Opinión

Una ciudad que vive en estado de fiesta

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Suben, explotan,y sueltan lucecitas. Nos tienen boquiabiertos durante toda la sesión. Esa cosa pirotécnica, entre la belleza y lo cavernícola, siempre me ha parecido asombrosa. Se mide la salud de las arcas de los municipios en función del tamaño, del tamaño de sus fuegos artificiales.

Cuando más grandes y generosos, más simpatías despierta el alcalde. Los gestos de responsabilidad -léase suspesión de los fuegos-, de ser sinceros, son siempre vistos con escepticismo. Que las fiestas se hayan quedado sin fuegos para que no haya fuegos no deja de ser un titular incendiario.

LA HORA

Nadie sabe con exactitud a qué hora son los fuegos en ningún lugar. Es de pésimo gusto anunciar cuándo van a empezar a estallar cosas. Si ya no se declaran las guerras de verdad, no tiene sentido anunciar cuándo van a empezar las de broma. Tradicionalmente eran a las doce de la noche. Habrá alguna sesuda razón histórica para que el estallido se produzca a esa hora tan redonda, pero comprendan que el verano es largo y cansado, el día está pesado y caluroso, y no tengo la menor intención de ponerme a documentar este asunto. Y además, da igual, porque ya no son a las doce de la noche. Ahora son antes, o después, o a la una. O no son. Porque a veces no son. Pocas cosas más decepcionantes que esperar unos fuegos discretamente anunciados y que, por lo que sea, finalmente no los haya. Largas noches del verano ribadense he quemado, tiempo atrás, esperando a ver si el cielo de Figueras o Castropol se iluminará de rojo, y si flotando en la ría estallará la lluvia roja y verde. 

SILENCIOSOS

Cuando era niño aparecieron en el cielo los primeros gusanos fosforescentes. Esos fuegos que no hacen ni ruido y se quedan una eternidad flotando, de un modo bastante insulso, me aburrían casi tanto como las memorias de Paulo Coelho, que no sé si se acordará de escribirlas. Los fuegos silenciosos, esos espectáculos de luz y color sin sonido, fueron creciendo en fama. En esta ciudad han dado una vuelta de tuerca a este ingenio, batiendo el reto artístico: son silenciosos e incoloros. En realidad, para poder disfrutarlos de verdad, hay que imaginárselos.

FIESTA TRAS FIESTA

El visitante que se adentra en esto del ourensanismo debe saber que, aún sin fuegos, el verano en esta provincia es una fiesta continua. En cualquier lugar se alzan banquetes, se despachan productos típicos, cantan las orquestas, y nacen atracciones de feria. Juerga tras juerga. Visto así, supongo que podremos sobrevivir sin los fuegos de A Ponte. Además, estallan y desparecen en seguida. 

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