbas graciosas en una jaima de la puerta del sol en el 15M. Si fuéramos conscientes de esto, no nos sorprenderíamos tanto de su estupidez infinita y reincidente; en realidad, crónica. Uno de los problemas de no haber hecho nada en la vida, más allá de saltar de las asociaciones estudiantiles a las juventudes de partido, y de ahí a las secretarías generales, es que se alejan del mundo real día tras día. Y al fin, cuando alcanzan el ministerio, viven en la estratosfera del coche oficial y la adulación, desde donde no se entiende lo que se cuece ahí abajo, y no tienen la menor intención de informarse. Gobiernan por instinto primario: filia y fobia, hambre, beneficio propio, codicia, y soberbia, una extrañísima y paradójica soberbia.

La salida de Ferrovial es lo normal. Y el caso Ferrovial ha saltado a la prensa. Imagina cuántos pequeños ferroviales están haciendo en secreto lo mismo, hartos de ser saqueados, hostigados, acosados e insultados por un Gobierno de incompetentes y matones. Tienen ahora la desfachatez de hablar de patriotismo, quienes llevan años despreciando patriotas y equiparando la bandera de España con el fascismo, sin despeinarse. 

Lo único que me pregunto es en qué están pensando las demás grandes empresas que aún permanecen en suelo español. A qué esperan para reunirse con el Gobierno y decir: se acabó la broma, o renuncias al saqueo salvaje con el que estamos financiando tu enloquecida gestión económica o nos vamos, yo no voy a seguir pagándote la fiesta. Y que sea Sánchez el que decida si quiere de España un solar con una inmensa maquinaria pública imposible de pagar, o un país mínimamente competitivo en el que no se esté poniendo día tras día en el disparadero a los empresarios, a los únicos que crean riqueza. 

Esta banda de mendrugos con cartera debía besar el suelo por donde pasa un empresario español, que se deja su vida y su dinero en inventar dinero y puestos de trabajo en el país con el gobierno más ingrato, torpe y traidor del mundo. Casi todas las empresas saneadas pueden superar un poco de incompetencia, una pandemia, un cierto nivel de crisis económicas, pero están siendo incapaces de sobrevivir a la ineptitud del Gobierno, que ejerce el arbitraje como los pupilos de Negreira, que culpa a las empresas de todos los efectos nocivos de su propia gestión, desde el aumento de precios de los alimentos hasta las verdaderas cifras del paro, que no son las que ofrece la Yoli, obviamente, que es ministra a tiempo parcial y maquilladora de Excells a media jornada.

Ingenuo, pensé que la salida de Ferrovial provocaría un conato soterrado de autocrítica en La Moncloa. Me equivoqué como siempre. No contentos con el destrozo internacional de su negligencia, han salido en manada, cual hienas hambrientas de sangre ajena, no a enmendarse, no a callarse, sino a atacar a Del Pino, quién por ascendencia ribadense ya contaba con mis simpatías, y que ahora, por esta lapidación gratuita de podemitas y socialistas, asciende en mi vitrina al estante de la heroicidad sin capa. 

En fin, compadre, hay que estar muy loco para ser empresario en la España de Sánchez. 

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