Opinión

Acepto mi nuevo cargo

Mis relaciones con los líderes del Partido Popular siempre han sido buenas. No es de extrañar, me encantan los vegetales y soy amigo de casi todos los animales.

Rajoy es gallego como yo. Y le gusta el ciclismo y las cosas de los pedales, como a mí, que me gusta el ron con coca cola y pisar el acelerador y el freno al mismo tiempo. En Galicia, los populares cuentan con Núñez Feijóo, que es un señor que nunca se ha sentado a cenar conmigo y eso dice mucho a su favor. Y mi último apretón de manos con alguien del partido fue hace poco, con un fontanero de La Moncloa. No dejamos huellas. Él llevaba guantes y soplete, y lo quemamos todo después de brindar varias veces por las tuberías de polietileno y las melenas de Montoro.


Mis relaciones con el partido del Gobierno van más allá de la cordialidad. No alcanzan el amor total. Vale. Pero mi condición de mendrugo profesional me sitúa muy en la órbita de varios ministros, la gestión de mi propia salud es muy parecida a la de Ana Mato en Sanidad, y cuando bebo orujo soy capaz de proferir “Manolos” casi tan elegantes y femeninos como los de Celia Villalobos. Hay, por tanto, muchos puentes entre el Partido Popular y yo, pero no sé si tantos como para liderar el PP de Andalucía. Estoy aturdido y muerto de miedo ante el reto.


Presidente. Me he enterado por la prensa y lo llevo fatal. Nuevo líder del PP de Andalucía. Tres noches ya sin dormir. No me lo esperaba. Pienso si se habrán equivocado, pero no. La fotografía de las portadas no deja lugar a dudas. Rajoy me ha elegido para portar el famoso dorsal de Javier Arenas. El cero. No creo que esté en mi mano superar su marca en las urnas, pitagóricamente muy próxima a su dorsal, según mis matemáticos de cabecera.
Desde mi nombramiento, mi popularidad se ha disparado. Creo que ha herido a alguien. La gente me para por la calles. Me invitan en los bares a más gintonics de los que puede asumir mi hígado, “tan maltrecho y ajado que está cerrado por derribo”, como canta el viejo. Y las niñas más guapas de Nuevas Generaciones me piden para salir cada noche, como si tuviera yo cara de querer salir a algún lugar, con lo que me a mi me gusta entrar, y con lo bien que se está en casa en calcetines calentando biberones. El carnicero me ha dicho que él siempre ha sabido que yo tenía madera de político y algunos distinguidos columnistas se han apresurado a ponerme a caldo de forma preventiva. Incluso me ha parado un tipo en el barrio de Salamanca al grito “¡a ti te cabe el Estado en la cabeza!”. Lo siguiente que ha hecho es ofrecerme una comisión por un terreno. He aceptado al instante. El deber es el deber.

No sé cómo se hace esto de la política. No sé muy bien por dónde empezar. Por lo pronto esta madrugada he atracado un banco y esta misma tarde me dispongo a dar un mitin encima de cuatro paquetes de folios, como el inolvidable discurso de despedida de Pedro Jota en El Mundo. Y hablando de ahorcados: ya tengo enfilados a tres directores de periódicos. Que me han contado que ahora en Génova o te cargas a un director o no eres nadie.


Leo en la prensa que hasta ahora me he dedicado a la organización de eventos durante muchos años. Me gusta. “Evento” es la forma que tienen los cursis de denominarlo todo, excepto el arroz con leche y los impuestos.


Cariño, tenemos un evento a finales de año
¿Algo del Partido? – pregunta él, con ese acento que ponía el tio de Kim Jong-Un antes de que se lo comieran los perros.
No. Estoy embarazada.
Genial. ¿Lo afiliamos ya o esperamos a que nazca?
En la prensa se meten mucho con mi currículum y me alegro. Así he podido conocerlo. No tenía ni idea de haber hecho tantas cosas estúpidas en la vida. Y de las condecoraciones, menos. Dicen los columnistas -ese gremio de sabiondos- que soy un analfabeto sin estudios. No les falta razón. Comprendo que les moleste que haya llegado tan lejos sin escribir en un periódico. Esa cátedra. Ahora que lo pienso, sí que escribo en un periódico. En realidad, en varios. Serán cosas de la envidia, entonces. Suerte que Rajoy sólo lee el Marca, de lo contrario mi nombramiento habría sido con conocimiento de causa, y mi causa -la de mi proceso final- habría sido inmediata.


Escucho en el telediario que he propuesto aumentar al máximo el número de mujeres en la Ejecutiva del PP-A para hacerla “lo más paritaria posible”. Buena excusa para deshacerme de la cohorte de aduladores y cambiarla por aduladoras. Con este me aseguro el voto femenino. En concreto, el de mi madre. Eso me catapultará al estrellato.


Llevo Andalucía en la sangre y eso me permitirá hacerme en seguida con el público. Lo primero que haré será trasladar a enero la feria de abril. Así evitamos la cuesta económica de comienzos de año. Los andaluces borrachos y bailando durante semanas no tendrán tiempo de mirar la cuenta bancaria hasta que llegue febrero, pero entonces tampoco lo harán, porque estarán muy ocupados pidiendo mi dimisión en la calle. Y yo siempre escucho a la calle. Lo que ocurre es que no habla. Tengo en este momento la oreja pegada a la acera, a la manera de los indios Nunga-Nunga, y puedo constatarlo.


Confieso que tras la sorpresa inicial ha llegado el júbilo. Gracias de corazón, Presidente, por pensar en mí. Entre todos haremos de Andalucía algo grande e insólito. Tal vez logre empeorar los resultados de Javier Arenas. Pero con la mitad de oportunidades electorales que le han dado a él tengo resuelta la vida hasta mi jubilación.


Así provecho esta tribuna para decir públicamente que sí. Que acepto. Que estoy muy feliz de formar parte de la historia de Andalucía, y dispuesto a trabajar con las andaluzas y los andaluces, que no dejan de pararme por la calle. Atravieso hoy Granada y no paro de firmar autógrafos. No he firmado tantas veces ni en la ventanilla de Hacienda. No me importa fotografiarme con los militantes. Lo único que agradecería de corazón es que dejarán de una maldita vez de confundirme con el célebre columnista y escritor gallego Itxu Díaz. Paso muy mal rato explicando que no soy él. Y la mayor parte de las chicas huyen al conocer la verdad.

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