Opinión

LA BELLA LOLA

Estaba cerca la Navidad. Nos sentábamos cada noche frente al televisor a ver cine clásico. James Stewart, John Wayne. Obras de Frank Capra, John Ford. O programas de humor de años atrás. Aquel día le puse un concierto de 'Siempre Así'. No los conocía, pero mi abuela Lola tenía esa extraordinaria capacidad de disfrutar con las cosas bellas, incluso las que le resultaban ajenas. Los bailes, las voces, las letras del grupo representan el corazón de Sevilla, de España, la alegría, y la vida, y eso es en definitiva un buen resumen del ideal de belleza. Le gustaron y tiempo después volvimos a ver el vídeo y a escuchar sus canciones juntos en más de una ocasión.


El pasado martes 'Siempre Así' celebraba su vigésimo aniversario con un concierto en Madrid. Acordé con mi amigo Rafa Almarcha, líder del grupo, que los perseguiríamos desde la prueba de sonido hasta la hora de dormir, para hacerles un reportaje fotográfico que mostrara su otra cara. Para vivir con ellos los instantes previos al concierto, las arengas en el camerino, los tacones de las chicas repicando con arte en las escalerillas metálicas del escenario, y la satisfacción de tomarse una copa reposada al terminar la faena.


Con el teatro lleno, el grupo mostró en el escenario la misma cara que entre bambalinas. A Rafa Almarcha lo sorprendí en la puerta entre la gente, abrazado a un chico en silla de ruedas que había venido a traerles una carta, y que se llevó de regalo el nuevo disco del grupo y una canción dedicada en directo, además de pasar esa noche dos de las horas más felices de su vida. Algo le impedía hablar con facilidad, pero en sus ojos florecía el brillo de la alegría.


Con el privilegio de compartir con ellos estos ratos tan especiales, confirmé toda sospecha previa. La sensibilidad musical de Maite, la elegancia artística de Sandra, la voz del alma que congela el reloj de Rocío, la alegría genial y contagiosa de Paola, la inconfundible e inalcanzable interpretación de Mati, el arte noble y torero de Nacho, la fiesta interminable y entregada de Ángel, y el talento de media Sevilla en el corazón de Rafa. Eso fue el martes una vez más 'Siempre Así'. Canciones de la amistad, del amor y el desamor, de la fiesta y lo trascendente, de la alegría y la melancolía. Y la Salve Rociera como broche. Toda una vida cantada. Y todo entre bailes, jaleos, y una magia transformadora, cómplice y contagiosa. No se me ocurre mejor cóctel para aproximarse a estas fechas, donde a menudo olvidamos lo esencial, asfixiados entre papel brillante y bolsas de regalo.


Tras la actuación, una copa y charla afable. La fiesta a su alrededor. Ni el cansancio ni el frío apocaban la alegría que desprenden, allá donde deciden expandir un rato su talento para cantar, su arte para vivir; que si ambos se confunden es porque en sus miradas no hay trampa alguna, y porque en su pecho brilla la naturalidad como único galón.


Quiso el buen Dios que de aquella alegría andaluza surgiera una gota de tristeza en la madrugada, después un océano. La de saber al alba, que a muchos kilómetros de Madrid, en La Coruña, mi abuela Lola fallecía pocas horas después del concierto de 'Siempre Así'. De brindar por la Virgen del Rocío y 'cantar lo hermoso de la vida', al silencio, al cielo negro y enlutado de un Ribadeo desierto, que lloró con fuerza el jueves en la despedida, en su entierro, calándonos su humedad hasta los huesos. Duro contraste. Pero bonita metáfora. Que entre los muebles añejos de nuestra vida, siempre se cuela el soplo de un espíritu renovador y jovial, y la daga de la muerte y el dolor. Y siempre está la palabra del amigo, una oración, y una canción de 'Siempre Así' para sembrar un poco de esperanza en cualquier tiniebla.


Mi abuela fue mi más fiel lectora. Durante años era la primera en leer y juzgar mis columnas de prensa, antes de enviarlas al periódico. De carácter y de amor entregado a los demás, retuvo la vida de España, con todos sus jirones y laureles, escondida en sus 91 intensos años, como 91 lances de impasibles sonrisas. De Francia a España. De España a España. Tantos puertos de mar como plazas de interior, y el corazón dividido entre un invierno alicantino y la eternidad agosteña ribadense. Reflejo de una España -la de nuestros abuelos- que hemos olvidado demasiado pronto. La que ponía la ilusión en cada tren, muchas veces por necesidad, otras por inercia. La que ha sabido vivir con nada y con todo. La que ha comprendido que las cosas importantes de la vida no se guardan en ningún cajón.


Aún gustándole la música, no cantaba jamás. No, al menos, hasta que llegaron los primeros bisnietos, que es cuando las bisabuelas se lanzan a las excepciones que no hicieron como abuelas. Sí afinaba a veces su marido, mi abuelo César, fallecido hace dos décadas. Lo recuerdo tarareando 'La bella Lola', en una de esas mañanas frescas y resplandecientes que a veces nos regalaba el agosto ribadense. Una habanera especial que ayer me venía a la cabeza al volver de Ribadeo, y que encierra en cada doblez de su melodía tantas horas felices y fotografías desteñidas como la infancia que sobrevolé entre el verdor de los árboles del barrio, con las piernas al aire tatuadas de salitre ribadense, y olor a paella en el patio de casa, que esa era la especialidad de mi abuela en los fogones. No por casualidad, ella fue el Mediterráneo en el corazón, el Atlántico en lo cotidiano, y el Cantábrico en la fortaleza.


Suena ahora 'Siempre Así' mientras escribo: 'Está la puerta abierta / la vida está esperando / con eterno presente / con lluvia o bajo el sol'. Y es Navidad. Es tiempo de estrellas que caen del cielo a la tierra. Pero esta semana hay una que ha brotado de la tierra al Cielo, y que sin duda sonreirá una vez más al leer esta página que con su aprobación, su emoción contenida, y su risa, me animó a construir durante años.

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