Opinión

El arte de conquistar

La primavera está pensada para tener algo que hacer en verano, cuando no hay trabajo, hace calor, y todo el mundo tiene novia. Estas semanas que nos llevan, entre estornudos, hacia la estación del sol, son la última oportunidad que la vida nos presenta para evitar la soltería de agosto, fracaso último de toda existencia humana. Decía Goethe que “hombre que no liga en primavera / comida estropeada en la nevera”. ¿Goethe? Bah. No estoy seguro. Pero la mitad de las citas de amor son de Goethe y la otra mitad se le pueden atribuir a cualquiera que no se encuentre en posición de desmentirlas. Como Goethe.

Abril, tiempo de feria y ligones. De amores duraderos. No como esos de julio, que nacen vencidos y hacen que septiembre sea todavía más asqueroso de lo que ya es. Abril, días de esculturas andantes y olés. Me consta que con los primeros calores han abierto ya el búnker de la CIA, de donde salen cada año millones de chicas guapas que pueblan las calles hasta después del verano. E incluso tengo datos que confirman que han vuelto a aparecer hombres asesados en ciertos barrios, alguno de ellos incluso ha dejado de enseñar los calzoncillos y ha probado a ponerse zapatos en lugar de calzado de bolera. Es, por tanto, el momento propicio para el amor.

Desmintamos de una vez por todas que el amor no tiene edad. Enamorarse más allá de los 18 es de una cursilería inaceptable. Ninguna mujer sensata permanece enamorada toda la vida, salvo de un coche, o algo así realmente importante. Y ningún hombre permanece enamorado de la misma persona durante más de un cuarto de hora –mamá no cuenta-.

Escribo este “arte de conquistar” después de una larga experiencia en el sector. Recuerdo que una vez ligué. Era joven. Fue con un periquito hembra. Desconozco si se le llama periquita. La enamoré locamente tras arrojarle a la jaula un paquete de gusanitos, y al rato me cambió por un hueso de sepia. Nunca entenderé por qué los periquitos afilan el pico en sepia compulsivamente, como si en vez de comer alpiste alguien fuera a echarles solomillo a la hora de la cena. Pero no crean que ahí termina la experiencia amatoria que avala la solvencia de estas líneas, ni mucho menos: en una ocasión también escribí un poema a una chica que me gustaba. A su novio le encantó.

Ligar es mucho más fácil de lo que pensamos. En primavera, más aún. En esta época el cuerpo de los hombres segrega una cosa que sale de unas glándulas del cerebro y pasa por no sé dónde, y entonces ocurre algo. En las mujeres se da el mismo proceso pero a la inversa del revés y en sentido contrario. Está comprobado.

Los parques se inventaron para facilitar la tarea de ligar y luego se llenaron de animales. En ese sentido son como las discotecas. No obstante, siempre desaconsejo ligar a oscuras y con música alta. Así que, descartada la discoteca, tendremos que depositar nuestra esperanza en eso que los alcaldes llaman “área recreativa” cuando en realidad deberían llamarlo “lugar donde el chico quiere decirle algo a la chica y no le sale, y lugar donde la chica se desespera viendo pasar cientos de patos”.

El parque es la primera prueba de amor. No hay nada más romántico que un parque en una tarde de primavera. Si llevas a tu pretendida novia a uno de estos lugares en esta época del año y no se enamora, significa que es preferible que metas ficha en una máquina de cacahuetes y lo intentes con los monos del zoo.

Bien pensado, si fracasas entre estanques, cisnes y pinos, quizá deberías acudir de nuevo a Goethe: “si con ella del parque no sales contento / de la discoteca ni te cuento”. Por eso, antes de entregarse al cotorreo de pista de baile, debes intentar la cena romántica. La cena romántica consiste en dejarse el sueldo del mes y tirarse el vino por encima tantas veces como sea necesario. No hace falta que hables. A las mujeres les gustan los tipos divertidos. Y la mayor parte de mis amigas salen con idiotas así.

Después de la cena romántica las incipientes parejas suelen apostar por el cine. Histórico error del amorío español. Veamos. España está llena de marquesinas y autobuses con la elegante imagen de Pierce Brosnan, que reúne a sus 60 años todo lo que desea una mujer sensata, además de ser el único tipo capaz de recolocarse cuidosamente los puños de la camisa justo después de pegarle un puñetazo a un mafioso. Al señor Steele no le preocupaba demasiado que le pegaran un tiro, lo que le molestaba de verdad es ver su camisa blanca manchada de sangre. Con un tipo así no tenemos nada que hacer los demás. No hay competencia posible. El cine está llena de esa clase de hombres. No te conviene poner tan alto el listón.

En el arte de conquistar lo esencial es el factor sorpresa. En el amor como en la guerra, lo mejor ocurre cuando menos te lo esperas. De pronto, estás ahí y surge. Una delicada princesa cruza su mirada contigo en el baile, se enciende una luz en tu corazón, y en algún lugar del mundo un gatito blanco se hace un ‘selfie’ con un nenúfar entre los dientes. O bien un obús se lleva por delante tu trinchera mientras echabas la siesta. De acuerdo, no es exactamente lo mismo, pero en ambas situaciones ves saltar a tus amigos por los aires mientras tu pierdes el culo.

Hay gente que desea la soltería. Bien. Buscar pareja es la mejor forma de quedarse soltero. Así que si lo que realmente quieres es seguir desayunando cerveza y cigarrillos lo mejor que puedes hacer es buscar novia. De nuevo, Goethe: “Quien mucha urgencia tiene en ligar / más solo que Montoro se va a quedar”. A veces me sorprendo con la sabiduría del viejo alemán.

Nunca olvides que la pareja ideal no debe ser ni muy alta, ni muy baja. Ni muy gorda, ni muy delgada. Ni muy morena, ni muy rubia. Ni muy fea, ni muy guapa. Además, el amor es ciego. Así que lo mejor es que te lleves al parque a un huevo de Twitter. Que si decides abandonar y darte a la fuga, al menos sabes que en el estanque de los patos se sentirá como en casa.

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