Opinión

Que alguien invista a alguien ya

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Que nos van a hacer ir a votar otra vez, Señor, y esto ya no es democracia, es vicio. Y aún hemos de dar gracias si no nos hacen ir a las urnas con el polvorón y la pandereta, que sería una alegoría perfecta de la vida política española de las últimas décadas. Pero que no es posible que regresemos de vacaciones para meternos otra vez en el mismo jardín, que más bien parece la jungla, pero la Jungla de cristal. Que no hay quién lo pueda entender, con la de tiempo que les hemos dado para que se pongan de acuerdo. Hagan algo, por favor. No sé, que venga Tejero, o Indiana Jones, o Iniesta, o alguien, y nos saquen al fin del tedio informativo, que ha habido más desmayos por sueño durante el debate de investidura que en la emisión de una partida de ajedrez a cámara lenta. Nos merecemos un gobierno, de acuerdo, pero sobre todo nos merecemos un gobierno que no nos duerma, parafraseando al tipo de las botellas de Anís del Mono.

Lo peor de Pedro Sánchez no es su empeño en aludir a unas fuerzas del cambio que, en las urnas, ni son fuerzas, ni son de cambio. No. Lo peor es que se muere por abrir telediarios y, como jefe de la oposición, no se sale tan guapo y eso está más que comprobado por el propio Aznar, que compró en el Ikea medio kilo de abdominales cuando lo de la mayoría absoluta y el solárium y el acento texano. Y lo peor de Rajoy no es que esté siempre a punto de morir de un ataque de sentido común, sino que se lo está pasando en grande con esta eternidad en funciones porque, a fin de cuentas, siempre podrá decir que todo lo está haciendo por responsabilidad -cada vez que Rajoy pronuncia esta palabra, Dios mata un gatito en algún lugar del mundo-. O mejor aún, dirá que lo está haciendo por aportar estabilidad a España. Aunque a estas alturas los españoles agradeceríamos muchísimo un poquito de inestabilidad, si con eso se consigue que ocurra algo, alguna vez, sea lo que sea.

Quizá todo este sin gobierno es un invento de la izquierda y los democristianos para humillar a los liberales. Porque quienes desconfiamos por pura afición de cualquier clase de gobierno tendríamos que estar satisfechos hoy, después de más de 250 días en funciones y sin cabeza visible. Y sin embargo, es un espejismo, todo sigue rodando igual, igual de bien e igual de mal. Quiero decir que mientras no hay gobierno, rigen todas las majaderías que han ido poniendo en marcha los anteriores, incluido el IVA con el que Hacienda nos arranca el hígado cíclicamente, lo vampiriza, y luego hace como que nos lo devuelve en una operación más de forense que de cirujano.

Y luego está la calle, esa gente que lleva en el bolsillo Pablo Iglesias, al que le caben monstruosas hordas cuando se lo propone. Es asombroso que esa calle calle; que más que reiteración parece empacho, porque hay silencios que aburren casi tanto como las réplicas de los debates de investidura fallidos de antemano. Y es un silencio atronador y vacío, porque podríamos votar mil veces sin solución, mientras Sánchez y Rajoy siguen abrazados a su asiento, y utilizan a Albert Rivera como Celestina de amores imposibles.

Y el de Ciudadanos ocupa, de todos modos, el lugar que corresponde a los parlamentarios españoles que a lo largo de la historia han dado algún brillo intelectual o han vertido algún ingenio oratorio, sin echar mano de discursos mecanografiados. Gravísima imprudencia de juventud.

Sabían hablar en el Congreso Calvo Sotelo y Adolfo Suárez. Sabían hablar y sabían perder en las urnas. Porque España no quiere políticos brillantes, porque le gusta rajar en la barra de los bares, y no es posible respetar y denigrar a la vez a la misma casta. Y por supuesto, España no quiere parlamentarios que se salgan de la norma: le incomodan tipos como Girauta o Felisuco, de las letras y el humor -es decir, de la intelectualidad-, puedan llegar a ser algo en política. Como diría cualquier otro columnista: esto en Estados Unidos no pasa. Aquí hay que ser profesional del tedio, burócrata, o tener acreditado carnet de gilipollas para ocupar escaño sin causar rechazo social, más allá de todo carnet ideológico, asunto en el que entraré otro día, tan pronto como Tip y Coll se decidan a hablar del gobierno. Algo que, Dios mediante, ocurrirá la semana que viene. Como toda la vida.

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