Opinión

El atraco escolar

Contábamos con que la vuelta al cole requería un gran desembolso. Lo que no sabíamos es que ahora para comprar los libros de texto había que vender al niño. Que con una milésima parte de lo que cuesta hoy desasnar a la juventud, Einstein fue Einstein, Aristóteles fue Aristóteles y Cervantes fue Cervantes. Y hay que ver lo caro que sale el fracaso escolar. Por no hablar de los tratamientos de columna. Que la ola de dispositivos portátiles ha llegado a todos los rincones del mundo, pero esquivando sagazmente los colegios, donde cargan tanto las mochilas de los niños que en vez de salir de clase jodidos, salen jorobados.

Me cuenta un amigo que los libros de texto de su hijo de 7 años le han costado 350 euros. Le he dicho que mire bien en la bolsa, no sea que el pack incluya un alumno de repuesto por si el niño enferma, y un par de profesoras de inglés, pero nativas de Suecia, rubias de ojos azules, y pronunciación de Oxford Street. Pero no. Solo libros. Y cedés. Y toda la murga que le ponen ahora a los manuales de esas asignaturas tan exóticas que se han inventado para evitar impartir Filosofía, materia peligrosísima para Occidente. Que igual el enano se hace mayor, aprende a pensar, ve las facturas de los libros de la ESO, y decide amargarle la vejez a algún exministro.

Otro colega ha pagado 270 pavos por los libros de su hija de 6 años. Que no me extraña que haya fracaso escolar. Si aquí lo único garantizado es el éxito editorial, un lujo para un sector en crisis que hace caja a costa de algo en lo que ningún padre recorta: la educación. En realidad, después de mil reformas educativas, cada cual más sectaria y estúpida, las familias ya no le piden al Estado que enseñe nada a los niños, basta con que no nos arruinen.

Urge que las administraciones pongan límite a este dispendio escolar. Urge, no ya entrar en el debate de la gratuidad de los libros o de la bolsa de ayudas, sino que, de acuerdo con los centros educativos, den con la forma de preservar la igualdad de oportunidades: que no se trata de igualar a los mediocres a los 40 años, sino de darles las mismas oportunidades a los niños que tienen que a los que no tienen. Y esto, por cierto, es más de izquierdas que los calzoncillos de la momia de Lenin.

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