Opinión

Cosas que no pueden hacerse por amor

El amor es peligroso. Tendemos a pensar que lo peor del mundo es la guerra, pero enamorarse es bastante más arriesgado que emborracharse en una trinchera entonando canciones militares. Casi toda la gente que conozco que ha sufrido fracturas de huesos reconoce en la intimidad que es culpa de un amor ciego, aunque en público aseguren que se han caído de la moto en una prestigiosa competición, o que les ha mordido un león en su último safari africano. Es lógico. Reconocer que has perdido medio dedo con las tijeras de podar, intentando hacerte con una rosa para tu amada es lo suficientemente lamentable como para ocultarlo durante toda la vida. Si además de estar demasiado enamorado eres un torpe, es mejor que tus compañeros de trabajo crean que te gusta acariciar leones en África.

Son muchas las locuras que los chicos llegan a hacer por las cosas del corazón. También algunas mujeres pierden el juicio por su maromo. Y esta época del año es propicia para caminar descalzo hasta Groenlandia, para intentar robar una cría de rinoceronte en el zoo, o para colgarse por los pulgares del Acueducto de Segovia con una pegatina en la frente que diga “Sofía, me quiero casar contigo”.

No existe ninguna guía en España que delimite en qué punto un enamorado se convierte en un lunático, y cuándo un caballero deja de ser un buen novio y se vuelve un individuo de pésima reputación. Por eso me veo obligado a escribir hoy esto.

Como norma, no debe hacerse nada por amor que implique un delito de sangre, que pueda conmover a demasiadas mujeres a la vez, o que incluya la escritura y exposición pública de un poema. Es decir, no está bien matar a un tipo por amor. Si lo que pretendes es robarle a la novia, tiene que haber una causa enorme que lo justifique. Por ejemplo, que la novia sea rusa, tenista, y se apellide Sharapova. En ese caso, si bien el asesinato sigue siendo de mal gusto, sí está bien visto el PBPACEN (Plan B Para Acabar Con El Novio). Este plan puede incluir calumnias, sobornos, o invitaciones pagadas a excursiones potencialmente mortales: ascensiones al K2, cursillo ‘hazte faquir en 24 horas”, o día de playa en el Mediterráneo en la primera quincena de agosto.

Despertar gran atractivo en demasiadas mujeres a la vez es lo contrario de lo que desea un enamorado que quiere llamar la atención de su pretendida. Así que debe evitarse acudir a cualquier televisión a exponer tu historia de amor imposible, por mucho que pueda conmover a miles de espectadoras. Combinado con el recitado de un poema propio ante las cámaras, es de tan mal gusto que podría triunfar en Eurovisión.

No está bien adelgazar por amor, no está bien engordar por amor, y no está bien ir al cine por amor. En realidad, no está bien ir al cine nunca. Los conciertos de Justin Bieber no se justifican ni ante la posibilidad de ligarse a la citada Sharapova. Y a priori, dar una fiesta sorpresa para pedir la mano de una chica es una idea aburridísima, a no ser que la chica sea la novia de uno de los invitados.

Los monarcas nunca deben abdicar por amor. Los futbolistas con camiseta oculta con declaraciones románticas deben saber que nunca marcan gol hasta que se la quitan. Y los carteros son corresponsables del delito de enviar cartas que incluyan corazones atravesados por flechas y papel perfumado.

Mención aparte merece el asunto de los mechones de pelo. Sigue siendo probablemente la única práctica amorosa que justifica abrir un debate serio sobre la instauración de la horca en España. Un tipo capaz de cortarse un mechón de pelo y enviárselo a alguien no puede andar suelto. La horca además tiene la virtud de la ejemplaridad: no se conoce ningún caso de ningún ahorcado en toda la historia que haya reincidido en el envío de mechones de pelo.

Por amor uno puede traicionar a un amigo, prenderle fuego a casi todo, o llenar un cuello de polvos pica-pica como Hombres G. Pero no cambiar de coche. Cambiar de coche es la decisión más importante en la vida después de la de elegir entre vaso de sidra o vaso de tubo. Y condicionarla por amor es desvirtuarla. Un hombre o una mujer sólo deberían cambiar de coche cuando estén absolutamente seguros de no estar enamorados.

Tienen los hombres no correspondidos por la dama de sus desvelos una tendencia asombrosa a subirse a sitios. Encaramarse a cualquier lugar no es buena idea. Puedes caerte. Y un enamorado que se desploma desde lo alto de un edificio se convierte en algo ya muy difícil de amar. Las azoteas se pensaron en su día para las palomas y para los tipos que limpian los cristales, que supongo que cuando quieren llamar la atención de la chica que les gusta lo que hacen es bajarse a la acera con una pancarta. Desde lo alto de una azotea no se es más atractivo, ni mejor persona, ni más romántico. Desde lo alto de una azotea sólo se es más pequeño, si la chica está abajo. Y más idiota, si obligas a la chica a declarar su amor bajo la coacción de arrojarte al vacío.

Por amor uno no debe teñirse el cabello, ni colgar un candado en un lugar donde no sea necesario bloquear la apertura de una puerta. Nunca comas nada que no comerías antes de enamorarte: son miles los hombres que cada año se desmayan en restaurantes vietnamitas por intentar ligarse a una moderna con aspiraciones cosmopolitas.

No cambies tu voto, ni acudas a un mitin, ni apruebes un decreto ley, con el único objetivo de conseguir a la chica de tus sueños. Mezclar la ideología con el amor solo atrae a políticos, y no te aconsejo enamorarte de alguien cuya máxima aspiración es acabar en una urna.

Por último, no hay consenso sobre los tatuajes. Como norma, no es buena idea tatuarse el nombre de nadie. Pero en caso de que sea imprescindible –por ejemplo, si has perdido una apuesta- procura que tu pareja se llame Marta, Ana, José, o Antonio. Es bastante más fácil encontrar un Antonio nuevo que un Fulgencio cuando el tuyo decida subirse al Acueducto de Segovia para pedirte el matrimonio.

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