Opinión

Cartas Galicia-Madrid: "Serrat y el adiós" y "Ochenta ministros y un autogolpe"

Serrat y el adiós

Querido compadre Itxu:

Se va Serrat. A su despedida no podíamos faltar quienes apreciamos Aquellas pequeñas cosas que van haciendo toda una vida. Entre este tipo y yo hay Algo personal, por sus Cantares, y De vez en cuando la vida te enseña que Hoy puede ser un gran día, una Fiesta en el Mediterráneo en la que No hago otra cosa que pensar en ti, en Los recuerdos y en Mi niñez.

Dice el Nano del Poble Sec, cínico y socarrón, que una canción no es más que palabras que se cantan o música que se habla. Dos horas y media estuvo en el escenario hablando canciones y cantando palabras. El público podría haber aguantado embelesado mucho más tiempo añadido, bises, prórrogas y hasta penaltis, ajeno incluso al molesto aviso de la vejiga por efecto de las próstatas, que ya no son lo que eran. Y es que edad media de los presentes superaba los 65. A mi lado, una joven de 22 años, flipaba porque era el primer concierto al que asistía en el que la gente permanecía sentada, no cantaba y no sacaba los móviles. Es que aquí se viene a escuchar, a recordar y a emocionarse. Creo que la muchacha, hija de quien te escribe, me entendió.

En tiempos en los que la militancia condiciona los gustos artísticos, Serrat logró reunir personas. Todos en torno al talento y el arte. Las ideologías quedaron felizmente aparcadas en los aledaños del Palacio de los Deportes, rebautizado como Wizink Center. Ya sabes, compadre, que en Madrid los teatros tienen nombre de empresa, los recintos deportivos son empresas con nombre de multinacional y las multinacionales hacen teatro con poco espíritu deportivo. Esto no tiene nombre. Con este panorama es normal que los cantautores se jubilen. De hecho, eché en falta Palabras de amor, que quedó fuera del repertorio.

Lo que no consiguió fue su declaración de intenciones inicial de que esa no fuese una noche de nostalgia y de recuerdos. Imposible. Inalcanzable para un poeta melancólico y para un público con los ojos llenitos de ayer, cuando no eran así su rostro ni su piel, aunque en este caso sí era él a quien esperábamos como Penélope sentada en un banco en el andén.

Suelen hablar bajo quienes piensan alto. Y así lo hizo Serrat. Supliendo con emociones los huecos de la voz ajada por 79 años de actividad incansable. Consiguiendo por un rato que no hablásemos de Luis Enrique y de su apreciable habilidad para unificar la opinión de todos los españoles, que por una vez coinciden en algo, en su incapacidad como seleccionador. Objetivo cumplido, el de Serrat, digo.

Son las caras diferentes del adiós. Uno puede hacer mutis por la puerta grande o por la de atrás. Luis Enrique, para quien la vida pasa entre pases, se larga tras haber conquistado la Copa del Mundo de la soberbia, ese pecado capital que nos hace confiar en nuestros errores y que marquemos goles en propia puerta. Cuatro años que parecen 40.

Serrat, seis décadas haciendo lo que le gusta y haciendo que guste lo que hace. Tanto ha pasado desde su presentación en Madrid, teatro Carlos III, cuando salió al escenario cegado por los focos y confundió una barandilla brillante, situada entre el escenario y el patio de butacas, con las candilejas que marcaban el límite de la tarima y, yendo más allá, cayó al vacío, levantándose de inmediato sin dejar de cantar eso de “golpe a golpe”. Caer deslumbrado y volverse a poner en pie. Buena metáfora de la vida, aunque ésta sea, como recordó en su despedida, parafraseando a Gabo, no lo que vivimos, sino cómo lo recordamos. A Serrat siempre lo recordaremos, al menos yo, como parte de nuestra vida. Por eso hay adioses que duelen y otros que alivian. Y dicho esto, les deseo lo mejor a ambos.

Ochenta ministros y un autogolpe

Querido compadre Quero:

Serrat, Sabina. Ahí siguen. En su ultimísimo aliento. Vivimos tiempos históricos para la cultura española y no sé si nos damos cuenta. Con menos ruido se ha jubilado también el inmenso José Luis Perales, a quien admiro todavía más que a los dos anteriores, que ya es decir. Se va lenta, como baja una marea perezosa, una generación que supo hacer música de la poesía, y poesía y de la música.

De toda tu extraordinaria crónica, lo que más me ha tocado el corazón es eso de que sea posible ir a un concierto sin que una nube de móviles te impida ver el escenario. Admito que el último concierto de un artista es tentador. Yo solo he estado en una despedida, la de mi amigo Alex Díez, de Los Flechazos y Cooper, que decidió colgar la guitarra en 2019 después de casi 40 años de regalarnos canciones y emociones, para seguir dedicándose a la música y la cultura pop a través de otros proyectos culturales en su Fundación Club 45. 

Aquella noche, su último concierto, con todas las canciones que me han visto crecer desde la niñez hasta antes de ayer, quería verlo todo, pero también quería recordarlo, registrarlo. Al final viví un show de locura en primera fila, de la que solo me ausenté unos minutos para tomar, desde el fondo de la sala, un par de fotografías que aún conservo con cariño. Es lo que tú dices: hay días que solo tiene sentido ir a “escuchar, a recordar y a emocionarse”.

¡Ah! Nunca me ha gustado hacer leña del árbol caído. Así que no dirá más de lo mucho que ya he dicho sobre Luis Enrique. Que tanta paz, como descanso. Así sea.

Está claro que, Serrat y Luis Enrique, son dos maneras diferentes de irse. Pero hay una tercera, que es prendiéndole fuego a todo, y que es mucho peor que cualquier otra. Es lo que ha hecho Castillo en Perú, demostrando que la deriva totalitaria de la izquierda latinoamericana es como una casilla del Monopoly por la que todo el continente debe pasar cíclicamente, sin alternativa posible. Lo bueno es que su golpe de Estado a sí mismo fracasó y lo malo es que miles de columnistas volverán a titular sus artículos con el manido comienzo de Conversación en La Catedral de Vargas Llosa interpretado a su manera: “¿en qué momento se jodió el Perú?” es quizá el que más se aproxima a la cita literal. 

Castillo ya era un inútil y un peligro antes de que la fiscalía lo acusase de liderar, dentro de su propio Gobierno, una organización criminal para obtener beneficios económicos. Sin embargo, algo ha funcionado bien en Perú cuando ha podido ser acusado y destituido, pese a la intentona golpista en la que miembros de su propio Gobierno, y sobre todo el ejército, le plantaron cara. De todos modos, he estado pensando que cuando salga de la cárcel tiene futuro en España. Al margen de corruptelas y de su ineptitud, algo que en todo caso le acredita para entrar en el actual Ejecutivo español, desde que ganó las elecciones por la mínima, el tipo ha nombrado cinco gabinetes distintitos, acumulando la extraordinaria cifra de ochenta ministros. ¡Ochenta ministros, compadre! Estoy convencido de que los ojeadores de Sánchez están a punto de echarle el guante. Creíamos que lo nuestro era un dispendio insuperable, pero lo de Castillo es otro nivel.

Sea como sea, a Castillo lo han dejado todos sus amigos, incluso los que tenía en nuestro Consejo de Ministros, que celebraron su llegada al poder y ahora miran hacia otro lado, carraspean, y finalmente no dicen nada. El único que ha permanecido fiel al ya expresidente es el mexicano López Obrador, y en nada quiero insinuar que pudiera tener algo que ver el hecho de que su sobrenombre popular en México sea… “López Cobrador”. 

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