Opinión

Un trasero inmenso

Querido Estado: Puede que nuestras comunicaciones sean un tanto frías últimamente, pero conservan aún todo el calor del más ardiente romanticismo. Por algo las únicas cartas que recibo son tuyas, ahora que todo el mundo se ha empeñado en ahorrar -vaya bobada- y enviar correos electrónicos. Cada mañana acudo al viejo buzón con la misma ilusión que el primer día. ¿Qué será esta vez? ¿Una amable solicitud de Hacienda? ¿Una enriquecedora multa de Tráfico? ¿Un cariñoso requerimiento de Justicia? Vibra mi corazón ante el sobre, que siempre desprende ese olor a consenso constitucional que me vuelve loco.

Hace tiempo que todo lo hago pensando en ti. Suena el despertador y me levanto con la urgencia del que sabe que debe empezar a cotizar. Enciendo la luz de la mesilla y mi primer pensamiento es para ti. Especialmente desde el pasado 1 de enero. Vienes a mi mente cada vez que pulso el botón y algo gira, ilumina, calienta, suena o se incendia. Porque sé que estás ahí, en lo más profundo de mi corazón, en el centro de mi alma, en todas y cada una de mis facturitas de la luz.

En la compra disfruto de tu IVA, en el estanco pienso en tus primos europeos cuando veo esos dibujos tan hermosos en las cajetillas, y a la hora del gintonic tiemblo cuando llega la cuenta y sonrío después pensando que, al fin, un buen trago del ticket viaja directamente al número 9 de la calle Alcalá; que mírala, mírala, ahí está, viendo pasar impuestos.

El coche es mi otra casa. Y mi casa es tu casa. Por eso cada vez que monto en el mío tengo esa sensación de que es de los dos. Tutelas tanto cada viaje, mides de tal forma cada kilómetro por hora, y proteges de tal modo mis viajes, que no puedo más que enamorarme, sobre todo cuando me sacas todas esas fotos por las noches, que estoy deseando que llegue el día de nuestro aniversario para que me envíes el álbum completo con una rosa blanca en las tapas.

¿Recuerdas cuando querías conducir por mí? Qué tiempos aquellos. Yo nunca te dejaba conducir, al menos sin estar delante. No es que no me fiara de ti, es solo que veo a Montoro muy capaz de sorberme la gasolina por el agujero con una pajita, y probablemente haciendo ese ruidito tan desagradable que hacen los depósitos cuando están llenos.

Hay enamorados a los que les late el corazón más fuerte cuando ven una puesta de sol, o se acercan a un árbol lleno de flores. A mi en cambio, las mariposas se me disparan en el estómago cuando detecto el olor a tinta de esas oficinas de las administraciones públicas. Con esos rostros sonrientes. Con esa eficacia estructural a prueba de colas. Con esos detalles de verdadero enamorado, como cuando me haces escribir mi nombre en siete ocasiones en el mismo papel, porque sé que te hace ilusión que te lo diga muchas veces. Es tanto el ardor que siento por toda esta burocracia ofimática que, si alguna vez no pudiera contar con tu amor, me casaría sin dudarlo con una fotocopia compulsada, o con una de esas modernas ventanillas electrónicas.

Sí. Me encanta cuando me llamas “sujeto pasivo”, cuando utilizas la expresión “al dorso del documento” mientras los vulgares dicen “por detrás”, y cuando te refieres a mi como “el abajo firmante”.

Tienes el gran honor de haber recibido más autógrafos míos que todos mis lectores pasados y futuros juntos. Por más libros que escriba y más éxitos que alcance, jamás lograrás que otro supere tu marca.

Y aunque mi ojito derecho es la administración central, disfruto como un enano cuando voy de un lugar a otro de España y veo cada palabra escrita en los carteles en mil idiomas, todos peninsulares, todos nuestros. Y no se me ocurre pensar que sea despilfarro, más sé que es amor, pero amor del bueno, como cantaba José Alfredo. Sólo así puede entenderse tanto empeño en destinar partidas presupuestarias para la emancipación autonómica. Porque comprendes, oh Madrid, oh España, nuestra adolescencia periférica, y prefieres dejarnos libres cual pajarillos que cortar con el machete del centralismo ese tendón que nos mantiene unidos. Sé, al fin, que todo es por mi bien; incluso la televisiones y radios autonómicas. Que lo haces para que esté bien informado, y no para arruinarme, ni para servir a los intereses del que toque. ¡Cómo podrías hacer tu, mi capullito de alelí por duplicado y con fotocopia del DNI, algo así!

Haces que sea tan fácil crear una empresa en España que, de pura casualidad, prefiero irme a Ruanda, Senegal, o Zambia a montarla, que en pocos sitios resulta más fácil. Pero tiene lógica: ¿quién va a montar una empresa en Zambia pudiendo superar las cien mil trabas administrativas españolas, las inspecciones, los impuestos, y la inseguridad jurídica de las autonomías? Dime espejito: ¿hay lugar del mundo donde sea más emocionante sobrevivir a la empresa de crear una empresa?

Amo al Estado, sin distinción. A todos. De Fernández Díaz a Gallardón, y de Mato a Guindos. Para la ministra de Fomento sólo tengo buenas palabras: lapislázuli, simbiótico, centauro, alioli, carámbano. Con Soraya la relación es fluida. Cada vez que envío algún correo electrónico delictivo y comprometedor pongo en copia a la vicepresidenta del Gobierno, para ahorrarle trabajo a su CNI. A Montoro le he pagado por adelantado todo lo que le debía. No creo que su ministerio pueda decirme lo mismo. Pero confío en que algún día me devolverán mi medio riñón, el ojo derecho, y el cuarto de hígado.

Querido Estado. Me despido por hoy. Agradecido. Sin queja alguna. Desde que salí del cascarón nadie me ha tratado tan bien, ni ha hecho todo cuanto estaba en sus manos por retenerme en sus manos, incluso contra mi voluntad. Y ya que estamos en confianza quisiera pedirte algo pequeño. Si le place a mi amor, si no importuno, si no es molestia: levanta un instante tu inmenso trasero de mi cabeza, que me gustaría coger un poquito de aire para respirar.

Gracias y muchos, muchos impuestos. Tu amigo, que te envidia, Itxu.

Te puede interesar