Opinión

Cartas Galicia-Madrid: " ¡Hasta aquí hemos llegado!" y "Esto es el fin"

Querido compadre Quero:

Cantaban Los Cucas hace años: “Esta es la última carta que voy a escribirte / desapareceré y podrás ser libre”. Lo más famoso de la canción era el coro: “chup, chup, chup…”. Seguro que no te acuerdas. Que tienes la memoria cada día peor, deberías darte al pescado azul, que dicen que son bichos como el atún y el salmón, aunque el salmón de toda la vida de Dios ha sido rosa. Mira, no sé. Vengo a decirte que desde hace semanas la situación de estas cartas se estaba volviendo insostenible, venga a rebatirme y a meterte con mis despistes, Gustavo, y no estoy dispuesto a admitirlo, Jacinto. 

Con todo, la gota que colmó el vaso fue tu última misiva; y no la carta en sí, si no el mechón de pelo pectoral que introdujiste en el sobre, como gesto de amistad, hachas enterradas, y buena voluntad. Le hecho la prueba del Carbono-14 al contenido piloso y me ha salido que pertenece a un mamut joven del año 70.000 antes de Cristo. Ahí lo dejo.

Durante meses te he venido contando cómo está mi tierra y cómo se ve Madrid desde Galicia, leyendo con diligencia militar tus cartas, y sobreviviendo a largas llamadas donde me avanzas lo que posteriormente ibas a contarme por correo. Eres el prototipo de persona que manda un WhatsApp y al segundo te llama para decirte que te ha enviado un mensaje, y se pasa media hora diciéndote lo mismo que ha escrito, pero en versión Premium para suscriptores del podcast. 

A propósito. Yo creía que no quedaban ya remitentes en el mundo entero que enviaran las cartas atadas con cuerda de esparto. Compadre, ¿de qué siglo vienes? No tengo muy claro si es que estás deshaciendo alpargatas y aprovechando el material, o es que crees que alguien tendría el más mínimo interés en violar la privacidad de nuestra mensajería e indagar en nuestra correspondencia. Para tu información, debido a mis extremas medidas de seguridad postal, nadie –y cuando digo nadie, digo nadie, como Sánchez- ha leído jamás ninguna de las misivas que me has enviado. El otro día cuando me llamaste para confesarme que tenías la sospecha de que alguien estaba publicando en el periódico nuestras cartas, ofendido por tamaña falta de privacidad, me pareció que te estabas volviendo tarumba. Más aún, quiero decir. Me conoces desde hace por lo menos cinco minutos: ¿Me crees capaz de algo así?

El jueves en lo de Mota imitando al de Los Chunguitos te vi al fin, y descubrí con pavor que la pesadez que irradias no es solo metafórica. No sé si te has propuesto cubrir todo el plano tú solo, pero en mi opinión deberías marcarte una dieta de choque. Te recomiendo la del coco. Cada vez que tengas hambre, golpéate los dientes con un coco. No adelgaza, pero tampoco engorda, como rajar del Gobierno en funciones.

Por la amistad que nos une, y con el corazón en la mano (puedo ahora mismo sentirlo bombear sobre mi palma), debemos poner fin a este intercambio epistolar que tan amablemente ha acogido durante esta temporada La Región, y con el que hemos puesto a prueba la paciencia de nuestros queridos lectores. Te diría aquello del “no eres tú, soy yo” pero no. Diré la verdad: ¿Crees que voy a pasarme todo el verano escribiéndote cartas desde mi aburrida mesa de escritor mientras tu te explayas con tu sucesión de paellas, baños en calas paradisíacas, y demás ostentaciones? Dicen, compadre, que la envidia es mala consejera, pero en este caso es buenísima; no voy a darte el placer de que me lo repases por los fuciños, como decía el gran Arsenio Iglesias. 

Me despido con un intenso y breve abrazo, que estos señores tan majos que nos leen querrán seguir leyendo el periódico. Tuyo, siempre. A veces.
 

Querido compadre Itxu:

Te escribo mientras hago las maletas. Es todo un arte preparar el equipaje. Una experiencia que requiere destreza de neurocirujano para aprovechar al máximo el espacio libre. Cuando viajas en avión te das cuenta de que lo que más se aprecia es el espacio. Por eso, algunas compañías te la miden, la maleta, y te cobran cada centímetro de más. Suele pasar cuando frecuentas malas compañías. También inspeccionan el peso máximo de equipaje permitido. El día que se fijen en el sobrepeso de algunos viajeros, se queda medio pasaje en tierra. Vigila, no vayas a encontrarte entre ellos. Lo único que no miden en los aviones es el increíble espacio menguante entre tu asiento y el respaldo del de delante. Ahí no cabe la mitad inferior de un ser humano por más que se empeñen, salvo que te cercenes las rodillas antes de subir a bordo. Yo ya he viajado en varias ocasiones en esa posición de yoga en la que entrelazas las piernas por detrás de la cabeza. Las primeras tres horas de viaje resulta algo incómodo, pero luego te acostumbras. Tampoco se tienen en cuenta las dimensiones de los baños de los aviones donde, para sacártela, y esta vez no hablo de la maleta, hay que tener al menos el tercer curso de contorsionismo aprobado. Incluso cumpliendo con las máximas dimensiones permitidas, nadie te garantiza que trasladen tu bolsa de mano a la bodega. Y no te confundas, que yo solicité bajar a la bodega también y allí no había ni una mísera botella de vino.

En fin, voy echando en la maleta los buenos ratos que hemos pasado en este cruce epistolar que tan amablemente nos ha cedido La Región, a cuyo equipo estoy muy agradecido, en especial a su editor Óscar Outeriño. Doblo con cuidado las opiniones aquí vertidas, como las camisas, no se me vayan a arrugar. Y lo mismo hago con la chaqueta de la ironía y la ropa interior de las reflexiones. Espero que los lectores lo hayan pasado tan bien leyéndonos como nosotros escribiendo. En el neceser, las cosas más íntimas, que esas son sólo para mí. Y dejo fuera de la maleta los nombres de algunos personajes que tantos argumentos nos han dado para la crítica y la sátira. Al frente de todos ellos, cómo no, Pedro Sánchez, que lejos de hacer las maletas piensa perpetuarse en La Moncloa así tenga que pactar con Puigdemont o con el mismísimo Satanás. Entre votos escrutados y excretados ha conseguido ampliar su número de escaños para acabar de escoñar este país. Y ante la manifestación democrática de los electores en las urnas, uno no puede más que aceptar el resultado, deseando que sus fieles disfruten lo votado y que a la totalidad de españoles les asista la buena suerte. Creo que la van a necesitar. Gobernará el que ha perdido porque el que ha ganado lo tiene todo perdido. PSOE, Sumar y PNV prefieren acostarse con Bildu antes que desayunar con el PP. El frentismo sectario ha encontrado hueco suficiente para seguir expandiéndose en lugar de buscar un gran acuerdo nacional que permita atender la demanda del 65 por ciento de los ciudadanos que han votado a los dos grandes partidos constitucionalistas. Y así será como el futuro de España dependerá de la voluntad de un condenado por terrorismo y un prófugo de la Justicia. ¡Bravo! Hemos conseguido el más imposible todavía.

Es momento de retirarse, compadre. Me refugio en mis otras dedicaciones que, por suerte, son muchas, fiel a mi máxima de “cuando la actualidad te ataca el humor te rescata”. Te deseo lo mejor y espero encontrarte en la barra de algún bar con el anhelo imposible de que por una vez en tu vida te pagues una ronda. Ha sido un auténtico placer, pero se acabó. Esto es el fin.

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