Opinión

Elogio de sol y playa

Malos tiempos para los que nos gusta la juerga. Resulta que ahora los días son larguísimos, y las noches cortísimas, por no sé qué cosa del solsticio de verano, que a mi me suena a primer plato de restaurante castizo. Y ha empezado el verano, y ya llegó la fruta, y el que no se agache, y todos estamos felices, y vamos a los conciertos, y hasta estrenamos reyes bastante republicanos, y nos echan del mundial. Así que por fin nos sentimos cómodos. Nos reencontramos con España. Pero no busquen en mi a ese articulista que se complace criticando todo lo que viene de su país. Me siento hoy extremadamente conciliador. Acabo de comprarme el sombrero de paja y eso me hermana con los políticos españoles, que acuden a las romerías de verano ataviados con este accesorio. Es su manera de decirle al pueblo que son como los demás, aunque el pueblo sabe perfectamente que sólo los bobos, los dandis posmodernos, y ciertos sinvergüenzas nos protegemos del sol con un sombrero de paja. No tiene importancia. Lo único importante ahora es la previsión meteorológica.

Si tuviera suficiente dinero, me compraría una granja en algún lugar remoto de Estados Unidos y me dedicaría a cazar mapaches, y a tocar canciones country debajo de un árbol. Pero como las zonas rurales más tranquilas de Norteamérica están plagadas de escritores bohemios millonarios dando el coñazo con el banjo, los precios están por las nubes, y los mapaches en peligro de extinción, no me queda más remedio que recurrir al citado sombrero de todos los veranos. Así al menos puedo encontrar la toalla cuando salgo del agua con los ojos llenos de sal. La mía es la que tiene encima un sombrero de paja con un iPad escondido dentro, y a un tipo robándome el sombrero.

Tiene el verano un encanto especial, dentro de lo ordinario que resulta desnudarse, enfundarse en ropajes de estridentes colores, tirarse a la arena, y ponerse a sudar junto a un montón de gente que está haciendo lo mismo. Pero aún así los atardeceres son bonitos, e incluso siendo periodista y escritor –es decir, en situación vitalicia de ‘sin vacaciones’-, a veces las tardes de agosto te regalan un rato para comprender que se nos está escapando la vida lentamente. Tampoco se trata de profundizar, ni de hacer un drama de esto. Lo preocupante sería que se detuviera el planeta. Supongo que por la inercia del frenazo todo se desordenaría, como cuando el autobús frena de golpe y te sorprende agarrado al móvil con ambas manos y sin dientes. Quizá acabaríamos viviendo en Australia y nuestros políticos se encontrarían desorientados al comprobar que allí ya está todo prohibido excepto para los canguros, que pueden hacer lo que les de la gana.

Dicen mis amigos americanos que España es el único país del mundo que se detiene por completo de julio a septiembre. Adivino en ese tono de desprecio cierta envidia. No creo que en las playas de Jamaica la situación sea muy distinta para las comunas hippies que llevan colocadas allí desde el primer single de Bob Marley. No es que el peace & love me resulte sugerente, que siempre he pensado que la contribución a la paz mundial de fumarse un canuto al desayuno es bastante limitada, pero es cierto que tenemos una injusta fama en lo que se refiere a nuestra forma de veranear. He estado en verano en Italia, en Portugal, en Francia, y no parece que nuestros vecinos vayan a morir de exceso de actividad allá por la primera quincena de agosto.

En Francia organizan unos festivales musicales horribles donde se gastan el presupuesto de los franceses en contratar a las estrellas más horteras del universo musical. El francés es un animal cursi por naturaleza. El idioma no ayuda. Y aunque a veces se proponen transformar ese merengue social en una suerte de donjuanismo, en cuanto los dejas media hora solos pensando en su fiesta perfecta organizan algo increíblemente cursi. Supongo que lo disfrutan. Y es lo que ocurre con sus festivales veraniegos. Que parecen organizados por una pastelería de París y patrocinados por un fabricante de candados del amor.

En Italia, las fiestas de aires medievales lo invaden casi todo cuando arrecia el verano. Imagino que cada uno tiende a lo que tiende, y esas aglomeraciones de turistas facilitan muchísimo la ilustre labor de la escuela de carteristas venecianos, verdadero motor de la economía mediterránea.

Y en cuanto a Portugal, no recuerdo nada. La cerveza estaba demasiado rica y hacía mucho calor.

A los europeos les gusta insultar a los españoles por esta fama de vividores que nos gastamos, pero por esa misma razón acuden en masa a dejarse sus ahorros en nuestras costas cada verano. Y no, no se lo tendremos en cuenta. Seguiremos recibiéndolos con las carteras abiertas, al menos mientras no encontremos pozos de petróleo de calibre venezolano bajo nuestras aguas, o mientras no se nos ocurra otra manera menos honrada de ganar pasta que timando a guiris en un chiringuito; que por otra parte es lo que se merecen, por vestirse como jamás lo harían en sus ciudades de origen. A las más ingeniosas artimañas para exprimir a los turistas extranjeros lo llamamos picaresca, porque es una forma aristocrática de decirlo. Pero no debería avergonzarnos: los italianos, sin ir más lejos, lo llaman sector turístico. Y en esa brillantez se deposita todo su atractivo como destino de vacaciones. Bueno, es posible que algo tengan que ver sus ruinas en todo esto.

En definitiva, ya está aquí el verano y efectivamente, tenemos motivos para estar felices. Lo típicamente español es esto. Lo nuestro son los sanfermines, las verbenas, y las siestas sin despertador -¡qué gran bendición de Dios a los españoles!-. Ahora toca que los políticos se vayan a sus lujosas residencias de verano y podamos respirar. Supongo que mientras estén ocupados con la ubicación de los rosales en el jardín, y la temperatura de la piscina no se les ocurrirá nada con que fastidiarnos. Y en septiembre nos espera la gran recuperación económica. Como todos los años.

Te puede interesar