Opinión

Su destino es la belleza

Vive Beatriz Manjón en una suerte de lejano desarraigo, entre la serenidad y la búsqueda de la fórmula de la invisibilidad

Rubia sencillez, entallada elegancia, de porcelana, flores y hielo, lealtad en la mirada, y una timidez esquiva en el gesto. Qué poco lo va a gustar esto a mi querida Beatriz Manjón. Cuando te la encuentras por la vida, siempre parece que acabas de sorprender con las largas a un animal furtivo en la carretera. Para un fotógrafo de bellezas, que no somos otra cosa los articulistas, descubrirla al fin agazapada entre la bruma de una comarcal desierta, es el disparo de la buena suerte. Hay un tipo de talento artístico que no se deja atrapar, que no se deja querer, pero que no podría ocultarse ni en el fondo de una cueva, y es el que encarna nuestra ferrolana de las letras alegres.

Durante años solo conocimos a Beatriz Manjón por fuera. En su talento para la comunicación, su rostro divertido y amable como presentadora de televisión, y la manera en que la cámara vivía un idilio amoroso con la belleza de su imagen. Ahora que presenta su segunda novela, Una vez fui bella, y que atesora ya cientos de páginas escritas en la prensa, tenemos la certeza de saber que, por más brillante que fuera su etapa televisiva, con esa forma tan grosera que tiene la imagen para anular todo lo que no se ve, lo mejor estaba dentro. Hoy Beatriz Manjón es una de las articulistas más audaces y originales de España, y desde hace unos meses tenemos el privilegio de poder leerla cada semana en La Región, y una escritora de inteligencia literaria asombrosa.

Hace algunos días tuve la suerte de acompañarla en la presentación de su libro en La Coruña, en Cantón 23. Mantiene la divertida actitud del desapego sobre su propia obra. Quizá ella no lo sabe, pero es síntoma de escritor valioso. La historia de las letras cosecha varios nombres ilustres de tipos a los que no les gustaba mucho escribir y que no tenían el menor respeto por su propio trabajo. Pero al fin, con apego o sin él, uno acaba escribiendo si comprueba, incluso aunque sea con sorpresa, que su prosa hace feliz a los demás; y la de Beatriz, si una sola cosa debiera describirla, es un remanso de felicidad para sus lectores.

Tiene además la particularidad de tratar con distancia y una sonrisa serena los quebraderos de cabeza de este infierno contemporáneo. Lo vemos en sus columnas, siempre una brizna de fingida frivolidad en medio de la densidad del día a día, pero también en Una vez fui bella, donde logra los dos triunfos que todo novelista quiere cobrarse: que la diversión de su prosa haga imposible separarse de la lectura; y que el poso del libro, todo lo que sale a flote tras las historias entrelazadas que recorre, sea frondoso y oportuno, que al fin la autora está señalando con el pincel del humor la obsesión posmoderna por nuestra apariencia física, hasta extremos impensables que se cuentan poco y ocurren mucho. Quizá por eso, incluso los momentos más satíricos de la novela, resultan de un realismo desconcertante.

Vive Beatriz Manjón en una suerte de lejano desarraigo, entre la serenidad y la búsqueda de la fórmula de la invisibilidad. Cumple con rectitud el precepto del gran satírico P. J. O’Rourke, quien, tras años como corresponsal de todas las guerras de los 90, decidió mudarse un rancho perdido en Nueva Inglaterra, porque en sus propias palabras, quería vivir lo más lejos posible de las cosas sobre las que escribe; a saber, del Capitolio.

En cierto modo Beatriz Manjón, a quien Dios también bendijo con la cultura satírica y el duende para componerla, recorre un camino análogo, del campo minado del medio televisivo a la contemplación calmosa de la atalaya de la literatura, donde sin duda la posteridad sabrá tratarla mejor.

Te puede interesar