Opinión

El lugar del crimen

Los matamos aquí y por eso somos lo que somos. Ahora que no me oye la Junta de Andalucía. En este lugar hubo una batalla hace ocho siglos, y fue tan buena como todas las guerras. Y tan mala como todas las guerras. Aquí, en Las Navas de Tolosa, cae la tarde lenta. Las calles están desiertas y las laderas de La Carolina brillan con fuerza bajo el sol. No hay ni un alma en el pueblo y apenas hay señal alguna de la batalla clave de la Reconquista. Por el silencio y el miedo que emana de estas aceras solitarias, no estoy seguro de que hayan terminado los combates. Todo se alquila. Todo se vende. Todas las señalizaciones de la carretera conducen fuera del pueblo, como si alguien estuviera muy interesado en que ningún turista se detenga en este lugar. En “el lugar del crimen”.

Doy vueltas con el coche. Me desespero. Haga lo que haga termino en ningún lugar. Intento detenerme en una cuneta y al abordarla, el chirrido que emiten los bajos de mi coche me duele como si fueran mis propios bajos. El TomTom se ha vuelto loco y ahora dice que está calculando una ruta desde Jaén hasta Las Vegas. Después de varios minutos pensando me advierte de que puede haber “alguna autopista de peaje en el trayecto”. Gracias, TomTom. No sé qué haría sin ti. Lanzo el TomTom al asiento de atrás. Me bajo del coche.

El alcalde de este pueblo lo ha llenado todo de bancos. Los lugareños se sientan y cuentan historias mientras toman el sol. Según escucho medio adormilado –me he tumbado en un banco utilizando el iPad de almohada-, ha habido un crimen en la zona y no se habla de otra cosa. Una agresión. Escucho los gritos, las versiones de lo ocurrido, y no deja de asombrarme que alguien se escandalice tanto porque un tipo haya agredido a otro en las inmediaciones de Las Navas de Tolosa. En julio de 1212 la noticia sería lo contrario.

Las pocas alusiones históricas que encuentro entre carteles abandonados y algún que otro folleto, hablan del 'Crisol del culturas' y de las bondades de multiculturalismo. Creo que ahora lo entiendo todo. Multiculturalismo. Tamborcitos. Confeti. Grandes carteles con un montón de escudos institucionales. Es todo tan bonito. Si en este momento me cruzara con algo horrible, no sé, con un francés o así, le daría un gran abrazo e incluso trataría de contener las ganas de robarle la cartera. Todos nos queremos tanto. No sé por qué hay guerras en el mundo. Me emociona sólo pensarlo.

Cuatro de la tarde. He venido aquí a dormir la siesta. Pero jamás voy a admitir en público semejante cosa. Así que diré que he llegado a este lugar para investigar, y desmentir a todos esos historiadores que durante siglos han tratado de hacernos creer que los españoles éramos unos salvajes que nos pegábamos con los moros.

Según la Junta, en estas laderas abrazamos con fuerza a los moritos, y besamos a las moritas, y todos juntos bailamos la danza del amor hace siglos. Lo que ocurre es que algunos moros tropezaron, debido a lo escarpado del terreno, y se lesionaron. Mortalmente. Otros fallecieron a pesar de los esfuerzos inhumanos de sus amigos de los reinos de Castilla, Navarra, y Aragón por salvar sus vidas.

Una tragedia. El tropezón provocó un repliegue apacible que duró muchos años, y terminó con la caída del último bastión musulmán de la Península Ibérica, Granada.

La versión vegetariana de la Reconquista queda fenomenal en las conferencias sobre el legado andalusí, mucho más subvencionables que los foros históricos sobre la carnicería de aquella montaña jienense. Sin embargo, sucede que sin la sangre derramada por unos y otros no estaríamos aquí y no seríamos así. Sin la Batalla de las Navas de Tolosa, supongo que yo ahora tendría siete mujeres, me dolería la cabeza, y albergaría seis balas en el cuerpo por haberme amorrado a una botella de vino y a un plato de jamón serrano. Y habría chicas con el rostro tapado, una monarquía que no admitiría bromas sobre la república, y un montón de mezquitas –más, quiero decir-. Seguro que hasta la Unión Europea nos miraría con compasión y nos subvencionaría como si fuéramos una escuela en construcción en el lugar más pobre de África; que al fin, lo que a Europa le ocurre con España es que le da “cosa”, porque le recuerda de dónde viene y ella, como esas adolescentes que se rebelan contra mamá, sólo quiere saber a dónde va.

Sin la batalla de Las Navas de Tolosa no es posible comprender España. Pero el habitual silencio tiene su explicación. Me cuentan en los bares de la zona que la Reconquista es una “cosa fascista” para la Junta y otros políticos, y que no les interesa nada este asunto. Inmenso hallazgo histórico: en la Península Ibérica había fascistas 700 años antes del nacimiento Mussolini. Milagro.

Vuelvo al volante, confuso y aburrido, pensando en la que habrían organizado los franceses o los americanos, convirtiendo La Carolina en un centro de interés turístico internacional para todo Occidente, con museos y lucecitas, y dando la murga todo el día en las agencias de viajes y en los libros de historia. Pero nosotros no. Nosotros somos tan respetuosos con el presente que borramos el pasado para que no se enfade el futuro. Que mezclamos a los subsaharianos de la valla de hoy con las cadenas de Miramamolín del 1212 y nos quedamos tan a gustito como Ketama.

Recorro al fin la J-5030, preciosa carretera entre Las Navas y Santa Elena. Me distraigo con las vistas y dejo caer la noche, paseando ya muy cerca del Parque Natural de Despeñaperros. Desde lo alto de una peña examino despacio aquella gran alfombra verde. Se ha puesto el sol, hace un frío inesperado y salvaje, y la naturaleza nocturna despierta ajena a toda estupidez humana. Contemplo la famosa colina a lo lejos, miro el reloj, respiro hondo, y me retiro hacia el coche pensando en lo lejos que está España de España. No hay vuelta atrás.

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